Ubicado en el último barrio de la zona norte de Villa María, el predio comprende 23 hectáreas de monte virgen. Vecinos, estudiantes y ecologistas de la ciudad quieren que se lo declare reserva para preservarlo de loteos y transacciones inmobiliarias.
El dato sigue siendo estremecedor: el 97 por ciento del bosque nativo cordobés ha sido talado en los últimos años. Sin embargo, el azar ha jugado a favor de Villa María. Porque ni la soja ni los proyectos inmobiliarios han podido engullirse un predio de 23 hectáreas de algarrobo virgen. Y es que El Algarrobal, una arboleda inmemorial en la zona norte de la ciudad, aún permanece intacto. Sin embargo, tanto los vecinos del barrio Malvinas Argentinas como los ecologistas villamarienses, saben que deberán tomar medidas urgentes para impedir el loteo, haciendo que el bosquecito sea declarado reserva natural. Algo así como volverlo un “Central Park” alrededor del cual empiece a girar un nuevo concepto de ciudad. Este es, al menos, el proyecto que un grupo de vecinos y defensores del ecosistema elevaron al Concejo Deliberante a fines de 2018. Y aunque el organismo aún no se ha expedido, de momento han parado toda acción inmobiliaria.
José Sánchez es uno de los vecinos más antiguos del Malvinas Argentinas, uno de los barrios más nuevos de Villa María. Además de llevar adelante una imprenta en su casa, José es miembro del centro vecinal. Y así cuenta su historia con el bosque.
“Con Natalia, mi mujer, fuimos una de las primeras familias en llegar al barrio hace diez años ya. Y al Algarrobal lo descubrimos por esos días. No podíamos creer que a cuatro cuadras de casa tuviésemos un ecosistema con árboles y animales. Era una bendición. Pero eso no les importaba a las inmobiliarias. Si todavía no lo habían talado para la construcción, era porque el monte funcionaba como dique de contención para las lluvias y estaba medianamente protegido. Pero en cuanto se loteara, esa protección se iba a terminar. Por eso fue que propusimos un proyecto para convertirlo en reserva. Y fue así. El intendente convocó el año pasado a los miembros de los centros vecinales para hacer un diplomado de gestión vecinal en la universidad y yo me inscribí. A fin de año había que presentar un proyecto relacionado con el barrio y yo propuse, precisamente, que El Algarrobal fuera declarado reserva. Pero no lo hubiera podido hacer sin la ayuda de un grupo de estudiantes y de profesores de la UNVM que estaban interesados en preservar el monte nativo también. Así que armamos una ONG, la Asamblea Socioambiental El Monte Nativo Vuelve. Y elaboramos el proyecto que presentamos en noviembre al Concejo Deliberante. Nos dijeron que para aprobarlo debían expropiar los terrenos y que para eso no tenían el dinero suficiente. Al menos, no todavía. Aparentemente hay cuatro o cinco dueños de las tierras y esos dueños quieren lotear. Pero de momento ese loteo está frenado. Los concejales nos prometieron que, mientras no sea reserva, El Algarrobal será declarado “patrimonio cultural y natural”. Aún no lo hicieron oficial pero con esa medida estará resguardado. La idea es que esto se mantenga hasta que aprueben el proyecto y gestionemos esos fondos con empresas privadas o del exterior para expropiar o comprar esos terrenos. Yo creo que todo bosque nativo es fundamental para que los chicos crezcan con la vivencia de la naturaleza y un nuevo paradigma ecológico, que nos es tan necesario. Queremos que el Algarrobal se declare reserva natural y pluricultural no sólo por ellos, sino también por el futuro del barrio y la ciudad entera”.
Pamela Demarchi está a punto de recibirse de maestra jardinera; y acaso pocos años atrás no hubiera soñado que se convertiría en militante en favor de la naturaleza. Pero eso fue lo que pasó. Y de este modo explica sus ansias de cuidar no sólo un jardín de infantes sino aquel jardín primitivo hecho de árboles y de una luz inmemorial.
“Empecé a trabajar en el proyecto casi sin querer. Me fui enterando de lo que pasaba en el Algarrobal por amigos en común, estudiantes de la Licenciatura en Medioambiente y Energías Renovables de la UNVM. Ellos habían empezado a trabajar en el monte por cuestiones de la carrera y se empezó a mover la noticia: existía un monte urbano de gran importancia ecológica que había que cuidar. También tengo amigos en común de Takku Reforestaciones, un vivero de especies autóctonas que lleva adelante una familia villamariense. O sea que cada día fui escuchando un poco más sobre el montecito hasta que decidí venir a las reuniones. Yo no me considero ecologista ni siento que haga nada especial; tan solo participo como simple ciudadana. Veo que la ciudad crece, y que ese crecimiento es un arma de doble filo porque trae aparejada una explosión urbana mórbida. Se empieza a construir en lugares donde no se debe ni se puede; se tala indiscriminadamente, se contamina y no vemos que haya un criterio sobre las especies que se cuidan. Y Córdoba está entre las primeras diez provincias a nivel mundial de mayores tasas de deforestación. De hecho, predominan los principios de “ecocidio” más que ecológicos. Nuestro sueño es que El Algarrobal sea declarado reserva natural y pluricultural y realizar visitas guiadas con los colegios primarios y secundarios; vivenciar con los chicos el ecosistema y que participen del sembrado de especies autóctonas. En lo laboral nos imaginamos varios emprendimientos; como fabricar harina de algarroba de las chauchas caídas y preparar pastelería autóctona para quienes vienen de visita. Una suerte de emprendimiento gastronómico que también generaría ingresos y turismo ecológico e intercultural”.
Emilia Sosa junto a sus padres César Sosa y Mercedes Caballero, llevan adelante el vivero Takkú (“el árbol” en quechua), un emprendimiento familiar abocado a reproducir especies autóctonas en Villa María. Y de este modo narra la historia del proyecto.
“Arrancamos en 2010 a raíz de los incendios forestales de las sierras. Como tenemos una casita en Villa Rumipal, ese hecho nos tocó muy de cerca. A partir de entonces investigamos acerca de lo que debe hacerse tras un incendio. Y vimos que una de las tareas fundamentales era reforestar. De este modo, nos fuimos metiendo de a poco en el mundo de las especies nativas. Y nos enteramos de la ley de bosques de Córdoba también, que es una ley controvertida y con muchas falencias. Entendimos que teníamos una misión y la pionera fue mi mamá junto a gente del colegio El Caminante, donde da clases. Ella y los chicos empezaron a reproducir árboles pero después seguimos nosotras con mi papá, por fuera de las instituciones. Y no sólo con reproducción sino también con trasplantes y reforestación. Takku es un vivero familiar a muy pequeña escala. Casi te diría que casero. Pero somos los únicos que nos especializamos en especies nativas en la ciudad. Normalmente hacemos almacigueras en el patio y usamos tierra negra del vivero. Sembramos al principio del verano algarrobos y espinillo, que son las especies que mejor vienen. También hacemos quebracho, lapacho o cina cina, que son un poquito más difíciles. Son especies que siempre existieron en Argentina. Si la semilla es buena, un algarrobo te puede dar el primer brote a la semana. Y si sembrás muchos, te puede nacer el 90 por ciento. A las semillas las juntamos por toda la provincia. Pero no es un mero juntar chauchas sino algo cultural. Para nuestros pueblos originarios, recolectar la algarroba era un ritual. Eso comprendía no sólo la futura siembra sino también el alimento del día. Con esas chauchas ellos hacían arrope, harina o café de algarroba. Como también estudio la licenciatura en Medioambiente y Energías Renovables en la UNVM, empecé a trabajar con la asamblea para que El Algarrobal sea declarado reserva natural. Creemos que es uno de los objetivos ecológicos más importantes para Villa María. Somos optimistas porque en un año hicimos muchos avances. Todavía no conseguimos que lo declaren reserva pero al menos no le van a poder pasar la topadora y eso no es poca cosa”.
Y como dándole la razón a Emilia, esta nota se cierra con una cita. Es de “Una excursión a los indios ranqueles” de Lucio V. Mansilla. Y a pesar que ya tiene un siglo y medio de antigüedad, su actualidad es demoledora.
“Las brisas frescas de la tarde comenzaban a sentirse, galopamos un rato y entramos en el monte. Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estos últimos abundaban más. Es el árbol más útil que tienen los indios. Su leña es excelente para el fuego, arde como carbón de piedra; su fruta engorda y robustece los caballos como ningún pienso, les da fuerzas y bríos admirables; sirve para elaborar espumante y soporífera chicha, para hacer “patai” pisándola sola, y pisándola con maíz tostado una comida agradable y nutritiva. Los indios siempre llevan bolsitas con vainas de algarroba, y en sus marchas la chupan, lo mismo que los coyas del Perú mascan la coca. Es un alimento, y un entretenimiento que reemplaza el cigarro”.
Y, según los chicos de la asamblea, es también un emprendimiento; ese que quiere cambiar el paradigma de una ciudad para volverla respetuosa del ecosistema. Pura música para los árboles.
Nota de la revista: Recientemente la Universidad Nacional de Villa María declaró El Algarrobal de interés institucional para actividades de investigación, extensión y educación ambiental.
Fotos y videos de la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM y de sitios públicos de internet.
14 de noviembre de 2019.
Iván Wielikosielek
Nació en Ballesteros, Córdoba, en 1971. En narrativa ha publicado Crónicas del Sudeste, Los ojos de Sharon Tate y El libro del Pozanjón y la ciudad de los muertos. En poesía, Príncipe Vlad, Crímenes de la sed y Gatos de Nínive, todos por el sello cordobés Llanto de Mudo. Desde 2007 se desempeña como periodista en diversos medios gráficos de Villa María.