Activismos por

La libertad religiosa y los derechos humanos
por Nicolás Panotto

Hace un par de años organizamos, desde la entidad que dirijo  y una plataforma de organizaciones de sociedad civil regional, una mesa de diálogo con un organismo multilateral de derechos humanos y representantes de una misión diplomática en el marco de la asamblea anual de la Organización de Estados Americanos, para discutir sobre la resolución de libertad religiosa que dicho organismo había emitido ese año y su impacto en los escenarios regionales. Asistieron representantes de organizaciones sociales, actores políticos, diplomáticos/as y embajadores/as. El programa contó con exposiciones políticas y académicas muy relevantes sobre los desafíos de la libertad religiosa en América Latina. Las conclusiones fueron, en cierta manera, unánimes: los regímenes de laicidad en el continente son muy débiles -es decir, no existe en forma real la división estado-iglesia-, el sentido de libertad religiosa en clave plural e inclusiva es sumamente restringido -ya que existen voces monopólicas en el espacio público, especialmente desde el cristianismo conservador- y se necesita trabajar este campo no sólo desde una mirada jurídica sino también política, socio-cultural y, sobre todo, en clave de derechos humanos.

Como culminación del programa, solicitamos a algunas personas del mundo religioso que compartan sus experiencias de fe y militancia por los derechos humanos, para contar con voces alternativas desde ese espectro. Escuchamos a un joven evangélico de Brasil hablar sobre sus sufrimientos al decidir vivir abiertamente su homosexualidad siendo pentecostal, pero cómo ello llevó a incontables oportunidades para acompañar a personas de fe que quieren vivir su espiritualidad de forma reconciliada con su sexualidad. También a una mujer trans que habló sobre la importancia que tiene la dimensión religiosa para familias que quieren acompañar a sus hijes en su proceso de cambio. Otra mujer cristiana compartió sobre su trabajo junto a muchas mujeres y varios movimientos feministas cristianos, que no sólo resisten a la cúpula eclesial sino también aprenden juntas a cultivar una espiritualidad por fuera de la normativa hetero-patriarcal hegemónica de la religión.

Hacia el final, decidimos abrir un espacio para que los/las participantes puedan comentar o hacer preguntas. Inmediatamente, al abrir el micrófono, se acercó una persona. Era el coordinador de una de las redes más importantes en Centroamérica de incidencia para la inclusión de la comunidad LGBTIQ, tanto desde sociedad civil como en políticas públicas nacionales. ¡Una persona muy reconocida en el ambiente! No niego que, al verlo pedir la palabra, temí una reacción negativa. Los grupos que trabajan en el ámbito de la diversidad sexual son de los sectores más violentados por posicionamientos religiosos neoconservadores. Pero para mi sorpresa, compartió lo siguiente: “no vine a hablar sobre los contenidos que se trataron en este encuentro, los cuales ya fueron bien explicados. Vengo a compartir algo personal. Simplemente quería decirles que pertenezco a una familia evangélica que hace más de veinte años me expulsó de casa, así como lo hizo mi iglesia, por confesar que era gay. Desde entonces, nunca he regresado y siempre me ha quedado una sensación de dolor profundo, porque para mí la espiritualidad es algo importante. Hoy, después de escuchar todas estas experiencias, después de estos veinte años, por primera vez, me siento más cerca de esa fe. Me doy cuenta de que es posible vivirla desde otro lado. Muchas gracias”.

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La espiritualidad como vivencia subjetiva y compartida se transforma en un campo rico para el activismo.

Este relato -además de emocionarme cada vez que lo rememoro- me hace pensar en diversos aspectos sobre la relación entre espiritualidad y activismo por los derechos humanos, más aún en vistas de los desafíos que representa, hoy en día, el avance imparable de retóricas religiosas fundamentalistas. En primer lugar, pienso que la espiritualidad es un elemento importante para buena parte del activismo por los derechos humanos. Se tiende a pensar que estos dos mundos son incompatibles. ¡Y no es para menos, con los ejemplos que tenemos en la historia! Lamentablemente, el actuar del mundo religioso hegemónico deja mucho que desear en términos del respeto o promoción de los derechos humanos. Se tiende a pensar, por ello, que el activismo es inherentemente contrario al mundo religioso. Pero el testimonio aludido nos muestra otra cara del asunto.

 Valga destacar esa palabra: hablamos de espiritualidad, no de religión. Lo religioso incluye a la espiritualidad; pero la espiritualidad no se acaba en las fronteras dogmáticas o institucionales que ofrece el mundo religioso confesional. Cuando hablamos de espiritualidad, hablamos de aquella dimensión de respeto por lo sagrado, por lo trascendente y por lo alterno como valor existencial, donde las mediaciones religiosas cobran importancia en la medida que permitan canalizar dichas búsquedas -tanto individuales como colectivas- como sello de la apertura hacia el otro, hacia lo diverso, hacia ese “más allá” que no es necesariamente supra-natural sino, por el contrario, totalmente histórico, inmanente, concreto, cotidiano. Lo que se cuestiona, precisamente, es la clausura que muchas veces representa la institución religiosa y la jerarquía. Por ello, la espiritualidad como vivencia subjetiva y compartida, donde lo sagrado se transforma en sorpresa más que en metafísica, donde la apertura de lo trascendente se entiende como lo novedoso, donde el sentido de misterio se proyecta como posibilidad-de-ser desde lo que nos rodea -¡y lo que aún falta!-, se transforma en un campo rico para el activismo.

 Por ello el desafío es: ¿cómo revalorizamos la dimensión de las espiritualidades en su contraposición con el sesgo de las religiones monopólicas, especialmente en sus expresiones conservadoras?

 Esto nos trae a un segundo elemento: el activismo por los derechos humanos debe buscar el aporte de voces religiosas alternativas. Es muy común -especialmente en el mundo de la incidencia política y el activismo por los derechos- hacer un correlato entre religión y conservadurismo. Nuevamente: ¡no es para menos! Por ello, la tendencia ha sido insistir en un concepto de laicidad -de trasfondo liberal, valga reconocer- que circunscribe lo religioso a su dimensión privada, como un campo -ideológico e identitario- suturado y como un elemento que debe estar completamente alejado de cualquier ámbito social o público. Esto ha traído varios problemas. Desde una dimensión micro, como lo vimos, produce una especie de disociación entre la militancia por los derechos y las sensibilidades espirituales que muchos/as activistas tienen.

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La mejor manera de contrarrestar el monopolio de formas hegemónicas de lo religioso es dando cuenta de las voces heterodoxas que las habitan.

Pero a nivel macro, surge un elemento que merece ser abordado con mayor precisión: hablar de la necesaria y urgente separación entre iglesia y estado, no implica obviar el hecho de que lo religioso posee una dimensión intrínsecamente pública. ¿Por qué es importante destacar esto? Por dos elementos. Primero, porque insistir en una concepción liberal-privatista de lo religioso, deja intactos los caminos para que las voces religiosas hegemónicas sigan actuando desde su lugar de privilegio como agentes sociales que inciden en la política formal. Segundo, porque abordar la dimensión pública de lo religioso no sólo dará cuenta de una realidad que -mal que les pese a algunos/as- es inevitable, como es el reconocimiento de la importancia social de las creencias, sino también nos permitirá construir estrategias más efectivas para promover contra-narrativas, así como instancias inclusivas en clave religiosa. En otras palabras, la mejor manera de contrarrestar el monopolio de formas hegemónicas de lo religioso es dando cuenta, a partir de las voces heterodoxas que las habitan, de que no poseen un estatus absoluto sobre las prácticas religiosas, los discursos de fe, y menos aún las agendas valóricas.

Por todo esto, finalmente, podemos afirmar que un activismo por la libertad religiosa tiene directa relación con la profundización de una militancia por los derechos humanos. Ya sabemos que las religiones, creencias y espiritualidades comprenden un espacio fundamental para toda sociedad. Los abusos por parte de algunas expresiones particulares no se combaten anulando la centralidad de la dimensión espiritualidad para las personas y los grupos. Ello, por el contrario, despertará mayores resistencias, y con ello, una polarización que termina empoderando aún más las posiciones conservadoras. Por ello, la mejor manera de ofrecer una vía alternativa, un espacio de abordaje crítico, es precisamente visibilizando otras voces, otras narrativas, otras experiencias de fe, en clave de diversidad, de derechos humanos, de inclusión, de feminismo, de interreligiosidad.

 Desde el activismo, podemos tener en cuenta varias acciones: 1) analizar y profundizar sobre los abordajes religiosos/teológicos en torno al tema de los derechos humanos; 2) insistir en una retórica que se concentre en abordar la relación religión-sociedad no sólo en clave jurídico-política –laicidad- sino también socio-cultural -libertad religiosa-; 3) visibilizar voces heterodoxas dentro del mundo de las religiones y las creencias, que sean aliadas con los activismos en sus diversas expresiones; 4) articular acciones concretas de incidencia entre grupos o movimientos religiosos, organizaciones basadas en la fe, y organizaciones de sociedad civil, para promover un trabajo conjunto donde lo religioso sea visto como un espacio que promueve el desarrollo democrático.

En conclusión, la vinculación entre activismo por los derechos humanos y la promoción de la libertad religiosa desde una mirada más amplia puede ayudarnos a establecer instancias no sólo de reconciliación entre la dimensión espiritual y la militancia -como lo vimos en la historia inicial- sino también a cimentar estrategias más eficaces para confrontar aquellas voces religiosas neoconservadoras que están copando cada vez más lugar político, diciéndoles: “¡No! Ustedes no tienen la única voz”. Disputar la hegemonía de su lugar religioso es disputar la clausura hegemónica de sus agendas políticas. Por ello, la relación entre activismo y creencias en clave progresista representa una alianza determinante para el futuro inmediato.

Fotos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación  9 de septiembre de 2021

Nicolás Panotto

Es licenciado en Teología por el Instituto Universitario ISEDET de Argentina, magister en Antropología Social y Política y Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Argentina. Director de la organización Otros Cruces. Investigador Asociado del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat, Chile, y coordinador del área de Ateología del 17 Instituto de Estudios Críticos, México. Profesor de la Comunidad Teológica de Chile. Autor de varios libros y artículos de investigación en el campo de religión y política, teología pública, y teoría/teología poscolonial.

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Universidad Nacional de Villa María

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ISSN 2618-5040

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