Pocos temas movilizan tanto la vida cotidiana como la vivienda, núcleo indiscutible de todo acercamiento antropológico a las sociedades cualquiera sea la época y el lugar, ya sea desde un enfoque político -propiedad, nación, culto y tribu- o desde una perspectiva económica -feudo, mercancías, herencia y renta-.
La vivienda no se trata de los materiales con los que se construye, así como la salud no se trata de medicamentos. El problema es epistemológico más que filosófico. La bioconstrucción propone un enfoque de equilibrio entre los diferentes aspectos cotidianos de habitar una casa: acondicionamiento térmico, provisión de energías, tratamiento de residuos, funcionalidad de los ambientes y, lo más importante, la adaptación de estructuras a la geografía –en lugar de modificar la geografía para “sostener” las estructuras-. En este punto, lo fundamental no es la estática y la resistencia de los materiales, sino la dinámica que las estructuras sociales imprimen sobre los territorios. Consideramos los aspectos antropológicos del espacio por sobre los aspectos geológicos del suelo. O como diríamos en la obra: pensamos las casas para las personas, no las personas para las casas.

La materialización de un espacio para el buen vivir exige identificar hábitos y costumbres que a veces permanecen imperceptibles para quienes inician el proyecto de “la casa propia”. Algo importante a considerar es que los hábitos culturales como la alimentación, el descanso, el ocio, la sexualidad, el trabajo, la educación, la religión, el deporte, no pueden estar en manos de bancos, mineras o fabricantes de muebles. La mayoría de los procesos de construcción de una vivienda comienzan por encontrar un profesional que nos ofrezca “lo que queremos todos”: por lo general una casa amplia, luminosa, barata y de calidad que no puede construirse en un lote de 300 m2 con el salario de las y los trabajadores en Argentina. Por otro lado, el bienestar no es necesariamente un jardín con césped, un sillón frente a la tele, una heladera grande, una cochera y un asador.

Asimismo hay que considerar que es difícil que algún profesional de la construcción diseñe y facilite los modos de habitar de un comitente cuando no dispone de acceso a la propia vivienda y siempre ha habitado un solo modelo de vivienda. ¿No es contradictorio que un cocinero pase más tiempo en su computadora que en la cocina? Para la bioconstrucción, el perfil ancestral del oficio se basa en adquirir la maestría de la técnica a través de la repetición y la experiencia. Que la industrialización de los procesos como resultado de la experiencia social sea fundamentada científicamente no exime de la necesaria evaluación de las teorías ni la necesaria coexistencia con otros sistemas constructivos. Hoy se emplazan depositorios de humanos basados en la eficiencia económica y la rentabilidad financiera. Así como las peceras no se hacen para el bienestar de los peces, en este sistema las propuestas no siempre atienden al bienestar del usuario.
La construcción que “aterriza” en cualquier lugar e impone su tamaño, peso, forma sin considerar el entorno, usos de suelo, cursos de agua, flora y fauna no es progreso: es colonialismo.
Ningún sistema constructivo orientado al lucro puede ofrecer armonía con el medio ambiente. Ninguna sociedad puede desarrollarse sin equilibrio entre naturaleza y cultura.
Si pensamos en los orígenes de la sociedad occidental contemporánea nos encontraremos con una serie de “evoluciones” basadas en la aplicación tecnológica de materiales para la construcción. Los orígenes -en plural- están muy bien situados en tiempo y lugar, permitiendo identificar estilos, técnicas y materiales con el determinado uso o modo de aplicación: materiales como el mármol “de Carrara” o el pino abeto “alemán”; técnicas como el tadelakt marroquí o el yakisugi japonés; hasta sistemas constructivos como el Coricancha o la Quincha de las culturas precolombinas en América Latina.
Ninguno de estos materiales o estilos estuvo disponible fuera de su región hasta el inicio de la expansión colonial de las monarquías europeas. Es decir, la única civilización que propone una contradicción entre ecología y vivienda es la occidental. El objetivo único de la vivienda en nuestro sistema es el lucro. Por ende la “evolución” está motorizada por un monopolio de industrias extractivistas: las minas y canteras; aserraderos y laboratorios petroquímicos. El material “estrella” que hoy empleamos como la garantía de estabilidad y rendimiento -categorías del mercado financiero- tiene un apellido que nos dice mucho de su origen: cemento “portland”. No aburriremos con detalles sobre cómo el acero y el hormigón británicos se expandieron por todas sus colonias durante el siglo XIX y XX. Basta con observar cómo se desarrollaron de similar manera los países que fueron gobernados por la Corona -India, Sudáfrica, Argentina, Australia-, mediante el tendido de ferrocarriles y telégrafos, la extracción de materias primas, los acuerdos de obras públicas como puentes y diques para riego.

El cemento necesita para su fabricación mucho calor, que se conseguía con carbón antes de la era del petróleo, pero en Argentina los hornos de cal ardían con la milenaria madera de los bosques nativos. El acero igual. Su embalaje y traslado es difícil y costoso, puesto que son materiales muy pesados y deben viajar largas distancias. Los áridos se extraen de las riberas o el fondo de los ríos. Ningún sistema constructivo orientado al lucro puede ofrecer armonía con el medio ambiente. Ninguna sociedad puede desarrollarse sin equilibrio entre naturaleza y cultura, así como no existe posibilidad de supervivencia cultural de las sociedades sin producción de alimentos, techo y abrigo. Tampoco puede sobrevivir la naturaleza humana sin luz del sol, oxígeno, agua.
¿Podemos estudiar arquitectura sin considerar el origen social y económico del que parte nuestro modo de diseñar? ¿Podemos pensar la vivienda como un producto o servicio escindido de las condiciones actuales del ecosistema? ¿Podemos pensar el cuidado ambiental individual separado de la historia y política del capitalismo que nos trajo hasta este punto?

La estructura laboral es el cimiento social sin el cual no es posible edificar viviendas en la sociedad occidental y la albañilería es una de las formas más ancestrales de explotación conocidas. Los trabajadores y trabajadoras de la construcción no tenemos salario fijo y en ningún caso gozamos de estabilidad laboral, ya que finalizada una vivienda finalizan los contratos. La precarización laboral es la primera variable de ajuste. Cada trabajador realiza tareas físicas extenuantes y mecánicas, como llevar al hombro bolsas de 50 kg de cemento, formato de packaging que no tiene otro beneficiario que la empresa cementera. En cualquier otra industria esta tarea ya fue reemplazada por máquinas, a valores que no llegan a cubrir un salario mínimo, vital y móvil. Esto siempre que sean trabajadores y trabajadoras formales. Habría que investigar el grado de formalidad de las tareas de refacción y mantenimiento edilicio; no es común emitir facturas por las tareas de albañilería que se realizan en nuestras casas. La realidad es que la “construcción tradicional” es un negocio que florece gracias a un mercado cautivo que permanece impermeable a los discursos de libertad de los agitadores financieros contemporáneos.
En la bioconstrucción el rol de constructores y constructoras toma otro volumen de participación en la ganancia, puesto que las técnicas y la experiencia son resultado de la utilización de materiales y métodos cuya disponibilidad es principalmente geográfica. Por un lado los materiales que se emplean no están estandarizados y por otro se precisa de experimentación previa para encontrar las proporciones ideales. Cuando el conocimiento está del lado de las y los trabajadores, la determinación de los precios, plazos y presupuestos fortalece la balanza de la oferta en un mercado en el que siempre hay demanda. La organización autónoma de trabajadores en cooperativas de trabajo de vivienda es un modelo que poco a poco gana terreno como alternativa frente a la inflación, los alquileres abusivos, la mala infraestructura de las ciudades.
Este breve artículo no es más que un chapuzón en un inmenso estanque. Hay miles de bioconstructorxs, arquitectxs, ingenierxs y activistas de todo el mundo que a través de las redes y otros medios de comunicación difunden información sobre estas técnicas alternativas de construcción para viviendas. Un análisis situado sobre el acceso a la tierra y la garantía del derecho a la vivienda en Argentina es mucho más necesario, incluso si las millones de argentinas y argentinos sin vivienda decidieran construir su casa con el sistema que mejor les parezca o con el que se adapte a sus posibilidades. El sistema de construcción es sólo la superficie, un enfoque sobre un asunto que estructura los modos de vida en sociedad.
En casi todos los métodos y sistemas empleados en la bioconstrucción, se estipula una jornada comunitaria, la “minga”. La minga es una jornada solidaria de trabajo barrial y familiar. Es un modo de organización social del trabajo que preexiste al sistema jerárquico del proyecto modernizador –inconcluso- del siglo XIX en Argentina. Si hubiera un modo de resumir lo que la bioconstrucción tiene para ofrecer en el siglo XXI es la búsqueda del equilibrio: un reencuentro de la sociedad con la naturaleza, de la técnica eficiente con el ritual de la abundancia, la delimitación del espacio privado a partir del esfuerzo comunitario.

Para quienes hacemos de la bioconstrucción una militancia política, no se trata de un sistema alternativo sino de una transformación necesaria.
Foto de portada de Esteban Castle. Otras fotos de Alquimistas del barro, Pueblo Mampa, Debarro arquitectura, Bioguía y sitios públicos de internet.
16 de marzo de 2023

Josías Acosta González
Es maestro mayor de obras. Tesista en la licenciatura en Sociología por la Universidad Nacional de Villa María. Compositor, fotógrafo y realizador audiovisual. Militante del Partido Comunista de la Argentina. Desde la ciudad de Unquillo, en Sierras Chicas, construye viviendas de bioconstrucción junto a Diego Cosenzo y Facundo Altamirano.