Personas que deciden vivir juntas. O cerca. O simplemente atentas a las demás personas. Gente común, en el centro de una ciudad grande, que intenta cultivar relaciones propias de aldea. Casas unidas por los fondos. Vecindad intencional. Una minúscula manera de desobedecer al mandato de éxito individual. Y al poco tiempo, el nacimiento de un curioso proyecto editorial. Libros cosidos a mano. Como la amistad entre las personas.
El altillo de una de las casas se convirtió en un taller artesanal. Florecieron las artes antiguas. Estampado, encuadernación, costura de hojas, ilustración y pintura a mano.
Para empezar, garabatearon la idea en seis tarjetas de colores. Intenciones. La primera de ellas era roja, y podía leerse como una invitación: “Vivir entre personas que se tratan bien; que se preocupan, se protegen, se enojan y se necesitan entre sí”. La segunda tarjeta era azul, y proponía “Un estilo de vida sencillo, basado en la sencilla razón de que compartir es más inteligente que acumular, y más divertido también”. Y así las demás: cuidado ambiental, cultivo de una espiritualidad fresca, compromiso con causas justas y una opción por reconciliar, por “juntarse con los distintos y amigarse con los peleados”.
Fueron en principio dos familias, provenientes de grupos juveniles cristianos, pero libres ya de dogmas y pertenencias institucionales. Se instalaron en casas contiguas, en un barrio histórico de Mar del Plata. Luego se sumaron más. Estudiantes, refugiados, pasajeros temporarios de una convivencia que creció alrededor de un árbol. Habitaciones, patios y jardines vecinos que se fueron uniendo en un conjunto que terminó por llamarse “casa del ciruelo”. De todos modos, el experimento comunitario era modesto: estar disponibles para ayudar, pero manteniendo las singularidades, trabajos y profesiones, la dinámica familiar y su privacidad.
Mil aventuras. Desde 2013, cada nuevo habitante trajo sus tesoros: saberes saludables, habilidad para la huerta, oficios constructivos, pasión por la justicia social, militancia ecológica, talento culinario, alegría en el cuidado de los niños, sensibilidad y oído para la reparación de vínculos. Y a la vez, cada cual trajo también sus heridas: historias accidentadas, familias rotas, debilidades evidentes y no tanto, humanidad, luces y sombras. Y con todo eso, y con pensar no solo en uno, se logró una sorprendente acumulación de recursos que alcanzó también para otros vecinos: descubrir que quince personas que se ponen de acuerdo para dar una mano a un inmigrante, o para mejorar la cuadra, pueden lograr a veces más que un municipio.

Lo bueno de convivir es que lo verdadero se hace evidente. No se puede esconder mucho tiempo un dolor. Es posible sostener un aspecto invulnerable en la oficina, pero no en la cocina, o en el patio de todos los días. Eso es bueno. Reconocer que no todo es perfecto, que las personas, y misma experiencia comunitaria, deben aprender también a no fingir el éxito. En cierto momento, algunas personas necesitaron visualizar lo propio y retirarse a lo privado. Entonces el proyecto se declaró en suspenso. Momento del receso a la vida familiar. Tiempo de entender los tiempos. En la reflexión de aquellos días comenzó la editorial.

Ediciones del Altillo nació como una respuesta a las preguntas de quienes recibieron las primeras tarjetas de colores. La gente quería saber más. Esas seis sencillas piezas de cartulina habían viajado más de lo que se podía suponer. Por provincias, ciudades y pueblos. Desde el sur argentino hasta Estados Unidos. Y desde Colombia hasta Guinea Ecuatorial. Para poder expresar mejor lo que en verdad se intentaba, fueron necesarias más tarjetas, y dibujos, y pequeños libros. Muy pronto, el altillo de una de las casas se convirtió en un taller artesanal. Florecieron las artes antiguas. Estampado, encuadernación, costura de hojas, ilustración y pintura a mano. Los temas empezaron a diversificarse. Desde 2017, las tarjetas, láminas y libros artesanales del Altillo abarcaron temáticas diversas, como la justicia ambiental, la reivindicación de la amistad como vínculo revolucionario, la denuncia de la religión alienante y las trampas del amor romántico. Todo en un tono cercano al registro infantil. En formatos breves, con dibujos amigables, en palabras simples, con la máxima cuota posible de poesía.
Los autores y autoras comienzan a brillar (con luz de luciérnaga, claro) cuando se los busca en el campo de la poesía y la narrativa no consagrada por la academia o los suplementos literarios. Se los encuentra en las redes sociales, las iniciativas solidarias, las organizaciones y los grupos de artistas de aquí y de allá. El compilado Gente Azul ofrece por ejemplo el genio de jóvenes poetas y raros cuentistas de Río Negro, Córdoba, Santa Fe, CABA y provincia de Buenos Aires, en un volumen preciosamente encuadernado en tapas duras. El talento abunda. Es solo verlo.

¿Y cómo distribuir libros así? ¿Redes convencionales? ¿Librerías? Algo mejor. Amigos de amigas de amigos que piden paquetes de libros y tarjetas para vender en sus ciudades. Para el envío se evita, siempre que es posible, el flete pago. Mucho mejor es viajar en brazos de gente que ama lo que lleva. En baúles de autos, mochilas y trenes. Y llegar así a manos que van a atesorar cada producción como pieza única. La logística del Altillo se resume en la sigla AQJVPA: amigos que justo van para allá. ¿Método incierto? No tanto. Por esos canales los libros han llegado a Europa. Y en todo caso, cada entrega promete algo mejor: la amistad posible entre quien lleva el libro y quien lo recibe. Se ha dicho que lo mejor del Altillo no son sus producciones, sino la belleza de los amigos y amigas que las distribuyen.
Hay presencia en ferias, en pequeños congresos, en casas de gente, en escuelas. No hay mercadeo. Ni análisis de target ni curvas de desempeño. Hay hermosas ideas y personas en juego permanente. Hay mails y mensajes. Hay llamadas, mesas de patio, tableros de oficio, olor a tinta y vapor de mate cocido. Y hay un mundo receptivo. Atento a lo que salga de un proyecto así de mínimo: vivir de modos más humanos, descubrir tesoros, convertirlos en libro.

Fotos de sitios públicos de internet.
2 de septiembre de 2021

Pablo Alaguibe
Nació en Mar del Plata en 1965. Es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Redactor creativo para campañas publicitarias y asesor de comunicación en organizaciones sociales. Coordinador de talleres de escritura. Corrector de estilo en Ediciones Kairós. Desarrolló campañas de concientización para la convivencia urbana en el ámbito municipal de Mar del Plata. Dirige Ediciones del Altillo, un espacio de producción de publicaciones artesanales enfocado en la poesía, la espiritualidad y las causas relacionadas con la justicia social.