Ciencia y pandemia

Sobre mitos y silencios
por Leonardo Rossi

“…los conflictos epistemológicos son siempre conflictos políticos, por ello entendemos
que hay que insistir en que no existe un sólo mito civilizatorio, ni una única episteme
posible que le dé sentido. Ése es el punto de partida del pensamiento crítico
que obligaría a quebrar el núcleo del silencio sobre lo hegemónico”

Andrés Carrasco, científico digno

 

La pandemia de covid-19 vino a reforzar el discurso médico hegemónico en la opinión pública y en la decisión de políticas sanitarias, y en un plano más profundo a asignar mayor poder al complejo tecno-científico en la regulación de las tramas ecológico-políticas de las cuales depende la vida. Uso selectivo de datos, sobrevaloración de ciertos promedios y omisión deliberada de otros, cancelación de la reflexión crítica, aceleración del uso de nuevas tecnologías con un alto grado de incertidumbre a una escala previamente desconocida, negación de prácticas y saberes no hegemónicos, uniformización de las intervenciones basadas en aparentes criterios científicos son algunos puntos salientes de este tiempo. Del otro lado, sectores que fueron desde el negacionismo de la propia existencia o gravedad del virus a promotores abiertos de mala praxis o bien de terapéuticas alternativas banalizadas y puestas fuera de su contexto. Más allá de ese escenario, casi huérfano en el debate público, los tan pregonados en seminarios y papers ‘pensamiento crítico’, ‘diálogo de saberes’, ‘epistemologías del sur’. Las secuelas de este cuadro llevan a pensar que muy lejos de haber aprovechado el contexto pandémico como quiebre para comenzar a retejer de un modo radical nuestro vínculo con el entramado de la vida y ejercitar una profunda reflexión en torno a las marcos epistémicos y prácticas científicas que nos han traído hasta aquí, hemos reforzado una glorificación extrema de conocimientos cada vez más parcelados y de tecnologías complejas cuyos impactos presentan un alto grado de incertidumbre, con las implicancias ecológico-políticas que eso conlleva.

Los silencios pandémicos

Nos hallamos en un tiempo donde trastornos múltiples, de una escala planetaria como la propia alteración de ciclos bio-geo-físicos que sostienen la vida, encuentran sus causas directas en el sistema-mundo capitalista.  Como plantea Moore (2020), habitamos el Capitaloceno [1], tiempo donde los efectos de las relaciones capitalistas atraviesan la trama de la vida, desde los trastornos en las corrientes marítimas hasta el salto entre especies de un minúsculo virus. Desde ahí podemos pensar la pandemia de un modo distinto a como ha quedado abordada en los discursos políticos y mediáticos hegemónicos. Debemos añadir que más que una pandemia, ya atravesábamos un escenario sindémico a nivel planetario (Swinburn y otres, 2019), es decir que problemáticas sanitarias de gran escala convergen y agravan sus efectos: diversas expresiones de malnutrición (desnutrición y obesidad se presentan como las principales) y afecciones producto del calentamiento global y la degradación ambiental acelerada se yuxtaponen y atraviesan a vastas franjas poblacionales en todos los rincones del globo. En el centro, el sistema agroalimentario capitalista y su erosión del vínculo humanidad-alimento histórico como nudo cultural, sanitario y ecológico (Shiva, 2008; Giraldo, 2018). Los últimos brotes virales que alcanzaron interés de instituciones planetarias se enmarcan en formas de súper-explotación de la naturaleza moldeadas específicamente en los circuitos del capital agroindustrial: deforestación a gran escala y macro-granjas están por caso en el eje de la escena (Wallace y otros, 2020; Davis, 2020).

El SARS-CoV-2 como pandemia tampoco puede explicarse por fuera de las relaciones capitalistas, sino que se trata de un síntoma más del colapso ecológico-civilizatorio en curso (Machado Aráoz, 2020). Mientras circulan estudios que dan más soporte a la hipótesis de un salto entre especies ocurrido en el mercado alimentario de Wuhan, tanto ésta como la otra hipótesis que se mencionó con fuerza –la de un escape de un laboratorio- tienen en su base una matriz de relaciones fallidas con la naturaleza no-humana. La ontología moderno occidental basada en la dominación, y llevada a niveles extremos de des-afiliación del mundo de la vida en la actual fase del capital tiene consecuencias sanitarias concretas. Atender a la explosiva circulación de cuerpos y mercancías de las últimas décadas –que poco y nada tiene que ver con necesidades básicas humanas-, correlativa a esta fase específica del capital fósil (Malm, 2020) permite asimismo problematizar causas y zonas de origen viral, como también densidad y velocidad específica del flujo circulatorio que adquieren hoy ciertos virus.

Asimismo, las condiciones inmunológicas de las poblaciones humanas que encontró este virus, como ha ocurrido con tantos otros episodios epidémicos –la Invasión de Abya Yala, la colonización brutal de la India o la industrialización británica son casos emblemáticos largamente estudiados- no pueden desligarse de los impactos concretos sobre cuerpos y territorios que la propia fractura socio-metabólica (Marx, 2014) engendra en el proceso de acumulación. En la fase actual, y teniendo la precaución de hablar en un plano macro y general, encontramos poblaciones transversalmente afectadas en aspectos primarios de su salud, generalmente soslayados y mencionados de forma aislada: desde la pérdida de condiciones inmunológicas a nivel masivo por partos innecesariamente intervenidos, ingesta sistemática de agua y aire tóxicos, ambientes degradados, saturación urbana, “dietas” que acompañan a lo largo de la vida que enferman y debilitan antes que sostener un buen estado de salud de base. Estas problemáticas son normalmente co-existentes, y se correlacionan hoy con un descontrolado y creciente mal uso de fármacos, y sus llamados efectos secundarios. La lista, claro está, es absolutamente insuficiente.

Apunto sólo algunas cuestiones en torno al alimento, tema sobre el que principalmente centro mi investigación. A las ya mencionadas problemáticas de la desnutrición y obesidad, como capas generales, debemos añadir la malnutrición estructural: impactos de agrotóxicos persistentes en frutas, verduras y granos que hoy se consumen [2]; sobre-carga de antibióticos en carnes de distinto tipo [3]; productos sintéticos altamente nocivos que ingresan al organismo cada día con los ultra-procesados [4]; ingesta de micro-plásticos [5]; materias primas crecientemente empobrecidas en sus cualidades nutricionales [6]. Abundan estudios sobre cómo cada uno de estos procesos enferma al organismo en general, la biota intestinal, el buen funcionamiento inmunológico. Las combinaciones de todos o varios de estos impactos actúan de forma simultánea en los cuerpos bajo diversas manifestaciones, desde déficit de micro-nutrientes a sobrepeso, de alergias a afecciones intestinales y cáncer. La multiplicación de estas problemáticas en las sociedades contemporáneas tiene diversas causas. La alimentación es una insoslayable.

Este escenario encontró el virus, y entonces surgen las preguntas, ¿cuántas internaciones menos y cuadros graves hubiésemos tenido bajo otros patrones alimentarios?, ¿cuántas muertes menos?, ¿qué grado de responsabilidad le cabe a la industria y sus lobbies en los efectos del virus en la población?, ¿algún reclamo público como se hizo con los no vacunados para que las empresas agro-alimentarias paguen los enormes costos de las internaciones masivas?, ¿qué responsabilidad tienen los agentes del Estado que legalizan y alientan a estas corporaciones?, ¿se podía comenzar a abordar el tema en pandemia?, ¿era un aspecto urgente y prioritario? Obesidad, hipertensión, diabetes son sólo algunas de las llamadas co-morbilidades que hemos visto han agravado de forma significativa el riesgo de padecer casos graves de la enfermedad producida por el virus. Son, como decimos, las capas más visibles de un patrón alimentario que sistemáticamente enferma.

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La alimentación tendiente a cuidar el organismo entra en un plano marginal de las principales políticas anti-pandémicas y de los imaginarios políticos hegemónicos.

La relación de estas patologías con el sistema agroalimentario hegemónico basado en el lucro no es casual, está estudiada, descripta, y prolíficamente denunciada de punta a punta del planeta. Claro que el alimento es una arista más dentro de una realidad sanitaria harto compleja, pero no es un aspecto menor. Sí es menor la atención que se le presta en términos de políticas hegemónicas de salud, campañas y acciones concretas que modifiquen lo estructural. Lejos estamos aquí de simplificar los abordajes sanitarios, más bien buscamos apuntar ciertos silencios, cuando la evidencia científica, tantas veces invocada, abunda al respecto mucho antes que la pandemia irrumpiera y es largamente menos controversial que ciertos fundamentos utilizados para justificar “medidas sanitarias”, inversiones, despliegue de agentes y recursos estatales en estos años de pandemia [7]. En esos mecanismos selectivos de la ciencia se reproduce el sistema en el que estamos.

Muy lejos de alguna decisión política vinculada a la pandemia, fue a fuerza de mucho activismo que se logró debatir y sancionar una Ley de Etiquetado Frontal de Alimentos. Recién en marzo de 2022 la norma fue reglamentada. Este tipo de regulación ha mostrado cambios en los patrones de consumo alimentario en otros países. No obstante, lejos está de ser una solución de fondo. Lo que hace es transparentar a la luz pública que lo que denomino como industria de los toxo-necro-comestibles es legal, está regulada por el Estado, celebrada en programas alimentarios, estimulada en políticas de aliento al consumo, y habita nuestros organismos a diario. Se trata de una administración del desvarío ontológico al que hemos arribado en nuestro vínculo con el alimento (Rossi, 2019, 2021; Rossi y Machado Aráoz, 2020). El grado de desorientación respecto a la relación alimento/salud colectiva lleva a que no sea tema de primer orden ni institucional ni mediático que enormes franjas de población hayan empeorado sus, ya de por sí fallidas, dietas durante la pandemia [8]. Particularmente sectores populares han agravado aún más los riesgos frente a este y otros virus, en tanto en un marco de pérdida de poder adquisitivo del salario, la tendencia a dietas “inflamatorias” con alto contenido de harina refinada, azúcar y grasas de mala calidad se potencia [9]. La alimentación, en un plano profundo y no meramente superficial, tendiente a cuidar el organismo entra en un plano marginal de las principales políticas anti-pandémicas y de los imaginarios políticos hegemónicos. Las recomendaciones y estímulos para cuidarse en el contexto de pandemia no han sido neutrales: exhiben y exaltan unas prácticas, minimizan y silencian otras.

El mito tecnológico y la renuncia al pensamiento crítico

Mientras no se explican las causas, estructuras y circuitos pandémicos, y mientras aspectos básicos como la alimentación son profundamente soslayados, se construyó lo que el epidemiólogo Jaime Breilh llamó la ‘panacea vacunal’ [10]. Frente a un virus que efectivamente enferma y mata, pero que presentó una letalidad significativamente menor respecto a otros virus de aparición reciente, como el ébola por caso, y que tuvo impactos marcadamente diferenciales según franjas etarias, estado de salud previo, áreas geográficas, y clase social, sólo por mencionar algunas claves de análisis, se emprendieron masivas campañas de vacunación de forma indiscriminada. Por otro lado, es importante resaltar que la vacunación no cortaba la circulación del virus, tal como ya habían advertido diversos investigadores e incluso funcionarios, aunque otros agentes gubernamentales, científicos y periodistas intentaran de forma insistente y con mayor peso en los discursos mediáticos instalar esa idea con buena fe o a sabiendas de que no era así. La cuestión es que lo que siempre se invocaba –de forma explícita o implícita- era el aura tecno-científica para justificar esa postura.

Asimismo, varias de las tecnologías utilizadas fueron novedosas en su uso masivo, basadas en un alto grado de complejidad técnica y considerable incertidumbre sobre sus posibles efectos adversos a corto, pero sobre todo a mediano y largo plazo, a nivel individual y a nivel de especie [11]. Pensar en las posibles implicancias en un plano transgeneracional parece algo que para los ritmos del capital es una verdadera extravagancia. Estos planteos críticos existieron dentro del campo científico, reflejados en artículos, foros y audiencias públicas, porque existen diversos abordajes científicos, epistemologías, prácticas. Hay un rico campo de la salud que no construye dogmas, apela al principio precautorio, prioriza la salud sin daño, entre otros principios. Y vale decir que esto parte de reconocer que, aunque se silencie, una parte significativa de la intervención médica hegemónica genera desde hace rato más problemáticas que soluciones (Illich, 1978; Jones y Wilsdon, 2018). ¿Significa esto desechar toda innovación tecnológica en el campo de la medicina o descartar de plano a toda la medicina occidental? Para nada. Más bien se trata de cultivar algún grado de humildad epistémica.

Asimismo, ciertos sectores de la ciencia que podría pensarse harían lugar a estos planteos optaron aun así por dejarlos de lado en sus cruzadas contra la derecha negacionista del virus o los grupos llamados genéricamente anti-vacunas, donde más bien co-existen diversidad de planteos y fundamentos. Ya en 1996, el biólogo marxista Richard Levins advertía en sus Diez postulados sobre ciencia y anticiencia que frente a los ataques de la derecha contra la ciencia lo peor que se podía hacer desde el pensamiento crítico era “ocultarse en el culto a los expertos” y llamaba a “rechazar la estrategia de vender soluciones mágicas reduccionistas, al servicio de la ciencia mercantilista, en favor del respeto hacia la complejidad, el carácter relacional, el dinamismo, la historicidad y el carácter contradictorio del mundo” (Lewontin y Levins, 2021). Levins invocaba a poner la ciencia a debate con los pueblos, democratizarla de forma real, y trasparentar las malas praxis que tantas veces se callan corporativamente. La disolución de estos debates de cara a la sociedad en general, y lo que llegó en pandemia como “verdaderamente científico” o “la voz de los expertos” se vio aún más agravado por la nueva confianza y rol asignado a fact-checkers de grandes corporaciones de comunicación erigidos como fiscales de la buena ciencia, sin conflictos de interés alguno [12]. En resumidas cuentas, perdemos todes o al menos las mayorías.

Apuntamos aquí ciertos rasgos que han caracterizado la construcción de esta ‘panacea vacunal’: una episteme mecanicista que aún hegemoniza las ciencias en general y las médicas en particular; una jerarquía científica que ubica la medicina por sobre otras ciencias, y dentro de las ciencias médicas a quienes dominan las llamadas ‘tecnologías de punta’ por sobre otros saberes; la selección de agentes de diversos campos científicos y no científicos que refuercen esta mirada en los medios y plataformas digitales de comunicación; la cancelación, desprestigio o relativización de miradas críticas bien fundamentadas; la sobre-amplificación de cuestionamientos poco o nulamente fundados; asociación lineal entre disminución de internaciones y muertes y tasas de vacunación, omitiendo otros factores –inmunidad por contagio, por ejemplo- y la no explicación de ejemplos donde esa relación se veía relativizada [13].

Antes de la pandemia, la filósofa Marina Garcés (2017) reflexionaba que “hoy tenemos pocas restricciones de acceso al conocimiento, pero sí muchos mecanismos de neutralización de la crítica”. Principalmente cuatro: la saturación de la atención, la segmentación de públicos, la estandarización de los lenguajes y la hegemonía del solucionismo. Sobre este último remarcaba que, nacida en Sillicon Valley, la ideología del solucionismo “legitima y sanciona las aspiraciones de abordar cualquier situación social compleja a partir de problemas de definición clara y soluciones definitivas”. Es así que “la credulidad de nuestro tiempo nos entrega a un problema de doble faz: o el apocalipsis o el solucionismo”. “O la irreversibilidad de la destrucción, incluso de la extinción, o la incuestionabilidad de soluciones técnicas que no está nunca en nuestras manos hallar”. El parecido con la panacea vacunal, al tiempo que se desalientan prácticas simples y socialmente apropiables como la buena alimentación, no es coincidencia.

¿Cuánta energía y recursos científicos puestos en conocer y divulgar qué condiciones básicas requiere un cuerpo para atravesar de la mejor forma posible el virus? ¿Qué tipo de dietas, ambientes y relaciones sociales disponen más o menos a casos graves? ¿Qué formas de la economía local permitieron que ciertas poblaciones atravesaran de forma más segura, autónoma y saludable la pandemia según cada contexto?[14] Aun a pesar del cuadro socio-sanitario calamitoso que atravesamos a nivel de especie, a pesar de las dolorosas muertes que nos dejó la pandemia, hay que decir que gran parte de la población convivió con el virus sin secuelas graves. En ese sentido, el virus brindó también la oportunidad de observar por dónde se están haciendo las cosas bien, captar adónde la naturaleza expresa sus mejores condiciones sin necesidad de intervenciones tecnológicas de alta complejidad, y qué factores estructurales debemos cambiar de forma urgente, mientras atendemos la contingencia en los casos necesarios con suma prudencia.

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Nunca tuvimos un contexto tan propicio para darlo vuelta todo y a la vez tanta incapacidad política para dejar atrás la monocultura científica moderna y su mito tecnológico.

Nunca tuvimos tanta capacidad científica para indagar, conocer, especificar poblaciones, y ser muy precisos y cautelosos en los abordajes. Existen aportes de la epidemiología crítica, la medicina social, de la salud comunitaria, de saberes indígenas que podrían haberse expandido en este contexto (Breilh, 2015; Marin y Bobatto, 2017; Lewontin y Levins, 2021). Claro que la mayoría van a la raíz de los problemas, y a fin de cuentas eso es poner en cuestión al capitalismo. En definitiva, nunca tuvimos un contexto tan propicio para darlo vuelta todo y a la vez tanta incapacidad política para dejar atrás la monocultura científica moderna y su mito tecnológico (Mumford, 1992; 2011). Como dice Garcés (2017), “nuestra ciencia y nuestra impotencia se dan la mano”, en tanto “vivimos en tiempo de analfabetismo ilustrado”.

Finalmente, la emprendimos una vez más con una intervención drástica sobre la trama de la vida a escala masiva, en otros términos, a nivel de especie. ¿La vacunación general era la única opción? ¿Era la mejor? ¿Las tecnologías que se usaron eran las únicas posibles? ¿Son científicamente neutrales esas tecnologías?[15] ¿Deja buenos precedentes para lo que viene? Si esta es la dinámica elegida como camino principal, ¿cuál es el destino de la especie? ¿Cuántos virus más enfrentaremos en los tiempos inmediatos si no discutimos las causas? ¿Cómo se encontrarán nuestros cuerpos y territorios para una próxima pandemia? ¿Cuántas intervenciones tecnológicas complejas más puede cada organismo humano soportar? ¿Y la especie?

De algún modo este tiempo materializó una vez más lo que en su libro En Tiempos de Catástrofes Isabelle Stengers (2017) llama un pánico frío producto de los mensajes abiertamente contradictorios de los responsables institucionales y sus voceros. En este caso, se declara la guerra al virus, y se sostienen todas las estructuras que provocan los saltos virales y su circulación descontrolada; se declara el estricto cuidado de la salud colectiva, pero no se toca el sistema agroalimentario que está en el nudo sindémico de este tiempo. Dice esta filósofa de la ciencia que este pánico frío parece aguardar un milagro, o bien proveniente de la técnica que nos ahorre la experiencia o de alguna conversión social masiva producto de una catástrofe. Al menos con esta pandemia esto no ocurrió. Mientras tanto se nos va la vida, aunque la ilusión tecno-científica venda futuro.

Con los mitos científicos también se construyó el mundo en que estamos. Dice al respecto Luis González Reyes (2021) que “sociedades justas, democráticas y sostenibles deben venir acompañadas de la creación de una serie de nuevos mitos sociales, también de raíz científica (y aquí me refiero al método de conocimiento del entorno), que sustituyan a los de la neutralidad y omnipotencia de las tecnologías humanas”.  Podemos pensar que este virus se acercó a conversarnos. Vino a recordarnos que éramos humanos, seres del humus, de la tierra viva y misteriosa, a hacernos saber de límites y responsabilidades ante nuestros congéneres y para con el resto de la trama de la vida, esas directrices que permitieron sostenernos a través de generaciones. Teníamos infinidad de lenguajes posibles para dialogar, como infinidad de derivas a partir de esos diálogos que entabláramos. Pasar revista de forma crítica a los efectos presentes y futuros de esta conversación abierta es tarea obligada de una ciencia pretendidamente crítica, pero, sobre todo, digna.

*Agradezco a Paula, Darío, Marianela y Silvina, quienes desde diversas trayectorias y saberes realizaron una lectura crítica de cara a la redacción final del artículo.

 

Nota al pie

[1] Se ha extendido el uso del término Antropoceno para designar una era en la que las transformaciones a escala geológica provienen de las acciones de la especie humana sobre la biósfera. Especialmente se hace referencia a los procesos iniciados a partir de la etapa industrial, y sus efectos como el calentamiento global, la pérdida de biodiversidad, contaminación del aire y el agua, entre otros. Siguiendo a Moore y otros autores optamos por hablar de Capitaloceno, en tanto compartimos que más que la humanidad de forma genérica es el tipo de relaciones sociales capitalista, que incluso preceden y exceden al industrialismo, las que han sido determinantes en estos trastornos planetarios.

[2] https://latinta.com.ar/2018/11/registran-82-agrotoxicos-diferentes-en-38-frutas-y-verduras/

[3] https://www.who.int/es/news/item/07-11-2017-stop-using-antibiotics-in-healthy-animals-to-prevent-the-spread-of-antibiotic-resistance;https://unciencia.unc.edu.ar/quimica/hallan-un-coctel-de-antibioticos-en-peces-que-se-venden-para-consumo-en-cordoba/

[4] https://www.fao.org/3/ca7349es/CA7349ES.pdfhttps://iris.paho.org/bitstream/handle/10665.2/7698/9789275318645_esp.pdf

[5] https://bit.ly/3LjOlal;https://www.csic.es/es/actualidad-del-csic/un-estudio-demuestra-que-la-ingesta-de-microplasticos-altera-la-microbiota

[6] https://journals.ashs.org/hortsci/view/journals/hortsci/44/1/article-p15.xml

[7] Sobre los abordajes de la pandemia en relación a las formas de seleccionar datos ver el planteo de Jaime Breilh en esta entrevista https://agenciatierraviva.com.ar/en-el-corazon-de-la-pandemia-esta-el-sistema-agroalimentario/ y las reflexiones de Petruccelli en este artículo https://contrahegemoniaweb.com.ar/2021/12/14/alejandro-bercovich-una-invitacion-a-pensar-un-convite-a-dialogar/. Para una reflexión más profunda en torno a estos mecanismos sistémicos de la gestión sanitaria hegemónica pueden consultarse los trabajos de Breilh (2015) y Lewontin y Levins (2021).

[8] https://www.conicet.gov.ar/cuarentena-por-covid-19-y-su-impacto-en-los-habitos-alimentarios/

[9] Sobre algunas observaciones al respecto se refiere la antropóloga de la alimentación Patricia Aguirre en esta exposición:  https://www.youtube.com/watch?v=me0C4RcMTkM

[10] Sobre esta construcción habla este referente de la epidemiología crítica en esta entrevista https://agenciatierraviva.com.ar/en-el-corazon-de-la-pandemia-esta-el-sistema-agroalimentario/

[11] Al respecto se refiere la investigadora Alicia Massarini aquí:  https://agenciatierraviva.com.ar/si-no-transformamos-las-causas-de-esta-pandemia-volvera-a-pasar/

[12] Para dar un ejemplo, un científico argentino que cobró relevancia como divulgador durante la pandemia –me interesa el caso como patrón más que la personalización- en torno a las medidas de cuidado y en favor de la vacunación masiva, escribió en una ‘red social digital’ el 25/11/2021, “o te vacunás o te infectás”. A pesar de que la prueba empírica al alcance de cualquier ciudadana/o mostraba que esto no era así, y diversos estudios científicos al respecto hacían lo propio desde hacía tiempo, ese posteo no fue quitado ni recibió alertas y campaña de descrédito como sí ocurrió con tantos otros ¿Qué mecanismos determinan qué es y qué no fake-news? ¿No hay conflicto de interés en estas regulaciones? ¿Qué tipo de negacionismo se exalta y cuál se silencia? ¿No afecta a la ciencia usar su escudo simbólico para justificar apreciaciones basadas en otros criterios? ¿No estimulan este tipo de manejos a los llamados grupos anti-ciencia?

[13] El mencionado artículo de Petruccelli refiere a esto último.

[14] Si bien no se desconoce que han existido valiosos estudios desde organismos públicos y el tercer sector respecto a los temas aquí planteados, lo que se quiere dejar esbozado es que no han hegemonizado la agenda investigativa, no han guiado las líneas principales de las políticas públicas ni han tenido la preponderancia en las campañas de comunicación como así tampoco en las miradas mediáticas dominantes, más bien ha prevalecido el abordaje centrado en las consecuencias del virus, y respuestas de tipo parciales, aisladas y de corto plazo.

[15] En este artículo el investigador Matías Blaustein analiza estos aspectos https://agenciatierraviva.com.ar/pandemia-casos-record-y-falsas-soluciones/

 

Bibliografía

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Fotos y videos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación  05 de mayo de 2022

Leonardo Rossi

Leonardo Rossi es becario doctoral del Conicet (IRES). Miembro del colectivo Ecología Política del Sur. Doctorando en Ciencia Política CEA-UNC. Docente Facultad de Ciencias Sociales UNC. Abocado al estudio del sistema agroalimentario y sus efectos ecológico-políticos, de los entramados agroecológicos y de formas comunales de la política. Activista por la agroecología.

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