Pandemia y

Clubes de lectura
por Marina Sosto

Conjurar la palabra compartida

Estoy encerrada en una cajita de cedro
que tiene un cuadro de pastores
pegado sobre el panel central, tallado a los lados.
La caja se sostiene sobre unas patas curvas.
Tiene un cerrojo de oro en forma de corazón sin ninguna llave.
Escribo para tratar de salir de la caja cerrada, que huele a cedro.
Satán viene a mí en la caja cerrada y dice: yo la sacaré de ahí (…) 

 Sharon Olds, Satán dice

Cuando promediaba el 2020, cerquita de septiembre, me di cuenta de que había algo que venía postergando hacía largo rato y que necesitaba hacer surgir: los clubes de lectura, un lugar dedicado a compartir literatura, a charlar abiertamente sobre lecturas de goce. La pandemia, la cuarentena y el miedo -sobre todo el miedo- nos habían dejado algo vacíxs. Con los espacios de encuentro reducidos a cuatro paredes y un dispositivo como ventana al mundo externo, la circulación de la palabra estaba algo ajada, seca. Hablábamos poco, hablábamos siempre de lo mismo.

Y, entonces, justamente el miedo me dio la respuesta. Dice Lovecraft: “La emoción más antigua y poderosa del ser humano es el miedo, y uno de los miedos más poderosos es el miedo a lo desconocido” [1]. El miedo como emoción, como puntapié, como puerta de entrada. De la emoción al género literario hubo algunos pasos necesarios, pero enseguida lo supe: íbamos a leer y debatir sobre gótico. ¿Qué mejor que un género sobre las casas y los terrores de “puertas adentro” en medio de un mundo en el cual salir era peligroso y quedarse… quién sabe? Recorrer los diferentes modos en los cuales los miedos de cada época se habían ido exorcizando a través de estos relatos y miradas me parecía el modo perfecto para echar luz sobre los nuestros, para mirarlos desde otra perspectiva.

Y como de apostar fuerte se trataba me propuse ir un poquito más a fondo: leer género gótico pero desde la mirada de escritoras a lo largo de varios siglos. Darle esa vuelta de tuerca me permitió airear un poco el ático de lecturas gastadas y traer a la mesa una perspectiva de género que nos daba el empuje necesario para seguir explorando y revisando obras pasadas por alto, olvidadas.

Así nació Chicas Góticas, la primera propuesta de club de lectura en octubre del 2020. Qué mes poderoso octubre, como para dejarlo pasar.

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¿Qué mejor que un género sobre las casas y los terrores de “puertas adentro” en medio de un mundo en el cual salir era peligroso y quedarse… quién sabe?

Las primeras pinceladas del cuento gótico pueden rastrearse desde la oscura Edad Media, cargada de fantasía y miedo a todo aquello que escapara de los preceptos y dogmas imperantes. Brujas, hombres lobo, vampiros y espíritus malignos poblaban las ominosas canciones de los bardos y las baladas inquietantes de las ancianas, por lo que no hizo falta mucho para que estos monstruos cruzaran el límite entre las historias cantadas y la composición literaria formal. Sin embargo, ya desde sus orígenes la literatura gótica o “de terror” fue fuertemente criticada, señalada como «menor» o «de culto» y puesta a la sombra de la «alta” literatura, que sería aquella que se ocupa de los temas cotidianos, las emociones comunes y que tiene una fuerte impronta didáctica y, por qué no, moralista.

Las primeras novelas góticas surgieron como respuesta al racionalismo, pensamiento imperante en la Ilustración, según el cual la humanidad podía obtener el conocimiento verdadero y a través de ello la felicidad y virtud perfectas. Esto dejaba de lado todo tipo de conocimiento proveniente de aquello que no podía explicarse. Las narrativas góticas en Inglaterra abundaban en los años entre 1765 y 1820, llegaron incluso a constituirse en un movimiento literario de moda con características que nos son familiares: castillos, vampiros, hombres-lobo, demonios, fantasmas. Fue el escritor inglés Horace Walpole quien le dio una forma definida a todos los impulsos literarios que circulaban en aquella época, cuando en 1764 publicó El castillo de Otranto y fundó, sin saberlo, una nueva tradición. Creó un tipo de novela de escenas con una fuerte atmósfera que, a través de algunos arquetípicos personajes -héroe/heroína, villano, ser sobrenatural-, locaciones -castillos medievales, antiguas casonas- y temas generarían un grandísimo linaje de autores e historias.

A partir de acá es donde comienzan mis preguntas. ¿Cómo aparecen los arquetipos de la novela gótica en la escritura de mujeres? ¿Qué lugar ocupa “la casa” y qué simboliza para las autoras? ¿Cómo se reinventa el género y por qué? ¿Qué sucede con las heroínas y villanos? Y el monstruo, ¿a quién obedece? Cada una de estas preguntas formaron parte de mi introducción en aquel primer encuentro de Chicas Góticas, desde mi lugar en una pantalla compartida con muchas chicas de diferentes sitios de Argentina. Cada encuentro, en cada una de las ediciones de este club de lectura, fue un espacio de debate constante, aproximaciones y disonancias, diversos modos de llegar e irse de los textos propuestos. “Desde Emily Brontë a Mariana Enríquez” decía el flyer que convocaba al club, pero me quedé corta. Cada autora era una excusa para ir hacia nuevas lecturas, nuevos recorridos.

Hay un poema de Emily Dickinson, otra “chica gótica” que alguna vez incluiré en mi club, que define a la perfección aquello que estos clubes procuraron y, en gran medida, lograron generar:

Long Years apart – can make no
Breach a second cannot fill –
The absence of the Witch does not
Invalidate the spell –

The embers of a Thousand Years
Uncovered by the Hand
That fondled them when they were Fire
Will stir and understand – [2]

Así pasa con estas autoras y sus obras: basta abrirse paso entre sus palabras para que el fuego arrase. El gótico como gancho, como hechizo que nos permite leer nuestra propia cartografía de miedos y anhelos, el deseo oculto, el monstruito escondido en el baúl.

Animarse a conjurar la palabra leída con otrxs, en medio de la pandemia, de un mundo cuyas “certezas” no tenían más asidero posible, fue como encender una fogata en medio de la noche, tirar las cartas y recibir los mejores augurios. Cada viernes el club era una excusa para leer y mirar pelis o escuchar música, prepararse un mate o vinito y unirse al encuentro, las risas y el intercambio. Durante el mes que duró Chicas Góticas recorrimos el frío e inhóspito páramo inglés y asistimos a los horrores ocultos de una casona en ruinas; luego, entre fuertes fronterizos manchados de sangre unitaria y federal, visitamos todas las aristas del terror rosista de la mano de Manuela Gorriti. Más tarde nos quedamos encerradas en casas cuya sola existencia era amenazante, caminamos desconfiando de los sentidos a través de jardines y pasadizos. Shirley Jackson y Silvina Ocampo fueron nuestras anfitrionas de ho(rr)nor. Finalmente nos adentramos en un realismo gótico lleno de curvas que terminaban en la esquina de casa: las calles, la violencia y los monstruos urbanos de Mariana Enríquez.

Chicas Góticas fue la punta del ovillo, la excusa para poner en marcha mi propio monstruito escondido; una vez que lo liberé no paró de darme órdenes: hubo clubes de lectura sobre muchos otros temas. Y hacia allá vamos, como nos gusta decir en Los Raros, nuestro club de literatura extraña, “adonde sea que el asombro asome”.

Nota al pie

[1] Lovecraft, H.P., El horror sobrenatural en la literatura, Gárgola ediciones, Buenos Aires, Arg. 2019.

[2] Largos años de separación – no pueden hacer/ una grieta que un segundo no pueda llenar-/ La ausencia de la bruja no/ invalida el hechizo-// Las brasas de mil años/ destapadas por la mano/ que las acarició cuando eran fuego/ van a avivarse y entender.

Foto de portada de Cottonbro. Otras fotos de la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM y de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación   11 de noviembre de 2021

Marina Sosto

Nació el 8 de noviembre de 1989 en la ciudad de Buenos Aires y creció en el barrio de Parque Chas, rodeada de leyendas urbanas sobre ese laberinto de calles. Desde chica ama leer y escribir y por eso al terminar la secundaria se inscribió en la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Si bien la carrera le gustó muchísimo, luego de egresar y dedicarse casi por completo a la docencia decidió retomar el amor por la lectura y la escritura por fuera del «mundo académico». 

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Universidad Nacional de Villa María

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ISSN 2618-5040

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