Arte trash

Hay quien piensa que el arte debe ser útil, yo soy de las que creen que el arte es arte y punto. Las personas que pueden consumir, consumen muchísimas cosas, que se caracterizan por estar envasadas, exhibidas y vendidas en todo tipo de mercados. La mayoría de las veces, la propaganda inventa la necesidad de tenerlas, de poseer objetos que ni siquiera nos resultan útiles (ya no digamos imprescindibles). Es en esa línea de ideas en la que me inscribo para pensar que el arte no tiene porqué ser útil: su finalidad es la belleza. Si despierta otras cosas en quien lo aprecia, si hace pensar acerca de algo, bienvenido, pero con que conmueva es más que suficiente. De este modo, creo que el trash art o el arte de hacer obras con objetos desechados, extraídos de la basura, o inservibles para cualquier finalidad “útil”, puede ser apreciado por su calidad estética, más allá de las intenciones del autor.

Lo que importa en el arte, que es la más libre expresión del ser humano, es que sólo se deje llevar por la emoción de crear.

Está muy difundido que este tipo de expresiones “sirven” para concientizar acerca de la necesidad de consumir menos, cuidar nuestro planeta, crear conciencia ecológica y muchos de sus cultores son guiados por ese tipo de ideas. Son ideas muy buenas, por cierto, pero lo que importa en el arte, que es la más libre expresión del ser humano, es eso, que no lo guíe ninguna finalidad “educativa”, (que puede correr el riesgo de convertirse en adoctrinamiento) y que sólo se deje llevar por la emoción de crear.

Llegados a este punto, debo decir que se puede ser creativo con cualquier cosa, desde elementos nuevos a inservibles. Un ejemplo de ello sucedió hace poco, en Mendoza. Un niño, Luciano, informaron los medios, sorprendió a su maestra de plástica, y a todos los que leímos la noticia, con un tiranosaurio hecho de tierra, paja y ladrillos rotos. Su tarea era hacer una obra “con lo que tuvieran en su casa”. Ese maravilloso artista, no se propuso concientizar al país acerca de las limitaciones de los niños cuyas familias no les pueden comprar témperas, pinceles o lápices de colores. Se abocó a hacer arte con lo que tenía a mano.

Yo tengo la fortuna de poder adquirir materiales con los que expresarme y lo hago. Pero me entusiasma muchísimo la segunda vida de las cosas, explorar lo que puede lograrse con lo que se descarta por “inservible”. Es una forma de expresión que debe sentirse: quizá apreciando retazos, restos de materiales, ya sea desechos de madera de construcción, revestimientos, objetos. Esa es mi forma de entender el arte trash, que no es exactamente lo mismo que sustentable, aunque suelen asimilarse los términos. Lo sustentable tiene que ver con la posibilidad infinita de reciclado, de bastarse a sí mismo, de no consumir energías no renovables. Quienes mejor lo explican son Michael Braungart y William Mcdonough, creadores del concepto Cradle to cradle, y han escrito un libro que se llama así. En ese sentido, algunas de mis piezas de trash art son estrictamente sustentables, por el material con el que están realizadas y lo artesanal de su confección. De algún modo, es de esperar que vivan para siempre: en la memoria de alguien o aunque sea en forma de energía si alguna vez los que me sucedan en este planeta  deciden que su destino sea el fuego.