Acciones políticas y

Crisis climática
por Luis Tuninetti

Las palabras “cambio climático” ya no son ajenas a casi ninguna persona, prácticamente no pasa un día en el que los diversos medios de comunicación no las empleen para informar sobre acontecimientos meteorológicos extremos o catástrofes naturales o, en menor medida, para referirse a políticas estatales con la finalidad de atenuar los impactos de dichos acontecimientos. Pero ¿qué es el cambio climático?

Un cambio climático definido por organismos de la ONU es la variación en el estado del sistema climático terrestre -atmósfera, hidrosfera, criosfera, litosfera y biosfera- que perdura durante un período de tiempo suficientemente extenso hasta que llega a lograr un nuevo equilibrio. Cambios climáticos hubo muchos a lo largo de la historia, el problema que tenemos en la actualidad es la velocidad con que está ocurriendo y el responsable: el ser humano. Por eso ya no se habla únicamente de cambio climático sino de crisis climática.

Si bien hay voces científicas que se oponen a esta teoría, quedan reducidas a una minoría. Existe consenso científico prácticamente unánime a nivel internacional acerca de que esta crisis climática tiene un origen antropogénico derivado principalmente de las emisiones de gases efecto invernadero que impiden que la radiación que llega del sol y es refractada por el planeta salga al espacio nuevamente. Los gases efecto invernadero más importantes son: vapor de agua, dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), óxido nitroso (N2O), clorofluorcarbonos (CFC) y ozono (O3).

De todos ellos en el que más se focalizan las acciones es el dióxido de carbono, no precisamente por su poder de efecto invernadero sino por la cantidad que el ser humano emite a la atmósfera cada año al quemar combustibles fósiles. En el año 2019 se emitieron aproximadamente 37 gigatoneladas o 37.000.000.000.000 kilos. Los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzaron las 410,5 partes por millón en 2019 de acuerdo a datos de la Organización Meteorológica Mundial, lo que representa un incremento del 148% desde la época preindustrial.

Las consecuencias actualmente ya se manifiestan y van desde olas de calor extremo -como las ocurridas en Canadá y Estados Unidos que provocaron enormes incendios y muerte de personas en julio de este año- hasta la pérdida de biodiversidad por la imposibilidad de la adaptación de los organismos a las nuevas condiciones, dado que a nivel global la temperatura ha aumentado 1 a 2° C desde la era preindustrial. Las catastróficas inundaciones acontecidas en Europa y China son otro ejemplo de los efectos derivados.

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Organismos científicos advierten que el Acuerdo de París no alcanza para frenar el calentamiento en 1,5° C. Las predicciones científicas, cada año que pasa, son más pesimistas.

La crisis climática se viene discutiendo formalmente desde los años 90 con la creación del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), que tiene la tarea científica de evaluar la evolución y consecuencias de la crisis climática, y de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CCNUCC), dependiente de la ONU, en la que participan todos los países y que tiene la función de adoptar medidas para solucionar el problema.

La Convención Marco se reúne todos los años en Convenio de las Partes (COP) para evaluar las políticas climáticas y proponer medidas para mitigarlo. El año pasado por la pandemia no se realizó la reunión anual y este año está proyectada para noviembre en Escocia. Dentro de las medidas políticas tomadas en las últimas reuniones se destaca el Acuerdo de París.

El Acuerdo de París es la principal herramienta a nivel internacional para afrontar e intentar mitigar el cambio climático después del Protocolo de Kioto, cuyo principal objetivo era reducir las emisiones de gases efecto invernadero en un porcentaje aproximado de al menos un 5% durante el período 2008 al 2012 con respecto a las emisiones del año 1990. No todos los países tenían el mismo porcentaje ni igual grado de compromiso. Y su cumplimiento fue bastante magro ya que uno de los principales emisores a nivel global, Estados Unidos, no lo ratificó.

Tras años de COPs políticamente se esperaba que en Lima en 2014 se llegara a una solución con respecto a las nuevas metas internacionales de emisiones. Después de muchos días de debate y cruces políticos entre los países industrializados -principalmente Estados Unidos- y los estados en desarrollo, el logro máximo que se consiguió fue el compromiso de que cada país enviara a la ONU su propuesta de reducción de gases efecto invernadero durante el 2015 para llegar a la próxima COP en París con una base de negociación.

 Así fue que durante todo el año 2015 la mayoría de los estados remitieron sus propuestas, se realizaron varias cumbres previas para ir acercando posiciones y se llegó a finales de ese año con un borrador del nuevo acuerdo climático. Asimismo, las deliberaciones no estuvieron exentas de duros cruces, los principales puntos en discusión estuvieron en torno al grado de compromiso de cada país, el tipo de formato legal y quiénes financiarían el nuevo acuerdo.

El Acuerdo de París, primer acuerdo universal de lucha contra el cambio climático, tiene como objetivo el mantener la temperatura media mundial “muy por debajo” de 2° C de aumento con respecto a los niveles preindustriales, aunque los países se comprometen a llevar a cabo “todos los esfuerzos necesarios” para que no supere los 1,5° C.

 El acuerdo es “legalmente vinculante” pero no hay castigo a quien no cumpla, aunque cada país debe presentar informes a la ONU sobre su avance en los compromisos asumidos. Se supone que los Estados se verán “obligados” por la presión social a cumplir y existirá una especie de condena global para los países que no lo hagan. Cada país ha entregado compromisos nacionales de lucha contra el cambio climático. Cada Estado, de acuerdo a sus posibilidades, se compromete a tomar las medidas necesarias para reducir su emisión de gases efecto invernadero y existe la obligación de revisar sus compromisos cada cinco años con la idea de ir ajustando las emisiones.

 El acuerdo también establece un fondo de 100.000 millones de dólares por año generado por las naciones industrializadas, principales responsables del problema, para financiar a los países en desarrollo en la lucha contra la crisis climática.

Sin embargo el IPCC y distintos organismos científicos advierten que el Acuerdo de París tal como está planeado no alcanza para frenar el calentamiento en 1,5° C. Si hay algo que es constante en este drama es que las predicciones científicas, cada año que pasa, son más pesimistas.

Según la Organización Meteorológica Mundial hay cerca de un 40% de posibilidades de que, en los próximos cinco años, la temperatura media anual del planeta suba temporalmente 1,5° C por encima de los niveles preindustriales. Los nuevos planes nacionales de reducción de emisiones deberían impulsar una baja en los gases de efecto invernadero de al menos un 45% para 2030 con respecto a los niveles de 2010. Lamentablemente hasta la fecha los objetivos presentados solo han conseguido reducir las emisiones en menos de un 1%.

Pero otro informe reciente alerta acerca de que la neutralidad de carbono debería alcanzarse mucho antes de finales de siglo, que es lo establecido por el Acuerdo de París. Aunque muchos países han adelantado sus objetivos para el 2050, el Centro Nacional para la Restauración del Clima de Australia calcula que la neutralidad debería darse en apenas 10 años dado los efectos de retroalimentación del sistema climático.

Por otro lado, el IPCC establece posibles escenarios climáticos para el futuro en un informe que evalúa las bases físicas del cambio climático y que fue presentado en agosto de este año. Los escenarios planteados van desde el más optimista -si se hiciera todo bien y coordinadamente- al más pesimista -en el que no se actúa y se sigue fomentando el crecimiento económico desmedido en base a los combustibles fósiles-. Aun en el mejor de los casos, los científicos advierten que no se podrá evitar el aumento de temperatura de 1,6° C a mediados de siglo, aunque hacia finales de siglo descendería a 1,4° C. El modelo pesimista implica un aumento de temperatura de 4,4° C hacia el 2100.   

En un mismo sentido, informes del Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas muestran que las emisiones de gases efectos invernadero a nivel global deberían bajar un 7,6% cada año entre 2020 y 2030 para que la humanidad estuviera en camino de contener el aumento de temperaturas en 1,5° C. El confinamiento por la pandemia forzó la reducción de estos gases en un 8% y las economías cayeron; actualmente ya están en “recuperación” con lo que volveremos a incrementar las emisiones. Por este motivo en un análisis publicado en el mes de marzo en Nature Climate Change se indica que el esfuerzo de reducción debe ser 10 veces superior al realizado en los últimos años. La Agencia Internacional de Energía ya estimó que en el 2023 las emisiones no solo no bajarán, sino que aumentarán. Por lo tanto, el Acuerdo de París está lejos, lejísimo de lo factible.

Con todos estos datos alarmantes la misma ONU emitió un comunicado hacia finales del 2020 analizando la “brecha de emisiones”: la diferencia entre las políticas implementada y lo que debería hacerse. Los números actuales estremecen. Datos difundidos por la ONU en su Asamblea Anual de septiembre de 2021 indican que, de los 190 países firmantes de París, 112 –incluyendo Argentina- han enviado mejoras en sus propuestas de reducción de gases efecto invernadero, pero hemos hecho tan poco hasta el momento que sería necesaria una reducción de un 45% de emisiones para el 2030 para mantenernos en una senda del aumento del 1,5° C o de un 25% para que el incremento no supere los 2° C. La realidad es que la ONU estima que en 2030 habrán aumentado un 16% las emisiones, con lo que los modelos climáticos indican que existiría un incremento de la temperatura de unos 2,7° C a final de siglo.

Como se explicó anteriormente, el Acuerdo de París impulsa un freno en el incremento de la temperatura de 1,5° C y como máximo 2° C a nivel global. En principio, uno puede pensar que es prácticamente lo mismo, ¿qué incidencia podría tener medio grado más? O a lo sumo 1,5° C más.

Sin embargo, el IPCC se encargó de llevar luz sobre este aspecto con un informe publicado en el año 2018 donde estableció los efectos de ese medio grado, y recientemente actualizó la información con respecto a los efectos de un posible incremento de 3° C. Las posibilidades de que el Ártico quede sin hielo en el verano son del 3% con el incremento ideal, pero medio grado más implica un 16% de posibilidades. Peor aún es el escenario con un aumento total de 3° C, caso en el que hay un 63% de probabilidades de que tengamos un Ártico sin hielo. Si llegamos a un incremento de 1,5° C un 4% de los mamíferos perderán la mitad de sus hábitats, esto aumenta al 8% con 2° C y a un 41% con 3° C. La sequía, que en vastas regiones del planeta será determinante para la producción de alimentos y la supervivencia de las especies -incluida la nuestra-, tendrá duraciones de dos meses en caso de un aumento de temperatura de 1,5° C, 4 meses con 2° C y 10 meses con 3° C. Como podemos imaginar, difícilmente será posible la vida tal como la conocemos con 10 meses de sequía. Los incendios forestales son otra de las consecuencias que ya estamos advirtiendo en la actualidad, pero con 1,5° C aumentarán el 41%, con 2° C un 62%, y si llegáramos a los 3° C hay un 97% de probabilidades de que regiones enteras de ecosistemas se incendien. Los arrecifes de coral disminuirían entre un 70 y 90% con un calentamiento global de 1,5° C mientras que con 2º C ya se perderían prácticamente todos.

Todos estos datos que parecen tan apocalípticos y pueden llegar a sonar exagerados tienen una alta probabilidad de ocurrencia. Lamentablemente las estimaciones que el IPCC ha hecho a lo largo de 30 años de existencia se han cumplido.

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Como sociedad deberíamos exigir a nuestros gobiernos acciones reales ante una crisis climática que ya estamos padeciendo.

En resumen, tenemos un discurso prácticamente unánime del sector científico pero las acciones de los gobiernos no parecen estar a la altura de las circunstancias. Año tras año, antes y durante las COPs, los diversos gobiernos responsables de esta crisis se rasgan las vestiduras en sus presentaciones acerca de lo importante que es actuar para las futuras generaciones y se comprometen a trabajar para ello; sin embargo en la práctica difícilmente pueda decirse que están en el camino correcto: siguen financiando las energías fósiles a escala global, continúan abriendo nuevas explotaciones de petróleo y fracking. Muchos gobiernos incluso incentivan la deforestación en nombre de lo que llaman “desarrollo sustentable”.

Como sociedad nos toca la responsabilidad de actuar desde lo individual y lo colectivo, pero por sobre todas las cosas deberíamos exigir a nuestros gobiernos acciones reales ante una crisis climática que ya estamos padeciendo.

Tal como afirma el gran Leonardo Boff: “La historia humana y natural nunca es lineal; conoce rupturas y da saltos hacia arriba. Ella nos está invitando a reinventarnos. No bastan meras mejorías parciales, y poner gasas y vendas sobre las llagas del cuerpo herido de la Madre Tierra. Estamos obligados a un nuevo comienzo. El mismo Sigmund Freud, aunque escéptico, ansiaba el triunfo de la pulsión de vida sobre la pulsión de muerte. La vida está llamada a más vida y hasta a la vida eterna: la Tierra ha pasado por 15 grandes destrucciones, pero la vida sobrevivió siempre. No irá a autodestruirse ahora. Entrevemos un aprendizaje difícil de toda la humanidad, porque no tenemos otra alternativa sino ésta: o vivir o perecer.”

Foto de portada de Samer Daboul. Otras fotos y videos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación  14 de octubre de 2021

Luis Tuninetti

Es licenciado en Enseñanza de las Ciencias Ambientales, magister en Evaluación de Impactos Ambientales y doctorando en Ciencias Sociales. Coordina el Observatorio Regional de Cambio Climático de la Universidad Nacional de Villa María e integra el Centro de Estudios del Ordenamiento Ambiental del Territorio de la misma institución. Dirige el Proyecto de Investigación: «Condiciones Climáticas en las dimensiones territoriales de la región del conglomerado Villa María-Villa Nueva».

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Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Bv. España 210 (Planta Alta), Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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