I
El otro día mientras viajaba en subte hice algo que no hay que hacer pero que no pude evitar. Me quedé escuchando una conversación ajena entre dos amigas. El diálogo iba y venía entre materias de la facultad, una historia de un amor que estaba llegando a su fin y la necesidad de repensar algunos proyectos. En un momento, una dice: “mi vieja me dijo que ella me apoya en lo que yo quiera hacer que ella solamente me quiere ver feliz”. De pronto el subte llegó a la estación en la que tenía que bajarme y tuve que abandonar la conversación a la que nadie me había invitado. La frase: “solamente me quiere ver feliz” quedó rebotando en mí, como una pelotita de ping pong. Feliz, feliz, feliz. ¿Por qué la felicidad es un deseo de aquellos que nos quieren? ¿Qué suponemos que implica la felicidad? ¿Por qué hay que ser feliz? ¿Cuáles son las imágenes y representaciones que están detrás de esta noción de felicidad? ¿Qué expectativas depositamos sobre nuestros hijos, amigos y familiares cuando les decimos que los queremos ver felices? ¿Qué demandas aparecen hoy en las instituciones de la sociedad, especialmente la educación, referidas a la felicidad? Y sobre todo, ¿qué lógicas subyacen alrededor de estos discursos?

II
¿Es la felicidad la nueva normalidad? Edgar Cabanas y Eva Illouz [1] plantean que – en tiempos de hipermodernidad y de capitalismo salvaje- la felicidad se ha convertido en un elemento fundamental de la idea que tenemos de nosotros mismos y del mundo, en un ingrediente central de nuestras vidas. De este modo, se construye un mercado de la felicidad en el que ésta circula como una mercancía que se puede obtener, entrenar y gestionar. Diversos objetos y prácticas de consumo a la distancia de un clic se ofrecen para “acrecentar nuestra felicidad”, como los libros de autoayuda, la comercialización de talleres y propuestas que invitan a “soltar”, “amigarnos con nuestro niño interior dañado”, entre otros. Un ejemplo muy representativo de estas ideas lo constituye una aplicación que tuvo más de tres millones de usuarios en el mundo (especialmente en Estados Unidos) denominada Happify [2]. Dicha aplicación diseñada por psicólogos, profesionales de coaching e investigadores en ciencias sociales, asegura a sus usuarios que verán duplicados sus niveles de felicidad al cabo de unos pocos días de su utilización. “Happify ofrece al usuario conocer su estado emocional en tiempo real, trabajar sus emociones y sus pensamientos positivos a través de sencillos ejercicios, y alcanzar los objetivos que se proponga en cuestiones tan variopintas como el trabajo, la salud, la amistad, el matrimonio o el cuidado de los hijos” [3].

Bajo este panorama pareciera que la felicidad depende del desarrollo y el entrenamiento de capacidades tales como: la autogestión, el autocontrol, la autoestima, la inteligencia emocional. Todas expresiones psicológicas -de corte individual y positivista- que ponen de manifiesto la demanda social que recae sobre las espaldas solitarias de los sujetos, en tanto son ellos quiénes deben gestionar de manera privada sus emociones para conseguir la felicidad. “Lo emocional es hoy el núcleo sobre el que gravita el ethos terapéutico del cuidado de uno mismo característico de las sociedades neoliberales” [4]. En el libro Las pasiones tristes Miguel Benasayag y Gerard Schmith [5] señalan la dificultad que tiene nuestra sociedad para lidiar con el sufrimiento y se preguntan por qué el malestar es rápidamente traducido al lenguaje de las enfermedades psíquicas. De pronto la timidez, la tristeza, la ansiedad son miradas en clave de anormalidad o patología.
Los efectos de estas prácticas en la subjetividad son funcionales a acrecentar aún más el sufrimiento, pero también a colocarlo en el plano de una intimidad que se cosifica y se pone al servicio de un sistema que fagocita la singularidad. Bajo la óptica mercantilizada de la felicidad la intimidad se vuelve un territorio sobre el que el sujeto puede operar, en el sentido más práctico del término, al modo en el que lo hace un cirujano para extirpar un tumor, por ejemplo. Extirpar aquellas partes defectuosas o problemáticas, para que sean reemplazadas por otras no defectuosas.
No hay una respuesta universal a la búsqueda de la felicidad: es inacabada, imperfecta e imposible, y además se encuentra determinada por nuestro propio montaje pulsional.
III
¿Será quizás que no hay una única manera para lidiar con los avatares del existir? Por fortuna: no somos máquinas y tal vez sea justamente eso lo que emerge en nuestros tropiezos, síntomas, malestares, sufrimientos: la expresión de que algo no anda -y que no necesariamente seamos nosotros de manera individual y eficiente quienes tengamos que adaptar nuestras emociones al sistema-.
En el clásico escrito El malestar en la cultura [6] Sigmund Freud, nos advierte que la aspiración a una felicidad absoluta resulta irrealizable. De hecho, señala que una de las mayores dificultades a las que nos enfrentamos como humanidad es la pretensión de una respuesta universal para la búsqueda de la felicidad. Como nos dice Perla Zelmanovich, el programa del principio de placer, el de ser felices, el de la armonía absoluta, es irrealizable por completo, debido justamente a la presencia inevitable del conflicto entre pulsión y cultura. La cualidad paradojal de la pulsión radica en que “al mismo tiempo que está en el fundamento de las inclinaciones destructivas hacia los otros y hacia sí mismo, es [también] la que da su fundamento a la construcción del edificio cultural” [7]. Como no tenemos forma de eliminar ese malestar constitutivo es que creamos diversos recorridos: las instituciones, el arte, la ciencia, la religión, el amor, para intentar “hacer con” la pulsión.

Juan Gelman [8] nos regala algunas orientaciones, dice el poeta: me duele el aire/ sufro el sustantivo (…)/ quién me manda andar grávido de frases/ calzar sombrero imaginario, ir/ a esperar una rima en esa esquina/ como un novio puntual y desdichado.
No hay una respuesta universal a la búsqueda de la felicidad, ya que además de inacabada, imperfecta e imposible, los pequeños momentos de felicidad se encuentran determinados por nuestro propio montaje pulsional. Más precisamente nos dirá Freud que: “no existe consejo válido para todos; cada quien tiene que ensayar por sí mismo la manera en que puede alcanzar la bienaventuranza” [9].
La regulación de la pulsión requiere de un recorrido polisémico, singular y de cierta temporalidad que venza la inmediatez. Los tiempos que corren y que nos corren, dificultan estos procesos, basta con un recorrido breve por publicidades, y frases de amplia circulación como: “Pedidos Ya!”, “Just do it” para ejemplificar algunas de las modalidades en que somos compelidos a mostrarnos siempre listos y optimistas. Una canción de Sumo lo expresa de forma clara “¡No sé lo que quiero, pero lo quiero ya!”.
IV
La institución escolar no ha quedado exenta de los imperativos de esta felicidad mercantilizada. De hecho, ha ingresado a ella de la mano de la conocida “educación emocional”, que viene cobrando fuerza en los últimos años y ha tomado forma de proyectos de ley en algunas provincias de nuestro país [10]. Las críticas que la escuela ha recibido -de la mano de estos discursos sobre las emociones- se vinculan a cierto descuido que tuvo la dimensión afectiva en la consideración de la experiencia de los estudiantes. Si bien algunas de estas críticas podrían tener cierto asidero, me interesa señalar las demandas que recaen sobre la escuela en estos tiempos de neoliberalismo.
Así como hasta hace no poco tiempo los intereses sociales y la agenda pública sobre la escuela se centraban en la cuestión de la inteligencia (entendida en términos individuales, o como una esencia del sujeto), podríamos decir que en los tiempos actuales el desplazamiento discursivo recae sobre la emoción, entendida como una habilidad, como una cualidad que puede entrenarse, como una aptitud que precisa de un “correcto manejo”, de una gestión eficaz. ¿Asistimos al pasaje del índice de coeficiente intelectual al índice de coeficiente emocional?

Es innegable que los sentimientos están atravesados por ciertas expectativas respecto de cómo se espera que actuemos; por ejemplo, llorar en un velorio, estar feliz en un cumpleaños, etc. La escuela promueve constantemente espacios con reglas y expectativas respecto de nuestro comportamiento y del de los demás. Estas “reglas del sentir” [11] se encuentran configuradas social, cultural e históricamente y requieren por supuesto de un aprendizaje por parte de los sujetos. Ahora bien, resulta interesante abrirnos a la pregunta de si nuestro lugar en el espacio escolar apunta a una mirada de gestión individual o si más bien pensamos que el lugar de la escuela tiene mayor relación con la elaboración y con una elaboración que no puede prescindir del trabajo con otros. A este respecto, Horschild [12] plantea una diferencia entre la gestión y la elaboración. Mientras que la gestión se relaciona con «suprimir» y/o «controlar», la elaboración tiene más que ver con la idea de configurar, evocar una emoción para poder comprenderla, o intentar hacer algo con ella. En palabras de una directora de Jardín ante la pregunta por cómo debería actuar la escuela frente a la pandemia dijo: “ante la emergencia no siempre deben buscarse protocolos, métodos y soluciones, sino que es oportuno detenerse en la imperiosa necesidad de latir con lo poético y lo ficcional, latir con las filiaciones y los vínculos” [13]. Las palabras de esta directora echan algunas luces: es preciso resolver, pero también y más aún, es preciso detenerse. No se trata de cualquier forma de detenimiento, no es una pausa desvalida, desnuda. Se trata de una pausa que elige vestirse del pulso vital que implica poner a jugar el lenguaje de la escuela: la ficción, los vínculos, la filiación.
Si la felicidad se aprecia en virtud de contrastes, la labor de la escuela radica más en seguir ampliando la paleta de matices que en controlar de manera eficaz la emoción escindida.
V
Si la escuela se propone ser un espacio feliz para los niños y los adolescentes que asisten a ella, corre el riesgo de quedar atrapada en una mirada instrumental, y, desde mi humilde opinión, está destinada al fracaso. La función de la escuela más que volver felices a los jóvenes o niños, es habilitar espacios de lo común, volver al estudiante un ciudadano, quizás la función de la escuela sea abrir un espacio intersticial en donde se hablen muchas lenguas: la de la biología, la de la poesía, la de la matemática, la del arte, la de la física, la de los derechos.

Aliviadoras palabras de Massimo: los objetos de saber cómo cuerpos eróticos que ponen en movimiento al alumno, pero también a nosotros los docentes. Pensar/Con mover dirá Marie Bardet [15] a propósito de la relación entre la danza y la filosofía. De cómo hay un hacer con el cuerpo y desde el cuerpo, que, al escaparse del canon de la danza como mera actividad estética, subvierte, genera un espacio anómalo: inesperado.
Desde esta lógica, despertar el deseo, es opuesto a generar un circuito de objetos de consumo que mortifican nuestra existencia. En la cara más despiadada del neoliberalismo en el que vivimos, el objeto de consumo nos consume. Nunca alcanza, nunca es suficiente, siempre se podría haber hecho más y mejor. Bajo el imperativo de ser felices, de mostrarnos felices, de que nos vean felices, podemos llegar a generar y generarnos mucho más sufrimiento del que ya implica vivir. Despertar el deseo, tiene más relación con la posibilidad de abrir un pliegue, incrustar una anomalía en esta cadena de sentidos cristalizados que con acumular tareas y haceres automatizados. Despertar el deseo: poder agujerear, vaciar el tiempo.
Las figuras de Cronos y Kairós pueden resultar prósperas para seguir rodeando el asunto. En la mitología griega Cronos hijo de Urano (el cielo) y Gea (la tierra), es representado por la figura de hombre envejecido que lleva una guadaña. Cuando es derrotado por Zeus (su propio hijo) fue maldecido para viajar por el mundo y medir la eternidad solo [16]. La figura de Cronos da cuenta de ese tiempo vendible cuantificable, el implacable paso del tiempo, las horas lineales del reloj, el incesante tic, tac.
Por su parte Kairós, representa el sentido de oportunidad, aquel tiempo que trae las cosas en el momento adecuado. El tiempo de Kairós refiere a un tiempo que se sale de la norma, un tiempo que perdura. Joke Hermsen señala que Kairós es el tiempo en el que pueden surgir ideas, transformaciones o cambios de rumbo, pues se abre un resquicio, durante ese lapso, “el hombre deja de percibir el tiempo como un transcurso necesario, inevitable cronológico de los acontecimientos y lo vive como un instante eterno que surge del encuentro entre el pasado y el futuro”. El tiempo se va curando, deja de trazarse en una línea recta, se vuelve circular, es el tiempo de recuerdo, pero también el tiempo donde hay espacio para lo nuevo [17]. Cristina Peri Rossi lo dice así: “detente instante, eres tan bello” [18].

Notas al pie
[1] Edgar Cabanas y Eva Illouz (2019) HAPPYCRACIA. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. Editorial: Paidos.
[2] Op, cit. p.128
[3] Op. Cit. p.128
[4] Op. Cit p.127
[5] Benasayag, Miguel y Schmitt Gerard (2010) Las pasiones tristes. Sufrimiento psíquico y crisis social., Buenos Aires, Siglo XXI.
[6] Freud, S. (1930) El malestar en la cultura. Vol. XXI. O.C. Argentina: Amorrortu.
[7] Freud ( 1930) p.83-84
[8] Fragmento del Poema Oficio de Juan Gelman. El poema completo se encuentra disponible aquí.
[9] Zelmanovich, P. (2010) “Cernir el malestar- Delinear lo posible- Hacer lugar al acto educativo.” Clase 1, Módulo 1. Diploma Superior “Psicoanálisis y prácticas socioeducativas”, FLACSO Argentina (p.10)
[10] Por ejemplo, Misiones (Ley VI N° 209-aprobada en 2018), Corrientes (Ley N°6398-aprobada en 2022) ya cuentan con leyes sobre Educación emocional y Neuquén con un proyecto de ley presentado.
[11] Hochschild (2009). La mercantilización de la vida íntima. Apuntes de la casa y el trabajo. Buenos Aires: Katz
[12] Op. cit
[13] Brailovsky (2023) El jardín y las maestras jardineras. Lecturas colectivas desde el nivel inicial. Novedades Educativas. (p.23)
[14] Massimo Recalcatti (2019) La hora de la clase. Por una erótica de la enseñanza (p.47)
[15] Marie Bardet (2019) Pensar con mover. Un encuentro entre danza y filosofía, Cactus.
[16] Liliana Maite (2022) Cronos en el blogg World History Enciclopedia
[17] Hermsen, Joke J. (2019) La melancolía en tiempos de incertidumbre, Madrid: Siruela (p.69)
[18] Fragmento del poema de Cristina Peri Rossi. El poema completo se encuentra disponible aquí.
Fotos de sitios públicos de internet. Producción audiovisual de Carolina Ramírez – Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.
19 de octubre de 2023

Verónica Silva
Nació en la ciudad de Salta en 1984. Trabajadora de la educación pública. Docente de Psicología y Aprendizaje (subárea Adolescencia) en los profesorados de Enseñanza Media y Superior de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Estudió la licenciatura en Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba, realizó un doctorado en Educación en la Universidad Nacional de la Plata. Integra el equipo de Investigación Jóvenes y Escuela Secundaria en el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.