Escenarios

Ser mujeres y ser músicas
por Camila Millán

Enero de 2015, un bolichito en la Quebrada de Humahuaca, un dúo de un violinista y una guitarrista recién conocidxs, provenientes del interior del interior, grupos de rollingas con suéters de alpaca, una peña chiquita y una luz en cuya penumbra un hombre toca el bombo y canta. “Con esta me despido. Gracias”. Suena canción. “Gracias, quedamos a disposición con el bombo”.

Nos miramos-guitarra y violín en mano-, asentimos. Subimos a los cajones que ofician de escenario. Afinamos cuerdas y cabeceamos al señor del bombo, como interrogando. “Con señoritas no toco”, dice y baja del escenario. Entonces, alguien del público abandona su mesa y se sienta al bombo a suplir la ausencia mas no el desplante del intérprete misógino. “Y mi bombo tampoco”, remata, y se pone de pie para sacar ferozmente las baquetas de encima del cuero. Nos miramos, extrañadxs, y tocamos nuestro incipiente repertorio, al son de las palmas ternarias de lxs presentes.

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La ley 27539 garantiza el derecho al trabajo de lesbianas, no binaries, mujeres, travestis que se desarrollen en el ámbito musical. El problema persiste: siguen violentando a todxs aquellxs que tensionen el universal masculino.

Elaboré este relato años después, en esa parte de mi trayectoria en la que ya había transcurrido por los caminos de la autopercepción para nombrarme como lesbiana, como música y como comunicadora, si hubiera que sacar categorías más o menos listas del horno de las definiciones identitarias para servirlas de contexto.

Esta elaboración lleva tiempo porque no parece haber un impedimento real para nuestra práctica musical. Nuestra participación en estos ámbitos no está vedada explícitamente, estas limitaciones se nos presentan casi como algo fantasmagórico que parece no haber pasado o no haber sido dicho del todo. Sin embargo, la incomodidad queda resonando por muchos rincones hasta convertirse en certeza: les trans, las mujeres, las travestis, las lesbianas hacemos música a pesar del contexto dado, negándolo o subvirtiéndolo, ensanchando esa rendija finísima hasta que nuestros cuerpos puedan escabullirse hacia el otro lado.

Ese otro lado son los escenarios, los espacios de visibilidad, la industria, los medios de comunicación, las ofertas laborales, la formación, las opciones de financiamiento de nuestras trayectorias artísticas, la autonomía de nuestras decisiones personales, estéticas, laborales. A medida que avanzamos en la adquisición de derechos a fuerza de disputas del espacio público, de alianzas multisectoriales, de trabajo material y simbólico, se presentan nuevos desafíos que implican profundizar la pregunta por los avatares de nuestra participación.


Hacer camino al andar

Adrienne Rich sostiene que “los silencios, los espacios vacíos, el lenguaje en sí mismo con su extirpación de lo femenino, las formas del discurso nos dicen tanto como el contenido, una vez que aprendemos a ver lo que se ha dejado fuera, a oír lo que no se ha pronunciado, a estudiar los modelos establecidos de ciencia y erudición con una mirada marginal”.

¿Cómo configurar esa mirada oblicua, que se construye desde habitar “lo otro” del discurso y la historia? Un modo fecundo pareciera ser la interrogación, el cuestionamiento. De allí la pregunta por abordar alguno de los aspectos acuciantes de la participación de mujeres en los escenarios, en festivales de música. Esto en primera instancia, aunque podemos complejizar ese interrogante si incluimos en la ecuación de la participación a otras identidades disidentes. Así, surgen, como tentativas de respuesta, diversas iniciativas: revisitar a las grandes figuras femeninas de la música desde una perspectiva feminista, construir espacios de formación desde donde apuntalar las trayectorias de lxs artistas, evidenciar discursivamente las inequidades del mercado e incluso impulsar proyectos de normativas que reviertan esta tendencia.

A propósito de esto, la ley 27539 sobre cupo femenino y acceso de artistas mujeres a eventos musicales garantiza el derecho al trabajo de lesbianas, no binaries, mujeres, travestis que se desarrollen en el ámbito musical. Esta norma se aprobó en 2019 y establece un cupo de participación del treinta por ciento de “músicas mujeres y personas con identidad de género autopercibida” en “eventos de música en vivo”.

La legislación es necesaria, sienta las bases nominales de las demandas de sectores vulnerados y logra avanzar con una serie de acciones que disputan derechos sobre un terreno inhóspito pero, como el movimiento de un oleaje, avanza y retrocede sin alcanzara revertir esa situación estructural. El problema de fondo persiste: siguen violentando a mujeres, a lesbianas, a travestis, a pibes trans; a todxs aquellxs que tensionen el universal masculino. Aún con normas que garantizan las participaciones plurales, el camino es sinuoso y  complejo para quienes no son hombres blancos heterosexuales y se deciden a construir un lugar y una práctica que dé pelea al sentido común de los escenarios.

En el debate que suscitó la ley, los medios de comunicación pusieron el foco en la pregunta por la legitimidad de lxs músicxs que acceden a los escenarios a partir de las disposiciones de la norma, e incluso se hicieron eco de enunciaciones estereotipantes como la de sostener que “las mujeres no tienen talento” para justificar su ausencia en espacios masivos de trabajo y visibilidad.

El pedido de avales no es novedoso, es una práctica periodística que ha sido usual al entrevistar a mujeres músicas. A modo de ejemplo, en 1985,  durante el programa Café con Canela, la conductora pide a cada una de las integrantes de Viuda e Hijas de Roque Enroll que respondan de quién heredaron la práctica, les pide una especie de carnet de afiliadas del club de la música. Canela dice: “yo sé que hay padres músicos, hermanos músicos…identifíquense”. Ese gesto de indagación por la validación de figuras masculinas describe gran parte del tratamiento mediático que reciben todas aquellas identidades que se fugan de la heterosexualidad obligatoria.

 

Por la doble vía de la autopercepción

Por estas autopistas vagan quienes deciden no adherir al sí tácito de la pertenencia dada, quienes dudan antes de pasar por la puerta dual –siempre abierta y clausurada a la vez- de la heterosexualidad obligatoria, entendida esta no como una decisión íntima y personal, sino como un sistema político, “un sistema que produce el cuerpo de doctrinas de la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión” dice Wittig, un sistema cuya principal característica es la de erigirse como lo universal, lo dado, lo no criticable, lo pretendidamente natural, y por tanto, neutral.

Salirse de la narrativa heterosexual no es tarea sencilla, es necesario desmarcarse, alzar la voz, emerger de esa masa pretendidamente uniforme para avisar –una y mil veces- que no pertenecemos, precisando para esto al menos una fuerza capaz de vencer la inercia heterosexual.

La autopercepción no atañe sólo a la identidad de género, sino que también es el filtro desde el que tamizamos nuestras prácticas, nuestros horizontes, nuestros puntos de partida. Y además de ser el faro desde el que nombrarnos y definirnos más o menos acabadamente, esta enunciación es el cristal desde el que les otres nos miran, es desde dónde todo eso que no somos por definición – la otredad – construye lo que se espera de nosotres, en tanto cuerpos que se han mudado al territorio de lo incierto, de los consensos momentáneos.

Entonces, ¿quiénes son lxs músicxs? ¿Quiénes somos lxs músicxs? ¿Qué nos hace optar por definirnos como tales? ¿Qué no? ¿Es la práctica? ¿Es el saber? ¿Es la disputa por la esfera de lo público? ¿Son las tareas de las que proviene nuestro sustento económico? ¿Es nuestra trayectoria individual o familiar? ¿Todas las identidades contamos con un punto de partida idéntico en el camino teleológico de “ser músico”? ¿Quiénes han sido los músicos históricamente? ¿Quiénes definen estas categorías?

Al respecto de esto, versa el Relevamiento Estadístico de la Actividad Musical, realizado por el INAMU,  Instituto Nacional de la Música: “la base de datos que conforma el RUNM -Registro Único Nacional de Músicxs- da cuenta en buena medida de las personas que se dedican a la música en la Argentina, pero su inscripción en el registro es voluntaria. Por lo que la proporcionalidad de cada variable en el mismo está mediada por este acto. La situación de quien se considera persona música puede o no coincidir con la afirmación de quien trabaja de la música, y obtiene de ella su sustento económico. Se suma a esto la situación de informalidad que tradicionalmente caracteriza a la actividad artístico-musical más allá del ejercicio de la docencia, o la situación común a cualquier trabajador contratado como prestador de servicios”.

Este reconocimiento identitario-profesional va entonces en dos sentidos, por un lado de afuera hacia adentro: la validación de lxsotrxs nos convierte en músicxs; y además de adentro hacia afuera: la autopercepción, nuestra construcción y enunciación como tales nos hace músicxs. ¿Qué factores nos permiten hacer todo este recorrido? Pienso por ejemplo en producciones fundantes en este sentido como el cancionero travesti trans Brotecitos o la remake de 30 años de Mujer contra mujer en conmemoración del día de la visibilidad lésbica ¿Es posible traducir estos avances en mejores condiciones materiales de producción y de vida para mujeres, trans, travestis, no binaries, lesbianas en el universo del trabajo y las prácticas musicales?


Cambiar de figura para no cambiar de fondo

Y cuando se abren las puertas a ese escenario soñado, que funda una “carrera”, que legitima los deseos, ¿llegamos en calidad de qué? Rich sostiene que “el poder, arrebatado a una gran mayoría de mujeres, se ofrece a unas pocas para que parezca que cualquier mujer “verdaderamente cualificada” es capaz de acceder al liderazgo, el reconocimiento y la recompensa“. Este convite a la participación light y lavada también podemos relacionarlo con el tokenismo [1]. Desde Transplaning proponen un análisis interesante de la dinámica de estos puestos que simulan una apertura a otras maneras de habitar los espacios públicos pero que redundan en reproducciones cíclicas de las mismas desigualdades.

Restan muchas cuestiones sobre las que seguir reflexionando: los avances y retrocesos al respecto de nuestra participación son resultado de cierta masividad superficial que algunos discursos feministas han alcanzado, pero los cimientos de esa construcción bravía no se conforman con migajas. ¿Qué lógicas de visibilidad y trabajo podemos generar para incomodar ese universo clausurado de lo dado? ¿Qué desafíos nuevos presentan las limitaciones de nuestras estrategias?

Mientras sostengo estas preguntas, atravesamos la pandemia o la pandemia nos atraviesa, el presente se turna entre la conmoción y la incomodidad, da la sensación de que el tiempo no pasara, pareciera que los surcos de nuestras resistencias se hicieran como hilos cada vez más finos, más insignificantes, o mejor dicho, más difíciles de significar.

Pero a la vez, intuimos, sabemos, conocemos los vendavales del tiempo que nos mece, el lente fatal que nos desespera haciéndonos creer que existe una impermeabilidad entre el pasado y el futuro como si no hubiese líneas de fuga en ambos sentidos. Como si el presente no fuera más que esa bisagra inamovible en la que se anuda lo que ha sido y lo que es, sin la noción de lo que puede ser.

Propongo entonces, ahondar en estas preguntas, en estos terrenos pantanosos con la convicción de que todo puede ser cambiado. Con la lucidez de hurgar en el pasado no como un tiempo-espacio horroroso e inexplicable, sino también como una madeja similar a la del presente, con resistencias, con pugnas, con una inconmensurable densidad de acontecimientos, de posturas políticas, de expresiones desafiantes, pensamientos e injusticias que no han sido nombradas, y otras que sí hacemos emerger a la superficie escabrosa de lo dicho, donde se exhibe a los objetos con sus luces y sus sombras.

 

 

[1] Blas Radi propone una definición de tokenismo: “se usa para referirse a esa inclusión simbólica que consiste en hacer pequeñas -y superficiales- concesiones a grupos minoritarios para evitar acusaciones de prejuicio y discriminación. Esta práctica es generalmente ejecutada por personas que incorporan un número mínimo de miembros de grupos minoritarios para generar una ficción de igualdad o diversidad y dar una imagen progresista”  en http://revistaanfibia.com/ensayo/que-es-tokenismo-cisexista/.

Referencias

Ley 27.539 – Cupo femenino y acceso de artistas mujeres a eventos musicales Liska, Mercedes (2019) Relevamiento Estadístico de la Actividad Musical. Análisis del Registro Único de Personas Músicas con perspectiva de Género. INAMU-Instituto Nacional De La Música.
Rich, Adrienne (2001). Sangre, Pan y Poesía. Prosa escogida 1979-1985. Icaria editorial.
Wittig, Monique (2006). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Editorial Egales.

Foto de portada de Leandro Fernández. Otras fotos y videos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación  5 de agosto de 2021

Camila Millán

Nació en 1993 en Tunuyán, Mendoza. Es comunicadora social, guitarrista y cantautora. En julio de 2019 lanzó La mansedumbre de la tarde, su primer álbum de once composiciones propias. Se desempeña como docente y se interesa por ahondar la multiplicidad de cruces posibles entre música popular, género y discursos. Forma parte de diversas grupalidades artísticas en torno a la música de raíz latinoamericana. 

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Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Bv. España 210 (Planta Alta), Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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