Casi treinta años han pasado del estreno de Philadelphia y aún hoy podemos apreciar la incandescencia de este film que terminó convirtiéndose en ícono entre las películas sobre el sida y la homosexualidad, así como de las conexiones que se tejían entre ambas cuestiones a principios de los 90. Philadelphia narra la historia de Andrew Beckett (Tom Hanks), un abogado prodigio de una importantísima firma que además es gay y contrae el virus del sida. Sus empleadores, al enterarse, lo despiden tendiéndole una trampa, sin poner en juego esa información para salvarse el pellejo. Andrew decide hacerles una demanda y logra la representación legal de Joe Miller (Denzel Washington), otro abogado mediático y exitoso, pero con bastantes prejuicios con respecto a la enfermedad y los homosexuales. En escena se representa justamente el juicio y el deterioro del protagonista a lo largo del proceso.
El film tiene varias cualidades cinematográficas para destacar como el guión, el tratamiento del color, las actuaciones y la banda sonora -la canción compuesta por Bruce Springsteen para el film, Streets of Philadelphia, se llevó el Oscar a mejor canción original-. Pero lo que hizo la película relevante fue el hecho de haber aparecido en el momento histórico justo, ya que el sida en los 90 empezaba a mostrar su cara más cruel, como así también surgir en el lugar adecuado: la sociedad norteamericana, siempre tan de doble moral.

Comencemos por el principio que es justamente el título. Philadelphia es, como bien enuncia el personaje de Washington, “la ciudad del amor fraternal, la cuna de la libertad y de la declaración de la independencia”. Pero vemos cómo aquí aparece representada como una sociedad retrógrada, conservadora y de un espíritu perseguidor y acusatorio. Un acierto del director ponernos a pensar sobre esa paradoja. Luego de esa presentación inicial y en palabras del mismo personaje, la historia en realidad “es sobre el odio del público, el repudio y el miedo a los homosexuales. Ese miedo y odio transferido a Andrew”. Es en ese sentido que el abogado de Beckett invita a todos los presentes en el juicio a “salir del closet”.
Aquí haremos un paréntesis porque es necesario re-significar esa sentencia a la luz de las nuevas concepciones ideológicas. Es que hoy no hay que sacar a nadie del closet. Proponerlo como algo valiente es en realidad un acto violento que atenta contra la identidad y la libertad de cada sujeto, por más que se trate inclusive de disfrazarlo de progresismo o se plantee en términos de visibilidad de la diversidad. Cada persona tiene sus plazos y toma sus propias decisiones con respecto a su sexualidad. Y vemos que efectivamente Andrew no habla de eso en su lugar de trabajo porque anticipa que se va a exponer a una humillación, porque ha escuchado a sus jefes hacer chistes ofensivos hacia los gays. Además él sabe que tiene el derecho legal de preservar su intimidad y así lo hace. Él no está obligado a mostrar a nadie que es homosexual y existe una ley que lo ampara. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Acaso las personas heterosexuales tienen que ir por la vida aclarando que lo son? Fin del paréntesis.
Philadelphia resultó trascendente porque permitió cuestionar el orden establecido y las ideologías del momento. Hoy revisitar el film nos invita a seguir preguntándonos al ritmo de lo que nuestros tiempos nos piden.
El personaje de Denzel aún no entiende la dinámica de la sexualidad de su defendido; todavía no ha comenzado su proceso de deconstrucción. Es que a él no le hablaron sobre la homosexualidad o sobre vidas alternativas. Para él “los maricas son raros, se disfrazan como una madre, tienen miedo de pelear, son peligrosos para los niños y sólo quieren tocarte”. Al principio no quiere tomar el caso cuando Andrew lo busca -también va al médico a controlarse después de estrechar su mano, preocupado por un posible contagio- y luego, hablando con su mujer, se asume prejuicioso y afirma que todo lo que hacen los gays es asqueroso y que él prefiere ser un anticuado que cree en la biología y en el “ser macho”. De esa manera la ignorancia aparece como un disparador para la discriminación y segregación. Todos quieren alejar el sida, todos discriminan a Andrew. Lo acusan de ser mentiroso e hipócrita y empiezan a cuestionar su vida para poner en duda la validez de su reclamo. Asumen que se está muriendo gracias a “su elección de vida” y ahora está enojado y quiere que alguien pague.
Aquí es donde también debemos repensar otra cuestión: lo que se llama “elección de vida homosexual” del personaje principal del film. Que el protagonista justamente sea abogado y encarne a la ley nos permite ensayar un paralelismo con el concepto psicoanalítico que oficia de ley en las cuestiones de sexualidad: el complejo de Edipo, organizador de la dinámica sexual con todas sus variantes. En un análisis un tanto simplificado, diríamos que según el psicoanálisis el sujeto deviene hombre o mujer -siempre en términos de heterosexualidad- de acuerdo a sus conocimientos sobre la diferencia anatómica de los sexos, a cómo transitó su ambigüedad de amor-odio hacia el progenitor del mismo sexo y cómo finalmente logra identificarse con él; todo esto obviamente desde el plano de lo inconsciente (Freud, 1924). De ello se desprenden un par de cosas. Primero que el resultado decanta en una concepción binaria de la sexualidad de aquello que es presentado como “lo normal”. Luego, que el sujeto justamente parece no elegir nada por sí mismo, sino que es condicionado por sus deseos inconscientes.
Lo que se propone a la luz de los acontecimientos y movimientos sociales actuales es no caer ni en una cosa ni en la otra. Porque la sexualidad (aún en la época de Freud) es precisamente mucho más que ser hombre o mujer. Y no por ello son desviados (de la norma) como los calificó Freud en sus “Tres ensayos sobre teoría sexual” allá por 1905. O perversos y/o psicóticos como afirmaban algunos psicoanalistas ya más entrado el siglo XX. El ser humano ni es conducido por su inconsciente como una marioneta ni tampoco elije su sexualidad. Acordando con el psicoanalista Paul Preciado, a la sexualidad la entendemos como una construcción compleja que, si bien tiene componentes biológicos y psicológicos, tiene también componentes sociales, históricos y políticos que van cambiando según las épocas y los lugares, todo lo cual la vuelve un fenómeno imponderable, único e irrepetible (Preciado, 2019). Ese es el prisma para leer y entender la vida del protagonista de Philadelphia desde sus orígenes y, en este caso, hasta su muerte. Si bien Freud esbozó algunas concepciones sobre “la homosexualidad” o “la elección de objeto homosexual” tanto en “Tres ensayos sobre teoría sexual” (1905), “Introducción del narcisismo” (1914) y “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), hay que considerar que elaboró su teoría con lo que tenía a mano y con las limitaciones propias de su época y de la cultura en la que estaba inmerso. Hoy la época es distinta, ha habido grandes cuestionamientos y transformaciones. Y eso merece otra cosmovisión sobre la sexualidad y la orientación sexual.

Es por eso que, como dijimos antes, Philadelphia fue una película que resultó trascendente tanto para el ámbito del cine como para la sociedad en su conjunto: porque se atrevió a patear el tablero abordando un tema difícil, mostrando otra cara de la problemática, y permitió así cuestionar el orden establecido y las ideologías del momento. Hoy revisitar el film nos invita otra vez más a seguir preguntándonos al ritmo de lo que nuestros tiempos nos piden. Y lo hace contándonos una historia extremadamente humana, con mucha compasión, aunque resulte emocionalmente asoladora. Es una película que va contra la hipocresía y la discriminación, a las que combate y desbarata con las armas de la tolerancia y el respeto, esos derechos por los que luchaba Andrew como homosexual y además como enfermo de sida en los tempranos 90. Como pequeña crítica a la película se podría decir que la familia de Andrew y su pareja Miguel (Antonio Banderas) parecen vivir todo de manera idílica y sin ningún cuestionamiento, inmersos en un ambiente de total aceptación y superación que por momentos resulta poco creíble. Pero es un mínimo detalle dentro de un todo casi redondo.

El maravilloso trabajo de Tom Hanks para dar vida al recordado protagonista de Philadelphia le valió su primer Oscar. Su actuación es de una sensibilidad incuestionable. Su partenaire Denzel Washington también estuvo a la altura de lo que la película pedía. Es interesante ir viendo como su performance crece a medida que su personaje va descubriéndose a sí mismo como profesional y como ser humano. Todavía hoy, la metamorfosis de Joe durante la película exhorta al espectador a que camine junto a él para poder comprenderlo todo de una manera más amorosa y humana.
Fotos y vídeos de sitios públicos de internet.
27 de noviembre de 2020

Maximiliano Figueroa
Nació en Ucacha, Córdoba, y reside en Córdoba Capital. Orgulloso de haber caído en la Universidad Pública; egresado de la Universidad Nacional de Córdoba como licenciado en Psicología con Orientación Psicoanalítica. Cinéfilo amateur.