Relato

Táctica y estrategia
por Mildred Martínez

30 de enero de 2019. Mario Requena con Marcelo El Loco Bielsa, abrazados, en Inglaterra según leo en el epígrafe de la nota, sonríen desde la página deportiva del diario local. Me emociona verlos. El sueño del pibe, pienso.

Un año después Mario me llama, lo noto angustiado y algo inquieto:

-¿Podrías venir a casa? Necesito que me hagas un favor, necesito que escribas y mandes una carta a Bielsa. Te hago el puchero de rabo y quijada, como en los viejos tiempos, te vas a chupar los dedos.

Mario me muestra todos los regalos que le hizo Bielsa: equipos deportivos, zapatillas, libros. Al fin me cuenta lo que le sucedió un año atrás con quien fuera técnico del Leeds, su amigo.

Hacía años que no lo veía. Seguía siendo el gigantón de siempre, pero el incipiente temblor que tenía en sus manos cuando lo conocí, casi treinta años atrás, se había instalado definitivamente ahora, a sus ochenta y pico, como herencia de su trabajo de telegrafista en el Correo Argentino.  

-Pasá, pasá, cómo están los chicos, vos sentate que está listo el puchero.

Mientras tanto va y viene con dificultad entre el agua hirviendo y dos o tres fuentes humeantes de carne y verduras. Rechaza mi ayuda.

-Vos sentate.

Su terquedad sigue intacta, confirmo.

Mario Requena viene de una familia de apasionados. Su hermano Eduardo “el gallego”, un apasionado por el fútbol, la docencia y la política, desaparecido por la dictadura en 1976. Mario, otro apasionado, cuarenta años de trayectoria como entrenador, formador de técnicos y creador de la primera escuela de fútbol para niños en la ciudad de Villa María, Córdoba, donde nació.

El puchero tiene de todo, está riquísimo, cocina bien, a lo rústico. Años atrás, cuando éramos vecinos, dos por tres abría la puerta y me dejaba algún estofado de osobuco, encebollado de hígado o el famoso puchero de rabo y quijada. 

-Sabés que estuve en Inglaterra. Me pagó todo El Loco, todo de lo mejor, cinco estrellas, un sueño, estar con él, verlo entrenar, pero la cagué… 

Conocía ese rasgo insistente de inculparse permanentemente. Sus recuerdos tienen el run run de un tren cargado de piedras, con cientos de vagones añejos y desvencijados que no terminan de pasar. Imposible pararlo, queda preso de su propia carga, embarullado por su propio ruido, alejándose solo. Ya no lo puedo seguir, se va, se va, a esa estación oscura y solitaria de barreras bajas, infranqueables. 

Recuerdo que siempre se reprochaba haber dejado a la familia de lado por los entrenamientos, los partidos y los asados. 

-Yo no sé cómo me aguantó mi mujer. No estaba nunca en la casa, y ¿para qué? Cuando necesitás a alguien se borran.

Cuando lo conocí había ya enviudado, su casa era el lugar de encuentro para ver los partidos de distintos campeonatos, los clásicos, las finales del mundo, además de los de Racing, del cual era «hincha». Todos los viernes su casa adquiría otro ritmo, desde la tardecita empezaba a llegar gente, estacionaban autos que iban y venían con bolsas de pan, carne, carbón, verduras y botellas. Casa de puertas abiertas, se escuchaban las charlas animadas, las chanzas futboleras, las risas, el ruido de la puerta del garaje que rechinaba cada vez que alguien entraba o salía. Esos días Mario tenía una sonrisa distinta, se le instalaba en la cara una luminosidad especial. 

A pesar de esta tendencia a refunfuñar por todo, se enorgullecía de ser amigo de Griguol y del Loco Bielsa, “personajes que entendían al fútbol con otros principios, que hacían de la enseñanza una pasión”. Iba y venía revolviendo papeles, trayendo carpetas, fotos.

-Mirá, acá estoy con Griguol, un capo ese tipo como entrenador, brillante, re meticuloso para dirigir. El maestro le decían, ja.

Con Bielsa tenían una relación fluida, se llamaban por teléfono con frecuencia y compartían opiniones sobre singulares métodos de entrenamiento: protagonismo en el ataque, equilibrio defensivo, evitar la pérdida de la pelota antes de que el ataque se concretara, mucha movilidad para facilitar el juego de asociación de pases ofensivos.

Su amistad venía de muchos años atrás, desde inicios de la democracia en 1983. Tras un largo recorrido en las juveniles, Bielsa asumió como técnico del primer equipo de Newell’s en julio de 1990. Se propuso la tarea de reclutar buenos jugadores y como una especie de «cazatalentos» fue por pueblos y ciudades argentinas. En miles de kilómetros recorridos, contactó a futuras estrellas mundiales como Gabriel Batistuta, descubrió a Mauricio Pochettino, en Murphy, un pueblo a 150 kilómetros de Rosario. Con varios de los talentos que él mismo había reclutado y formado, protagonizó el período más exitoso en la historia del Club.

En ese recorrido llegó un día a Villa María y preguntó por Mario Requena, entrenador popular, del cual le habían dado buenas referencias y se llegó hasta el Correo, lugar donde Mario trabajaba. Me los imagino a los dos, poco diplomáticos y cerrados. Bielsa esperó que terminara su turno de telegrafista y se fueron a tomar un café. 

De esas historias me enteré poco a poco cuando fuimos a vivir con los chicos a la manzana de los carteros en el barrio Santa Ana, justo al lado de la casa de Mario. Un barrio con calles intrincadas y circulares que escapaban a la cuadriculada trama de otros trazados de la ciudad. Sentados en un escalón de la vereda de nuestras casas colindantes, cerveza de por medio, Mario me hablaba de «sistemas, tácticas y estrategias», palabras, que para mí, como psicopedagoga, siempre habían significado otras cosas.

Estoy armando una escuela de fútbol –me dijo en una oportunidad-, quiero que los chicos se diviertan jugando, sin presiones, que aprendan el valor de trabajar en equipo y que salgan un poco de la calle y del televisor. ¿Vos escribirías el proyecto? Así se forjó nuestra relación de muchos años de trabajo.

El 7 de enero de 2020, con un puchero entre nosotros, Mario no escapa a aquella dinámica de años atrás. Me muestra todos los regalos que le hizo Bielsa: equipos deportivos de distintos colores, zapatillas, libros. Terminamos de comer el puchero, no me deja ni levantar los platos, afuera se instala el calor de la siesta. La barrera que ha tendido en torno a sí, se levanta. Al fin me cuenta lo que sucedió un año atrás con quien fuera técnico del Leeds, su amigo, el que generosamente lo invitó a compartir los entrenamientos, ver todos los partidos, incluyendo el que ganó 2-1 como visitante al Rotherham United, por la 29na. fecha de la League Championship. Compartió con su amigo la ilusión de que el Leeds se mantuviera como único líder del torneo. Pero el último partido es pura adversidad, todo se desbarata, nada funciona, la victoria se les escapa, el dolor se instala. Mario no soporta ese momento, se turba, no atina a abrazarlo en la derrota. Después arma sus valijas, se vuelve a la estación sombría y solitaria, sin saludarlo ni agradecerle. Se va, pero queda preso de su propia carga.

Lo consume la duda, ha pasado un año, un año sin poder explicarse ni explicarle a su amigo esa reacción, un año sin poder enmendar lo ocurrido. 

—No puedo seguir con ese peso —dice—. Quiero poner en palabras lo que siento. Necesito decirle que tal vez con los treinta años compartidos pueda comprender los motivos por los cuales no lo saludé, que el cariño y la amistad serán hasta el último día de mi vida. Quiero que sepa que lo sigo en todos los partidos, que ojalá se den los resultados que le permitan llegar a la primera y que ha conseguido lo más importante: la credibilidad de la gente.

Se pregunta si vale la pena intentar una disculpa todavía, si la carta llegará.

Entre el aroma a puchero, insistente en el aire de la casa, camina hasta la computadora. La enciende. La flecha del mouse gira alocada por los cuadrantes de la pantalla.

—Escribila vos —, dice casi en tono de súplica. 

Va hasta la ventana que da al patio y me empieza a dictar su despedida a Bielsa.

Imágenes y producción audiovisual de Carolina Ramírez – Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM

Icono fecha publicación  16 de noviembre de 2023

Foto de autora de la nota

Mildred Martínez

Nació en Villa María, Córdoba. Es doctora en Psicología, psicopedagoga y animadora socio cultural. Autora de bibliografía especializada en el campo de investigación sobre Capital Cultural y Educación. En el año 2017 emprendió una serie de viajes para contactarse con originarios de pueblos ancestrales y plasmó sus experiencias en el libro Sincronicidad, señales para reinventarse (El Mensú, 2021). Recibió mención de honor en el género narrativa en el Concurso Internacional Renacer de las Letras 2023. 

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Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Bv. España 210 (Planta Alta), Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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