Villa María es de esas ciudades de dimensiones medias que permiten en pocos minutos llegar del barrio al centro. Ese tiempo me demanda el trayecto hasta la zona de la Municipalidad, un edificio hermoso de los años ’30 del siglo pasado que fue un emblemático hotel. A dos cuadras está la estación de trenes (no es un dato menor para una ciudad que se jacta de ser la hija del riel). El camino que une la vieja estación con el antiguo hotel termina en una arbolada cuadra que en el fondo exhibe un enrejado tipo inglés. Del otro lado emerge la torre de Mayo, una especie de mini obelisco, y el monumento a Bernardino Rivadavia mirándolo todo desde lo alto. A finales de los ’80 las habitaciones del Palace Hotel se convirtieron en oficinas y en sus majestuosos salones hoy se pueden pagar las rentas municipales. Hace unos años, en la puerta colocaron una cabina telefónica al estilo londinense. Hoy su ausencia me impacta al finalizar el camino. Recuerdo la historia de los clones que Iván regaló desde las páginas de un diario. Tal vez adentro haya estado Keith Richards, o su doble local, tratando de comunicarse con el más allá. Vuelvo a preguntarme qué hacía esa cabina ahí, pero sin encontrarle sentido trato de no distraerme de mi objetivo: la Feria Franca.

De lejos se ven los gazebos rojos. Llaman mi atención. Estuve en la primera feria y los techos eran verdes sobre estructuras tan frágiles que no soportaban el soplido del viento. Ahora se ven más firmes. Las siluetas de las frutas y verduras me llevan imaginariamente a otros mercados de América Latina. Colores vivos, sabores fuertes, cuerpo. Mauro y Carolina preparan los lentes de la cámara. Miden la luz y esperan que el sol que filtra entre las hojas de los árboles no haga ruido en la imagen final. Antes de encontrarme con uno de los promotores le pregunto a Mauro por su experiencia madrileña. Quiero saber si allá hay mercados similares. Me describe una serie de escenas y atajos de la economía ante el capitalismo. Raúl Paz, especialista en sociología agraria, reflexiona sobre alternativas a los imperativos construidos por el sistema capitalista, basados en la maximización de las ganancias, el incremento de la productividad y la acumulación. Lo hace para pensar modelos alternativos y esta Feria Franca en una ciudad mediana como ésta puede ser un ejemplo que sucede a la sombra de Rivadavia, con sus deudas y libre mercado.

Jorge Argüello es el subsecretario de Desarrollo Social de la Municipalidad. Fue uno de los promotores de esta idea que se aprobó por ordenanza hace pocos meses. “Desde la primera feria hasta ahora avanzamos significativamente, principalmente en la mesa de trabajo con todos los productores porque se pudieron ampliar algunos rubros y se reafirmaron los que estaban”, me cuenta. La primera edición contó con 38 stands que ofrecían elementos básicos de la canasta familiar. Ahora llegan a 42 y cuando se traslada a los barrios se suman más productores. La dinámica comienza en un estacionamiento sobre una calle cercana con la descarga de productos, desde allí el recorrido incluye ofertas de carnes, verduras y frutas, panificados, mermeladas, dulce de leche y miel, quesos, pollo y pescado y productos de almacén como yerba y aceite. Todo entre un 15 y un 20 por ciento más baratos que su precio habitual. También hay productos agroecológicos.
“Todo lo que es frutas, verduras y carnes son pilares fundamentales dentro de la feria donde la gente ve la diferencia sustancial en la calidad y salubridad del producto, y en el precio”, dice Argüello. También las panaderías, las pastas, cereales, miel, mermeladas, son productos que se sostuvieron y a los que se agregaron productores nuevos.
La iniciativa surge de un trabajo conjunto entre el municipio a través de la Secretaría de Inclusión Social y Familia, el INTA, el Mercado de Abasto y diversas cámaras de productores de la ciudad y la región. Por ordenanza dispusieron la conformación de una mesa de diálogo con todos los sectores que pueden estar involucrados en la feria y solicitaron al Ejecutivo que más allá de los productores, del Estado, los centros vecinales, también puedan participar otras organizaciones sociales para enriquecer la forma de llevar adelante el proyecto. En las ferias se autoriza comercializar productos artesanales y de panificación solamente a consumidores finales y se prohíbe expresamente la comercialización mayorista de cualquier especie. Los productos que se venden son comestibles y provenientes de huertas de la región registradas en el Mercado de Abasto o en la Dirección de Ambiente y Saneamiento de la Municipalidad.
Entendíamos que teníamos que hacer algo para paliar la crisis económica de las familias y poder romper dos veces por mes con la cadena del sistema capitalista.
Jorge Argüello, subsecretario de Desarrollo Social de la Municipalidad
Recorrimos los puestos hablando con los productores. Argüello destaca que “la relación del productor con el producto tiene que ser las más cercana posible. Incluso con los productos que no son regionales buscamos que haya la menor cantidad de intermediarios posible”.
Lucrecia maneja las aplicaciones de su teléfono celular para exhibir fotos de familia. Esa mañana se levantó temprano y llegó al predio para armar el puesto con la expectativa de una buena venta y el compromiso de rebajar los precios. A las 6 de la mañana empezó a descargar los cajones y a organizar la jornada. Armaron una verdulería en plena calle. Tres kilos de tomates por 50 pesos. También naranjas, pimientos, rúcula, acelga. Metros más adelante la carnicería exhibía sus ofertas. Igual la fábrica de pastas, los salames, la cerveza artesanal. “Nosotros hacemos las mermeladas en casa, tenemos todo habilitado por bromatología. Hay otras chicas que no pueden venir por eso: hacen unos dulces riquísimos pero le venden a los vecinos o a los amigos porque no están habilitadas”, nos cuenta Valeria.
Nos encontramos con Leonardo de la red de productores Abya Yala. No tenía un puesto propio, pero fue para acompañar con unos mates. Yerba ahumada. Orgánica. Ellos se dedican a la producción hortícola agroecológica y fueron invitados por el INTA para vender en la feria. “Tenemos tres hectáreas, pero en este momento estamos trabajando una con sistema de riego por goteo en forma agroecológica sin uso de agroquímicos”, resalta. Venden en las ferias, en un almacén a modo de emprendimiento y por diferentes canales que van de puestos a redes sociales.
“En la Red somos once establecimientos, desde productores hortícolas, productores extensivos de granos, elaboradores de productos, panificadores, plantines, asesores agroecológicos; hay una amplia gama”, relata. Asegura que “a los productores les viene bien esta feria” para que se pueda saber “de dónde vienen las verduras y tener un trato directo” con el público. “Quienes consumen nuestros productos saben cómo los hacemos y tienen otra idea de cómo alimentarse, una conciencia de un consumo más sano. Por eso nos eligen: la idea de un consumo sano está cada vez está más arraigada.”, reflexiona.
A las 12 muchos locales habían agotado la mercadería. Las mujeres mayores de 60 llevaban bolsas de tela y carros de compra. Los jóvenes compraban y usaban cajas. “Entendíamos que teníamos que hacer algo para paliar la crisis económica de las familias y poder romper dos veces por mes con la cadena del sistema capitalista en el tema de reventa, proponiendo precios más baratos”, argumenta Argüello. Sostiene que tienen noción de lo que están atravesando “sectores muy humildes de la sociedad” y resalta que como municipio existe “la obligación de velar por todos los ciudadanos: los que se encuentran con muchas dificultades son los que más necesitan del Estado”.
A esta feria la anteceden otras. Son formas que van tomando, que “les da el sistema”. Van “adaptándose al capitalismo”. Vienen de otras instancias, como el trueque, que se modificaron de acuerdo a relaciones e intereses. Son una alternativa económica en términos de precios y más justa en cuanto a la relación entre productor y consumidor. “Nosotros creemos que de 2001 para acá hubo un incremento en la formación educativa en términos universitarios a nivel social. Esto ayuda a repensar herramientas como esta ante la situación económica”, asegura.
Según Argüello, el municipio aporta “un grano de arena a la dignificación social familiar, porque queremos un Estado que participe, proponga e interactúe con otros sectores”.
Compro la yerba ahumada, tres kilos de naranjas de jugo y tomates. Asumo el camino de regreso. En los auriculares suena “Qué culpa tiene el tomate”. La mochila pesa. Pienso en las formas de organización de la producción y el consumo vinculadas a la esfera de la economía social. Y en cómo se incrementaron en los últimos años. Recuerdo investigaciones locales que se propusieron promover y consolidar espacios para la articulación y coordinación de organizaciones. La Feria del Campus, una experiencia autogestiva. Imagino que al menos hay un Estado (local, en un complejo contexto nacional) propiciando la generación de espacios de intercambio. Eso parece. Canto bajito para acompañar los pasos. El estribillo reza “que la tortilla se vuelva…”. Ojalá.
Fotos y videos de la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.

Rodrigo Duarte
Es doctorando en Ciencias Sociales y licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional de Villa María. Cursó la diplomatura de actualización en especialidades periodísticas, el diplomado en Ley de Medios Audiovisuales y la diplomatura en Periodismo Político del Colegio Universitario de Periodismo de Córdoba, entre otras. Trabaja en la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM, en el portal Argentina Investiga, en la Municipalidad de Villa María y en Puntal Villa María.