Narración oral

Las cuenteras de la esquina
por Estela Centeno

Veinte años de historia

En este grupo amamos contar cuentos. No somos originales, ya que desde la noche de los tiempos las historias nos acompañan. La narración oral es un arte ancestral, nacida en la misma cuna de la humanidad, extendida en el tiempo, el espacio y las diferentes culturas. Adherimos a la hipótesis de que contar y escuchar historias es la piedra basal de la condición humana. Desde el comienzo ha sido una forma de construir comunidad porque reúne a las personas en torno a una ronda, a un fuego, para verse a los ojos, compartir palabra, alimento, alejar amenazas, intercambiar saberes prácticos, indagar en preocupaciones metafísicas, ligar a las generaciones. Es entretenimiento, encuentro, consuelo, perplejidad, memoria, futuro. Así, durante milenios la narración vivió en cada hogar, cada reunión, cada persona que contaba y que escuchaba mitos, leyendas, anécdotas, cuentos, sucedidos, chistes.

Contar y escuchar historias desde siempre ha sido una forma de construir comunidad: reúne para compartir palabra, alimento, alejar amenazas, intercambiar saberes, ligar generaciones.

En nuestro tiempo y en Argentina, es un oficio relativamente nuevo. Si bien siempre hubo narradores dotados, famosos en su comunidad (esos que han ido a buscar las y los recopiladores), sólo en los últimos tiempos se ha convertido en un oficio urbano que alberga muchas formas de desarrollarse. Y existen muchos caminos para llegar a él.

Las Cuenteras de la Esquina cumplimos veinte años y es un buen momento para repasar nuestro recorrido. Incluso podemos relacionarlo con el oficio en nuestro país: nuestra primera maestra fue María Héguiz, pionera de la narración oral escénica que, en 1982, con Juan Moreno estrenó: “el día de la música en un café de San Telmo y el espectáculo Solo en verde[1]. Ambos habían trabajado con la doctora Dora Pastoriza de Etchevarne [2] y pasaron por el Instituto Summa, el espacio que sigue siendo un centro de irradiación para la narración oral. Pero esa es otra historia.

La nuestra comenzó en Junín, provincia de Buenos Aires, en el año 2004. En ese momento, la Escuela de Educación Estética se dispuso a ofrecer algunos talleres de extensión para adultos (su alumnado está compuesto por estudiantes de 5 a 18 años). Desde Taller de Iniciación Literaria, las profesoras propusimos la idea de un Club de narradores, lo cual nos permitiría tener una mayor inserción en la comunidad, para promover el libro y la lectura, compartir la experiencia literaria y, claro, armar un grupo de narradores.

Pero… experiencia no teníamos. Formación, tampoco. Acceso a bibliografía, menos que menos. Apenas habíamos hecho un par de talleres en la Feria del Libro Infantil y escuchado a alguna que otra narradora, en la ciudad de Buenos Aires, como Ana Padovani. Pero María Héguiz había estado en la ciudad porque trabajaba con la Dirección de Bibliotecas de la Provincia de Buenos Aires, primero con el proyecto Biblioteca en la comunidad y luego Contar con todos. Su forma de narrar nos conmovía por su belleza, su voz que volvía al libro una experiencia comunitaria.

De manera que decidimos convocar para dar un taller de iniciación a la narración oral. Afortunadamente contamos con el apoyo del municipio y lo organizamos a lo grande, un viernes de abril. Este sería el lanzamiento de nuestro Club. Invitamos a toda la comunidad a través de las familias, de la escuela, de los medios de comunicación, de las instituciones de formación docente y ese día en el SUM de la escuela éramos una multitud. María nos propuso un taller comprometido, divertido y profundo que despertó el deseo de narrar y el deseo de escuchar cuentos, además de poner a los asistentes en acción y mostrar que todos poseemos herramientas para contar y que las usamos habitualmente, porque vivimos contando, o acaso porque vivir es contar(nos). 

A partir de entonces el Club comenzó a andar. El grupo inicial fue de unas doce personas, todas mujeres: maestras jardineras, jubiladas, amas de casa, una productora agropecuaria, empleadas administrativas, de comercio. Cada semana nos encontrábamos para entrenar, intercambiar, aprender.

En los encuentros incluíamos un momento de juego (ejercicios teatrales, con el gesto, con la palabra, improvisación de historias: buscábamos todo aquello que pudiera aportar a la dinámica y la formación). Jugábamos para estrechar vínculos, generar confianza, para preparar un buen ambiente de trabajo, para sentir el espacio, explorar el movimiento, entrenar la voz, perderle miedo a los olvidos. Cerrábamos este momento pensando el cruce entre la experiencia de juego y la narración oral.

Otro momento se vinculaba con algún aspecto más teórico. Por ejemplo, aprendíamos sobre la estructura del cuento, los orígenes de mitos y leyendas, la especificidad de la literatura infantil. Propusimos criterios para seleccionar cuentos, con una impronta literaria.  

El momento más importante, por supuesto, era contarnos y escucharnos. Abrir la conversación para comentar las narraciones profundizando, yendo más allá de me gustó/no me gustó. Con las preguntas claves siempre a la mano: ¿para quién es este cuento?, ¿dónde lo contaríamos?, ¿qué funcionó bien?, ¿qué se puede mejorar?

María Héguiz se convirtió en la “madrina” del grupo, ya que nos incluyó en el programa Contar con todos, lo que nos permitió tener continuidad en la formación durante varios años, encontrarnos con grupos de toda la provincia y participar en distintas actividades de integración en las ciudades de Luján, La Plata y Buenos Aires. El contacto con otros grupos y narradores fue estímulo y aprendizaje, porque se aprende a contar contando, pero también escuchando.

María también nos convocó para lo que fue nuestro debut ante el gran público: la visita del tren cultural a nuestra ciudad. 

Este recuerdo merece un paréntesis porque Junín es una ciudad ferroviaria. El tren, específicamente los grandes talleres que aquí funcionaban, dieron trabajo a miles de personas: en cada familia había un ferroviario. El tren marca el tejido urbano pero sobre todo es parte de la memoria afectiva de todos. Cuando ese día de agosto de 2004 el tren cultural se instaló en la estación prácticamente desmantelada por la privatización del ramal, la gente acudió en multitud para subir al tren, recorrerlo y disfrutar de la propuesta. El viejo vagón comedor, que estaba atestado, era el espacio para las actividades que integraban a artistas locales y visitantes. Cuando llegó el momento de los cuentos, narró María Héguiz y luego nos invitó a mostrar lo nuestro: una presentación organizada en torno a un cofre con pañuelos de distintos colores y tamaños. A medida que sacábamos los pañuelos, salían los cuentos igualmente variados. Este es un recuerdo entrañable, no sólo porque fue exitoso, bonito, emocionante, sino sobre todo porque fue una inmersión en la comunidad. Asimismo, significó una puesta en movimiento y nos lanzó de cabeza a la actividad: seguimos haciendo presentaciones en jardines, en escuelas primarias y secundarias, en la Escuela de Estética. Fuimos a narrar al Hogar de ancianos. Organizamos un ciclo de cuentos para chicos, los sábados por la mañana en Urbano, un espacio cultural céntrico.

En diciembre, invitamos a un espectáculo de cierre de año en nuestro hogar, la Escuela de Educación Estética. Hubo un público entusiasta y fue una fiesta de cuentos.

En definitiva, al terminar el año estábamos completamente inmersas en la narración, apasionadas por el arte oral, con proyectos para seguir contando en espacios comunitarios pero comenzando a gestar nuestra primera aventura escénica: un espectáculo a partir de la novela Secretos de familia, de Graciela Cabal (que se concretó, con la dirección de Susana Nazer, pero eso también es otra historia).

En ese tiempo inaugural, fue fundamental lo aprendido con María Héguiz: la necesidad de escucharnos a nosotras mismas, buscar nuestra identidad, escuchar la trama de voces, historias, recuerdos que nos habitan, ir en la búsqueda de ese narrador interno que vive en cada uno y necesita ser escuchado para revelarse en su identidad: ¿quién soy?, pero también ¿a quién le quiero contar?, ¿qué quiero contar?, ¿por qué? 

Ante la otra gran pregunta, cómo contar, trabajamos con la secuencia de imágenes del cuento: a través de la palabra ingresamos a un mundo otro, ficcional o mítico, que vamos construyendo en nuestro interior mediante imágenes visuales, auditivas, olfativas que nos permiten recrear, ver, escuchar, transitar el cuento en la imaginación para poder luego contarlo como si hubiéramos estado allí. Esas imágenes están en la palabra leída, pero son únicas para cada lector y se vuelven oralidad (palabra, gesto, voz, contacto) en el momento de contar. Mejor lo dice Carmen Martín Gaite: “el hombre o cuenta lo que ha vivido, o cuenta lo que ha presenciado, o cuenta lo que le han contado, o cuenta lo que ha soñado. Aunque lo más frecuente es que componga sus historias con elementos extraídos de los cuatro montones, y precisamente de la gracia y el talento para hacer la mezcla depende su éxito como narrador” [3]. No se trata de “memorizar” sino de habitar la historia. Creer en ella, para que su potencia llegue a quienes escuchan.

Creemos que, en un mundo y en una Argentina donde las máscaras ocultan cada día más la vida, la voz desnuda del narrador puede ser una posible resurrección cotidiana.

En esos inicios, nuestro Club tomó algunas características que se mantienen hasta hoy: cualquiera puede ser parte. Sólo se necesitan ganas de compartir historias. 

El Club funciona como un taller de formación permanente incluyendo todos los aspectos posibles: desde el repertorio hasta la técnica vocal, pasando por el análisis estructural del relato, el trabajo de los recopiladores, entre otros. Tenemos una reunión semanal de dos horas entre marzo y noviembre, siempre en la Escuela de Educación Estética.

Cada cuento (que puede ser popular o literario, mito, leyenda, fragmento de novela) se presenta y trabaja en el espacio del taller antes de salir al público. Todas aportamos nuestros comentarios para que el cuento crezca en la voz de quien narra.

Contamos historias en espacios comunitarios, allí donde nos inviten, haciendo nuestras las palabras de María Héguiz en el proyecto Contar con Todos: “en un mundo y en una Argentina donde las máscaras ocultan cada día más la vida, la voz desnuda del narrador puede ser una posible resurrección cotidiana”, tratando de llegar especialmente a espacios en los que la palabra y el arte son postergados por distintas circunstancias. 

Nos presentamos en grupo. Era imprescindible al inicio, porque cada una tenía un repertorio mínimo, en desarrollo. Luego se convirtió en nuestra identidad. Buscamos y proponemos un encuentro con la palabra poética, sin lecciones de contrabando. Al contar, compartimos una experiencia estética que no pretende enseñar nada práctico. Si acaso, como el arte en general, nos amplía el mundo, la mirada, la idea del otro. Seleccionamos nuestro repertorio (individualmente) de manera cuidadosa y estricta, observando la potencia simbólica de la historia y los personajes, la belleza de las imágenes, la polisemia en la materia verbal, un acuerdo ético y estético con el cuento.

La formación es permanente, a través de la lectura de bibliografía específica, visitas de narradores y narradoras, talleres por acá y por allá, el Encuentro de Narradores y Cuentacuentos de la Feria del libro (en 2004 fuimos dos personas. En 2005 ya fuimos doce. Hasta ahora, nunca faltamos). Co-coordinamos Estela Centeno y Mariel Leonardelli y somos un grupo autogestivo.

En veinte años, muchas cosas cambiaron. Nosotras, las de entonces, ya no somos las mismas. Nos dimos un nombre, Las cuenteras de la esquina. Abrimos un espacio para la narración oral en nuestra región, formamos narradoras y narradores, formamos un público. Desarrollamos una enorme actividad artística. Entramos al Complejo Penitenciario y salimos de gira por la zona. Pero esa también es otra historia.

Notas al pie

[1] Héguiz, María: Laboratorio de lectura y narración social: Pedagogía del libro hablado. Novedades educativas (2017).
[2] La trayectoria de la doctora Echevarne puede consultarse en https://www.institutosumma.com.ar/dora-pastoriza-de-etchebarne. Su libro El arte de narrar. Un oficio olvidado, ed. Guadalupe, Buenos Aires (1972) sigue vigente.
[3] Martín Gaite, Carmen: El cuento de nunca acabar. Destino (1997).

Fotos de Las cuenteras de la esquina. Producción audiovisual de Carolina Ramírez – Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.

Icono fecha publicación   30 de mayo de 2024

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Estela Centeno

Nació en el Gran Buenos Aires. Allí escuchó las voces del barrio y la familia, también se alimentó de lecturas. En estas líneas se cifran sus elecciones formativas y laborales: profesora de lengua y literatura en todos los niveles, en escuelas de artística y formación docente. Además, profundizó en Literatura infantil y Animación a la lectura. Es especialista en lectura, escritura y escuela por FLACSO. Desde 2004 es fundadora y co-coordinadora del club de narradores Las Cuenteras de la Esquina de Junín. Así que, como seña de identidad,  puede decir que es cuentera.

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Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Bv. España 210 (Planta Alta), Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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