En dos sarcófagos verticales tapados de cemento y rematados por extrañas cúpulas, duerme el misterio más fascinante de Villa Nueva. El de los dos primos que, según la leyenda, se habrían suicidado de común acuerdo a mediados del siglo diecinueve. Y acaso haya sido ese pacto el que les impidió, según el rito católico, merecer el réquiem de la tierra. O tal vez una costumbre funeraria inédita en la región, ya que el monolito es único en el país.
Años después de aquellas muertes, más precisamente en 1870, una de las familias de los primos suicidas, los Carranza, donaban un inmenso terreno para levantar el primer cementerio villanovense. Y ese fabuloso parque de algarrobos tenía justo en el centro esas dos tumbas. Pegadas y a la vez separadas. Juntas pero divididas. Tan profanas como sagradas. Y al caer la tarde, vistas desde lejos, se parecían a las torres de una pequeña iglesia abandonada en el monte.
Pero ¿quién inventó la leyenda de los primos suicidas y qué rigor histórico tiene? La respuesta no puede ser otra que una comparación literaria. Platón mencionó la Atlántida en un texto y luego los hombres la salieron a buscar. Y el mito de las tumbas paradas también fue el pasaje de un libro. El que Pablo Granado publicó en 1975 bajo el título “Villa Nueva, un pueblo con historia”. Allí, bajo una fotografía y a modo de explicación de las tumbas, Granado escribía: “Entendemos que este tipo de sepulturas existen solamente en Villa Nueva y en un pueblito de Italia, lo cual constituye una verdadera rareza… A ello agregamos la consabida leyenda, que es en definitiva la poesía de la Historia. Observamos que uno de los túmulos (el de la derecha) está separado de su igual. Según la leyenda, las tumbas pertenecían a dos primos hermanos a quienes las exigencias familiares pretendían unir en matrimonio… Días antes de que esto ocurriera, ambos se quitaron la vida. Sepultados en dos tumbas unidas, pocos días después, la de la niña se había separado de la del muchacho. Los esfuerzos realizados para que conservara la perpendicularidad fueron inútiles en todas las oportunidades, de tal manera que los dejaron separados para siempre”.

Amanda y Joaquín en su jardín primitivo
La leyenda caló tan hondo, que años después los primos llegaron a tener nombre: el que les dio el escritor villamariense Luis Luján en su libro sobre “Leyendas urbanas de Villa Nueva”, coescrito con sus alumnos de un secundario para adultos. En ocasión de la aparición del libro, Luján explicó a este cronista la génesis de sus afirmaciones:
“Lo que te voy a contar es un dato que nos entregó el historiador local Armando Fonseca. Dice que cuando la familia Carranza donó el terreno para el cementerio, las tumbas ya existían. Y que además tenían una cierta antigüedad. Por lo tanto se desconoce quiénes yacen ahí adentro y la fecha precisa de esas muertes. Por ese tiempo, la economía de Córdoba se basaba en el ganado mular. Pero con la llegada de los inmigrantes se activa la agricultura. Y el gobierno provincial exige a las familias cierta cantidad de hectáreas para darles un préstamo a 50 años. Como estas dos familias, los Carranza y los Domínguez, no tenían esas hectáreas, deciden casar a dos primos para reunirlas. Pero ellos se rehusaron y pocos días antes de la boda se suicidaron de común acuerdo. El nombre de la chica habría sido Amanda. Y cuentan que todavía se la oye jugar entre las tumbas, como si quisiera recuperar la adolescencia que le negó el suicidio. El nombre del chico, en cambio, se desconoce. Pero nosotros le pusimos Joaquín”.
Ese mismo año pude entrevistar al propio Fonseca.
Fallecido en marzo de 2019 a los 85 años, don Armando fue la “mano derecha” del propio Granado y un continuador de aquellas investigaciones. De hecho, su libro “De la Pampa Gringa a la Pampa India”, propone una asombrosa continuidad a “Villa Nueva, un pueblo con historia”.
El tema de aquella entrevista a Fonseca fueron, precisamente, “los misterios” de su ciudad. Y las tumbas se llevaron buena parte de la conversación. Hete aquí el resumen.
“Empiezo por decirte que hubo un primer cementerio que no era el San José que hoy todos conocemos sino otro, uno que estaba en el actual cruce. Pero como era muy cerca del poblado, las familias Martínez y Carranza ceden los terrenos actuales que estaban más retirados. Da la casualidad que las tumbas paradas ya estaban ahí. Nunca se supo a quiénes pertenecieron o de cuándo databan. La pretensión de Pablo Granado era abrirlas para saber y pidió permiso. Pero la Municipalidad y el Obispado se lo negaron. Como los Carranza ya vivían en el lugar, se presumía que los enterrados eran miembros de la familia. Pero eso nada tiene que ver con la historia del primo y la prima a los que quisieron casar y se suicidaron. Eso es la leyenda. Nunca hemos encontrado documentos que la prueben o la refuten. Como ves, la historia de Villa Nueva es muy rica”.
Sólo eso. Luego, tanto Fonseca como Granado y las propias tumbas se callarían por el resto de la eternidad.

Romeo y Julieta del Ctalamochita
Al tiempo, hice una desolada visita al cementerio para escribir una crónica. Allí pude entrevistar a Miguel Ángel Ramos, el empleado con más antigüedad del camposanto. Y la pregunta más importante, como era de esperar, recayó sobre el monumento más famoso.
“¿Las tumbas? Viene un montón de gente a verlas. Hasta de Estados Unidos vinieron. A veces hay contingentes que llegan en colectivo y piden permiso a la municipalidad para sacar fotos. Según dicen, hay dos primos que se mataron y están ahí adentro. Pero también se cuenta que en las tumbas más chicas, además de familiares, hay indios enterrados que vivían por esta zona”.
Y el sepulturero señaló hacia el piso los pequeños nichos custodiados por ángeles de cal.
Un cementerio (recuerdo que pensé aquella vez) no sólo replica el trazado arquitectónico de la ciudad a la cual pertenece sino también la concepción espiritual que la contiene. Y si toda la raza humana fue fundada, según el mito bíblico, alrededor de una pareja desobediente que perpetró un hecho sangriento (“parirás con dolor”) lo mismo pasó en Villa Nueva. Porque su inmensa ciudad de los muertos gira en torno a estos Adán y Eva del siglo diecinueve. A esa pareja joven y perfecta, fallida y sangrienta, que un día quedó emparedada para siempre.
Es frecuente leer en la historia o en las novelas sobre pactos suicidas por amor. Lo que no es nada común es encontrar un “pacto de desamor”. Y si la sangre y el dolor de la primera pareja fueron el origen de una especie sin paraíso, el cementerio de Villa Nueva no escapó a esa consigna primordial. Y de algún modo, aquellos dos jóvenes que no pueden hablar tras el cemento de los siglos, fueron Romeo y Julieta del Ctalamochita. Por eso es que sus tumbas siguen ejerciendo tanta fascinación entre la gente. Y sobre todo entre los enamorados que hacen sus juramentos más románticos al pie de sus sarcófagos, bajo la mirada de los ángeles de cal que, implacables, todavía vigilan.
Fotos de la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.

Iván Wielikosielek
Nació en Ballesteros, Córdoba, en 1971. En narrativa ha publicado Crónicas del Sudeste, Los ojos de Sharon Tate y El libro del Pozanjón y la ciudad de los muertos. En poesía, Príncipe Vlad, Crímenes de la sed y Gatos de Nínive, todos por el sello cordobés Llanto de Mudo. Desde 2007 se desempeña como periodista en diversos medios gráficos de Villa María.