La causa del daño
Los poemas de Palabras Tectónicas (Inflorescencia editorial, Tucumán, 2022) de Pablo Romero parecen construir un pequeño teatro donde los reflectores se van encendiendo y apagando, no para ajustarse a un modelo, sino para registrar en cada uno de los poemas-escenas las marcas involuntarias e intensas que ha dejado –en el cuerpo propio– la presencia de un otro que parece haberse retirado del mundo compartido. Ese otro, su materialidad, se encuentran presentes como “un hilo dorado” que recorre las escenas y las va enhebrando, como las cuentas de un collar que el yo acaricia, ensaliva y pasa por las manos, de mano en mano, en un intento de alcanzar a su destinatario, quien no tendrá, al recibirlo, mas remedio que acariciarlo también, reproduciendo el movimiento que lo originó. “Te someto a mi ficción”, dice el yo. “Contra voluntad apareces de pie/ en mis palabras/ dispuesto a decirme lo que esperé/ años enteros”. Así, los poemas de Palabras Tectónicas están escritos bajo la impronta de la llamada y en estado de dolorosa espera. Hay un yo que llama, amorosamente, a un otro que se ha ido:
Uno es un hombre acostumbrado
a doler:
traigo en mí
(quiero decir: conmigo)
la costumbre de sufrir
pocas cosas duelen más
que esta espalda en mi cara
pocas cosas pesan como esta
oscuridad.
Entonces estiro la mano
entre las sábanas
(porque qué hacemos
sino buscar para encontrar)

Qué hacemos sino buscar para encontrar se pregunta el yo lírico mientras va uniendo las cuentas de su libro collar, de su libro cadena, de su libro red para atrapar, para labrarle prisión a esa presencia hiriente del amado que huye, que siempre huye. Entonces el deseo del amante lo persigue en una danza que se acerca al ritual de la cacería. “Hay pocas cosas más peligrosas/ que enunciar/ pero cómo exiliarte del lugar/ donde no estás/ cómo traerte a donde no querés venir”. Aunque el poeta sabe que su desesperado intento será vano, dice y escribe y convoca en un intento de fracasada alquimia: convertir el plomo de la ausencia en el oro derramado de la pasión. Dice y escribe y convoca la piel del amado en la piel de la página. La boca se abre y las manos acarician, van enhebrando los poemas escenas para que el destinatario, por fin, también lo toque debajo de las palabras donde arde la lava. El libro se vuelve una caja que contiene ese deseo diferido, desafiante, hambriento, es apenas la cáscara que lo resguarda, su traslúcida coraza.
Sabemos bien que tanto la experiencia erótica como la experiencia poética son terrenos temblorosos donde al mismo tiempo que se afirma, el sujeto se abre y se pierde.
Hay palabras que cavan huecos
en el centro del mundo:
nada queda intacto
cuando el lenguaje cae sobre las cosas
como un hacha
como cae el polvo sobre la piel
del tiempo.
No conozco ninguna palabra capaz
de tender puentes de lo humano
hacia lo humano.
Cuando hablo cavo fosas:
no hay revolución más grande que la fe
ni dolor más grande que el amor.
De qué lado estoy
me pregunto después
de haber dormido tanto tiempo
en el costado de mi odio
después de haber ladrado
después de haber escrito.
De qué lado de la fosa
que cavó mi furia estoy
me pregunto
tan lejos de todos
tan a kilómetros de mí.
Quiero escribir
hasta que no quede rabia
hasta que el hambre se haga espuma
hasta que mueran estas ganas
de matar y de morir.
Cuando hablo hago cortes
en lo humano, grietas profundas
en la piel de la tierra.
Hablo y por la boca muero:
soy la causa del daño.
Nada queda intacto después del amor, “nada queda intacto/ cuando el lenguaje cae sobre las cosas/como un hacha”, anuncia sobre el final de libro, antes de que el yo lírico cierre el telón y apague el reflector que nos ha permitido contemplar estos poemas-escenas. “Cuando hablo cavo fosas” afirma Pablo Romero y me detengo en el gesto de cavar. Un movimiento que es funerario –se cavan fosas para enterrar a los muertos– pero también liberador: se cava en el lenguaje para encontrar una salida, para dar un salto, para preguntarnos de qué lado de la fosa estamos. Anudando dolor, goce y escritura, ese yo aquejumbrado y gozoso da testimonio de que el cuerpo está siempre fuera de sí, arrastrándose más allá de sí mismo, tras un otro que no es más que sombra y afirma: “Hablo y por la boca muero:/ soy la causa del daño”. El amor y la poesía hacen que el ser se atreva a abandonarse.
Imágenes de sitios públicos de internet y de la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.
26 de enero de 2023

Denise León
Denise León nació en Tucumán en 1974. Es doctora en Letras e investigadora de CONICET. Ha publicado Poemas de Estambul (Alción, 2008), El trayecto de la herida (Alción, 2011), El saco de Douglas (Paradiso, 2011), Templo de pescadores (Alción, 2013), Sala de espera (elCRUCEcartonero, 2013), Poemas de Middlebury (Huesos de Jibia, 2014) y Mesa de pájaros (Bajo la luna, 2019). Se encuentra en prensa la publicación de su obra reunida por EDUNT (Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán) que incluye el libro inédito De muerte ke no manke. Actualmente se desempeña como docente en las cátedras de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional de Salta y Teoría de la Comunicación II en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.