Edith Vera

Pura potencia del decir
por Daniela Rivarola

I

Leer literatura es encontrar más preguntas que respuestas. Desde ese lugar, leer poesía creo que es, como dice Montalbetti, “hacer metáforas porque la realidad nos resulta insoportable”. Leer poesía es leer todo, es encontrar mucho de la vida, la muerte, el lenguaje. Es encontrar. En mi caso, a medida que tropiezo con nuevos poetas o que vuelvo al corpus de mi tesis, siempre hay algo nuevo. Ese algo podría nombrarse como la curiosidad que guía mi lectura y que determina de alguna forma mi deseo por seguir leyendo. Entre tantas preguntas que aparecen, podría enunciar algunas. ¿Quién escribe en el poema? ¿Cuál es el yo que aparece? ¿Cuál es el tema? ¿Qué imágenes predominan en un proyecto de escritura poética? ¿Cuánta brevedad puede soportar un poema? ¿Por qué la poesía habilita una escritura desordenada, en comparación con la narrativa? ¿Es una escritura desordenada? ¿Qué le pasa al lenguaje en la poesía? ¿Le pasa algo? ¿Hay un sólo tipo de lector para el poema? 

II

En el primer capítulo del libro de Deleuze Crítica y Clínica (1993) el autor afirma que no hay materia vivida en la literatura, por el contrario, hay un asunto del devenir. Ya en el prólogo, Deleuze toma de Proust la idea de hacer delirar la lengua en el mismo proceso de escritura. Por otro lado, Jorge Monteleone plantea que el yo del poema es distinto al yo que escribe (El Fantasma de un nombre, 2016), por eso hay un sujeto imaginario que habla en la poesía y que no responde a un yo de la primera persona. Dice Monteleone: “el sujeto imaginario corresponde a todas las representaciones subjetivas mediadas por la categoría de persona que se concretizan en el acto interpretativo de la lectura de un conjunto de textos poéticos” (El fin de Narciso, s/f). Me resulta muy interesante esta perspectiva ya que abre el juego a leer la poesía sin tener en cuenta la biografía del poeta. Haciendo una extensión entre Deleuze y Monteleone, me pregunto si tal vez ese delirar de la lengua es en la poesía el tensionar el lenguaje al punto que el yo se transforma en ficción y por lo tanto hay un devenir que fluye. Si bien la postura de Deleuze parte del acto de creación, mientras que la de Monteleone es la posición de quien lee, me parece apropiada la posibilidad de pensar y sostener que sin lectores no hay poemas. Tal como dice Borges, la escritura es una forma de lectura. También Martín Kohan dice que la escritura es una experiencia sensorial, es decir, una experiencia que incluye el cuerpo y por ende todos los sentidos: tocamos la hoja, sostenemos el lápiz con la mano, miramos el relieve de las letras en el papel, etc. Toda escritura es deudora de alguna lectura. Leo y escribo. Y al revés.

Volviendo a la poesía, el yo lírico del poema es el yo de la enunciación, tal como lo definió Käte Hamburger en su trabajo La lógica de la literatura (1957). Pero ese yo no responde al clásico circuito de la comunicación. En el poema sucede otra cosa. Así como la figura del narrador opera en la narrativa construyendo un relato, en el poema el yo se desdibuja, se expande, se ausenta o se utiliza para distraer.

Cuando empecé a leer los poemas de Edith Vera, por ejemplo, el universo biográfico inundaba cada verso. A medida que escuché en seminarios y charlas a grandes lectores de literatura, se me ocurrió que la poesía de esta autora, la potencia de su escritura estaba en la literatura misma. Por supuesto que su vida y el hecho de caminar por las calles de la misma ciudad donde yo vivo actualmente le dan elementos poéticos a mi interés por realizar un trabajo de análisis crítico. Como dice Tamara Kamenszain, la crítica literaria es un acto tan disfrutable como leer literatura.

Por todo eso es que me atrevo a leer, por ahora, algunos elementos que menciono antes en los poemas de esta autora. El siguiente poema de Edith, sin título, dice:

Tal vez porque fui rama
con hojas, sin espinas.
Más tarde fui una simple
corola en la mañana.
Porque fuego de soles
el corazón me ardieron
y mi sangre fue savia,
y mi piel sin defensa
para ser lastimada.
Después vestí de verde
de blanco y rojo grana
y elegí aquel poema
que tanto me gustaba.
Tal vez, por todo eso
una vez fui manzana.

(La palabra verde y los caracoles, 1978-1979)

 La poeta es un árbol que pasa de rama en rama y termina en un fruto final, pero que al mismo tiempo puede leer un poema. Deviene otra cosa y la lengua no comunica nada. Es un poema maravilloso y cautivante para quien lo lee porque puede verse a sí mismo en ese proceso de ser una rama o un árbol.

Es muy llamativo cómo en sus poemas Edith deviene siempre en otra cosa: plantas, ríos, frutas, herbolarios, animales muertos. Incluso, pienso mientras escribo, podría analizarse que sus primeros poemas publicados donde el yo que aparece es un niño, es en realidad, un devenir del yo poético en otra cosa. Por ejemplo:

Naranja, niña de espuma,
quiso bajar a la tierra
y en el oro se bañó
Naranja, niña de oro,
jugando a la ronda-ronda,
en el azul se durmió.

(Las dos naranjas, 1969)

Deleuze va a decir que la literatura destruye la lengua materna y al mismo tiempo, construye una nueva lengua. Esta será la voz singular del escritor, una voz propia. Edith, dice en un poema bellísimo: “La palabra/ ese mar/ donde los corales unen sus espirales./ La palabra, palabra esperando otra palabra./La palabra/ pájaro de plata posado siempre en el anca del aire”. Aquí la palabra no tiene ninguna función comunicativa, más bien la palabra está en el aire o es el mar, es otra cosa.

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Cada poema de Edith Vera muestra que las cosas pueden ser otra cosa distinta o no ser nada.

Cada poema muestra que las cosas pueden ser otra cosa distinta o no ser nada. La autora privilegia el uso de la metáfora e imágenes que la mayoría de las veces se vinculan a la naturaleza o algo más. 

Otro poema donde el yo es un devenir a otra cosa:

Tengo la absoluta certeza
de que un bosque encendido vuela sobre mi cabeza
y que uno de sus pájaros
traza con el ala
el recorrido exacto de la vida
descendiendo entre las piedras grises.
Abajo, abiertas mis venas y arterias, esperan.
Viejos aromas de resinas exhuma el bosque
cuando las garras
dejan su huella en la piel.

(Con trébol en los ojos, 1996)

III

Ahora bien, si pensamos el acto de creación en la poesía, la pregunta que surge aquí es ¿por qué se escribe poesía? ¿Cómo se escribe? ¿Para qué? Sin pensar en las cuestiones utilitarias del poema, coincidimos con Deleuze cuando expone que el acto de creación es un acto de resistencia. Resistencia a la necesidad de volver utilitaria la literatura, ¿para qué? Resistencia, principalmente, a la muerte. Sabemos que vamos a morir, entonces hacemos poesía. En este sentido, José Lezama Lima dice que la poesía se nutre de la discontinuidad, que es la muerte y qué, a su vez, ésta es la garantía de potencia artística. Al mismo tiempo en el artículo de Jorge Monteleone que ya mencionábamos antes, el poeta y crítico literario dice: “la poesía como aquello que establece la causalidad del ser para la resurrección, el ser que vence a la muerte. De este modo, la poesía es la restauración del instante, que se fija como huella en cada poema”. Si bien Monteleone se refiere a un periodo particular y bisagra en la historia de la poesía latinoamericana, el año 1940, consideramos pertinente extender esta perspectiva en el tiempo.

Agamben, en su libro El fuego y el relato, agregará que esa resistencia de la que habla Deleuze significa siempre liberar una potencia de vida. Entonces hay vida, se escribe, se gambetea a la muerte. Además en su desarrollo sobre la potencia y el acto, Agamben dirá que en lo primero hay algo que se resiste, se mantiene inmóvil, se detiene. Y en este sentido, ser poeta, dirá, es estar en ese lugar de inoperosidad. Hay en el acto de creación dos impulsos contradictorios: impulso y resistencia, inspiración y crítica. Dice el autor: “¿qué es la poesía, sino una operación en el lenguaje que desactiva y vuelve inoperosas las funciones comunicativas e informativas para abrirlas a un nuevo, posible uso? O, en los términos de Spinoza, el punto en que la lengua, que ha desactivado sus funciones utilitarias, descansa en sí misma, contempla su potencia de decir (Pág. 48).

Si trasladamos estas ideas a la poesía de Edith Vera aparecen algunas cuestiones interesantes. Primero, tal vez, la poesía es inoperosidad pura, en el sentido de que no hay función de comunicación, como ya se comentó. Sólo una operación en el lenguaje en el que se contempla su potencia en el decir y no hay acto. Entre los papeles sueltos de Edith encontramos uno con fecha de agosto de 1996, donde dice:

“Por qué voy a vestirme, a calzarme, a aromarme con mi vieja loción. ¿Asistiré a esa reunión que no me interesa? Sé, desde antes, todo lo que  (…) [1] en ella. Saludos, exclamaciones, conversaciones acerca de la hermana de su prima casada con el hermano de su cuñado. ¿Y qué voy a decir de la literatura que se presenta cuando no sé ni siquiera hablar acerca de lo que yo escribo? Además tendría que colgar de mi boca la sonrisa y no sé dónde la he extraviado. Tal vez se fue en los sobres de semillas que envié para ser sembradas en estos días”.

Cuando la poeta dice que no puede hablar de lo que escribe hay una especie de resistencia al mismo acto de la poesía. Además de este fragmento sabemos, por testimonios de quienes la conocieron y fueron cercanos, que ella nunca estuvo preocupada por publicar sus textos. Estas personas que fueron sus cercanos guardan muchos poemas que la misma Edith les regalaba como un gesto de afecto. Es decir que la opción de no publicar era una decisión de la propia poeta y allí aparece la inoperosidad de la que habla Agamben.

Consideramos pertinente presentar la hipótesis, en este punto, de que los papeles sueltos encontrados en casa de la poeta que hoy se guardan en la Medioteca Municipal corresponden al archivo Edith Vera pero no a su obra. Y en ese sentido estos papeles son potencia pura, es decir, inoperosidad, porque no son escritos para ser publicados. Lo mismo sucede con los poemas que ella “regala” a sus conocidos, son textos que no aparecen en ninguna publicación de las pocas que se hicieron. Dice Agamben: “todas las cosas desean perseverar en su ser y se esfuerzan en hacerlo; pero, al mismo tiempo, resisten a ese deseo y, al menos por un instante, lo vuelven inoperoso y lo contemplan. Se trata, una vez más, de una resistencia interior al deseo, de una inoperosidad interior a la operación. Pero sólo ella confiere al conatus su justicia y su verdad” (Pág. 50).

IV

Hace un tiempo, Martín Prieto y Ana Porrúa en un homenaje a la poesía de Juana Bignozzi se preguntaban qué es lo que habilita que un escritor se convierta en un autor y pueda ingresar a la historia de una literatura. Una de las cosas que el crítico literario comentó fue la importancia del valor de la obra por sí misma, además de sostenerse por una serie de mediadores que son los divulgadores, editores, traductores, adaptadores, etc. Todos ellos conforman una red que habilita nuevas lecturas de esa obra y amplían el horizonte de publicación. La obra de Edith tiene valor en sí misma porque su escritura, su trabajo con el lenguaje, sus obsesiones, entre otras tantas cosas, hacen de ella una autora que trasciende los límites de un pueblo de la llanura argentina y puede ubicarse (o este es el intento) dentro de la tradición de poesía argentina.

Es la poesía de Edith pura potencia del decir. Hay una tensión en el lenguaje que desactiva las posibilidades de comunicación. Los textos utilizan los recursos propios del género para decir sobre la infancia, el amor, la muerte, la melancolía. Hay una lengua que delira, en términos de Proust, porque no dice sobre la cotidianeidad aunque muchas veces mencione algún quehacer doméstico. Edith nos dice otras cosas.

Notas al pie

[1] La letra es muy confusa y no logra entenderse cuál es la palabra que utiliza la poeta.

 

Bibliografía

AGAMBEN, Giorgio: “¿Qué es el acto de creación?” en G. Agamben: El fuego
y el relato, Sexto piso, México DF, 2016, pp. 35-50.
DELEUZE, Gilles: “La literatura y la vida” en G. Deleuze: Crítica y clínica:
Anagrama, Barcelona, 2006, pp. 11-18.
MONTELEONE, Jorge. El Fin de Narciso. La ruptura en el imaginario poético hispanoamericano entre 1940 y 1950.
MONTELEONE, Jorge. El Fantasma de un nombre. Poesía, imaginario, vida. Rosario: Nube Negra Ediciones, 2016.-PARODI, Marta. Con Trébol en los ojos. Vida y obra de Edith Vera. Villa María: Editorial Plus Ultra, 1996.
VERA, Edith. Tercera Edición Las Dos naranjas: Villa María, Ed. EDUVIM, 2019.

Fotos de la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.

Icono fecha publicación 17 de noviembre de 2022

Daniela Rivarola

Daniela Rivarola es profesora de Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Villa María. Docente universitaria. Cursa la Maestría en Literatura Argentina en la Universidad Nacional de Rosario. Nació a orillas del río en Pampayasta Norte en 1989.

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ISSN 2618-5040

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