Marcha de las Putas en México

Esa maldad feminista
por Martín De Mauro Rucovsky

Puebla es la cuarta o quinta ciudad más poblada de México, ubicada al oriente de la capital de México -antigua ciudad de Tenochtitlan, en náhuatl Mēxíhco Tenōchtítlāny en cuyo límite poniente se localiza la Sierra Nevada, formada esencialmente por los volcanes Popocatépetl y Iztaccíhuatl, conocido también como “la mujer dormida”. Con una altitud de 5500 metros sobre el nivel del Mar, el Popocatépetl es en náhuatl (Popōcatepētl) “el cerro que humea”, conocido por lxs tecuanipas antes de la época del Imperio Mexica y por lxs genocidas-españoles en 1519 bajo directriz de Hernán Cortés quien envió a explorar la zona con la finalidad de obtener el azufre necesario en la fabricación de la pólvora para sus cañones y arcabuces. Paso de Cortés es el nombre que registra la toponimia de este puerto montañoso, próximo al valle de México y en cercanía con Malintzin (o Malinche) y el Pico de Orizaba. El Popo es conocido también por la canción de Liliana Felipe Huapango De Moncayo pero más aún por sus constantes fumarolas y erupciones que llegan en forma de cenizas hasta las colonias y barrios de Puebla. Y es que ambos volcanes conforman el paisaje climático de la ciudad, marcan sus contornos y trazos geográficos, pues pareciera que es la ciudad la que pide permiso para emplazarse allí, como una vecina invitada o un pariente cercano.

Los climas templados y cálidos, con diversos grados de humedad y lluvias en verano, corresponden a la climatología y la geografía no-humana de esta región. En efecto, la presencia de las altas montañas en el oriente del estado son las que explican la falta de lluvias pero no logran dar cuenta de los climas sociales dominantes en el territorio poblano. ¿Cuáles son, entonces, los relieves sexuales de la ciudad, sus trazos y líneas de conflicto corporal, los estados de ánimo sensibles, los climas afectivos y las atmósferas sociales que circulan en la ciudad de Puebla? ¿Cómo captar esos desvíos extraños, esas zonas contra-climáticas o las atmósferas climatológicas de desorientación generalizada?

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El feminicidio es expresión de un modo de violencia sistemático y totalizante que refiere a un tipo de ejercicio de poder patriarcal y colonial, que funciona a través de la gestión y administración dosificada de la muerte, la captura de territorios, las atmósferas afectivas y la territorialización corporal.

El Estado de Puebla es, junto al Estado de México, la zona con mayores índices de feminicidios y violencia de género de todo el país. La geografía corporal de la violencia y el terror señalan un desplazamiento en los imaginarios recientes sobre la muerte sistemática de mujeres (posiciones feminizadas), trans y disidencias sexuales. Ese corrimiento supone un cambio de coordenadas que va desde la frontera norte (así como bien lo indican Rita Segato en La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Roberto Bolaño en 2666 o Sergio González Rodríguez en Huesos en el desierto) hacia la región central de México, tal como vienen denunciando distintas organizaciones feministas, ONG’s y asociaciones civiles. El feminicidio es una expresión (entre tantas otras) de un modo de violencia sistemático y totalizante que refiere, a su vez, a un tipo de ejercicio de poder patriarcal y colonial, que funciona a través de la gestión y administración dosificada de la muerte, la captura de territorios, las atmósferas afectivas y la territorialización corporal. O de otro modo, se trata de la convivencia múltiple, desigual y combinada de agencias estatales y sus respectivas burocracias, el legado histórico de un cierto ideal cultural-nacional de lo mexicano, la migración masiva, la caravana de migrantes centroamericanos y las respuestas securitistas, el narco y las narco-culturas, el crimen organizado (los huachicoleros, por tomar un ejemplo, son quienes roban de los oleoductos y venden ilegalmente combustibles), la policía, los militares, los sicarios y paramilitares y la recientemente creada Guardia Nacional. Este es, sin lugar a dudas, un desafío aún pendiente para el reciente mandato de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su partido de izquierda-progresista MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional)  que paradójicamente es reconocido positivamente por la incorporación de feministas en distintos cargos y estamentos del estado. ¿Cómo desactivar esa compleja máquina de guerra que funciona a través del terror, la muerte y el miedo sobre la propia población mexicana femenina, indígena, trans, disidente, etc.?

En este contexto ampliado de gestión y administración generalizada de la muerte (y como subtexto, el par inseguridad-seguridad), lo que viene sucediendo es una creciente intensificación de la violencia patriarcal y sus climas afectivos de temor y miedo en el espacio público. Mujeres, trans, lesbianas, disidencias y posiciones feminizadas que circulan por el espacio urbano, en calles y avenidas periféricas, de noche y sin compañía; en cualquier caso, si toman el metro, un taxi, uber o didi y no se sabe dónde están por unas pocas horas se convierte (casi) automáticamente en motivo de preocupación, alerta y hasta desesperación, ya sea por posibles agresiones, secuestros o desapariciones. Así sucedió el 3 de agosto de 2019 cuando cuatro policías violaron a una joven de 17 años a dos cuadras de su casa en colonia San Sebastián, alcaldía de Azcapotzalco en Ciudad de México (CDMX). A pesar de la circulación de este clima lúgubre de violencia sexual, temor y miedo (mecanismo de sujeción igualmente psicologizante e individualizante), unos pocos días después, el 16 de agosto se organizaron una serie de manifestaciones y convocatorias feministas alrededor de la consigna #NoNosCuidanNosviolan. En CDMX las marchas y manifestaciones confluyeron en la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) y de la procuraduría local donde el titular de la SSP recibó su golden shower de glitter (brillantina color morado, como se dice en México). Después de esto se arma una hoguera en una estación policial y se pintan miles de consignas en el monumento de la Victoria Alada (el conocido Ángel de la independencia). Esto provoca, de modo simultáneo e impredecible, el pánico moral regresivo pero también la expansión contagiosa del movimiento feminista alrededor de la marea de brillantina. Así, frente a la dimensión siempre trágica de la violencia lo que se expande es otra climática corporal, la ira, la rabia y la furia feminista en pintadas o consignas del tipo “somos malas, podemos ser peores”, “cerdos violadores”, “atacan a una, atacan a todas”, “no necesitamos ser valientes, necesitamos ser libres” #AMíMeCuidanMisAmigas.

Una escena, un espacio, otros climas

Pero volvamos a Puebla, a sus volcanes y sus relieves sensibles. 8 de octubre de 2019. A instancias del Gobierno Federal y la Suprema Corte de Justicia de la Nación que exhorta a hospitales públicos a garantizar el derecho a interrumpir los embarazos sólo con previa autorización por escrito (fallo NOM 046-SSA2-2005) y en el mismo sentido promueven la igualdad de derechos a la población LGTBI, matrimonio igualitario, seguridad social, vivienda y adopción (resolución de jurisprudencia 29/2016) y en contraste con este pedido, el Congreso del Estado de Puebla envió una cartera de reformas que deja sin modificaciones sustanciales al código penal respecto del derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo (en particular el artículo 294) y la interrupción voluntaria del embarazo que aún conserva las cuatro causales históricas (estas son violación, malformación del feto, peligro grave de la mujer y descuido del embarazo). Bajo mandato del gobernador Miguel Barbosa Huerta y con mayoría parlamentaria de MORENA (mismo partido que AMLO), lo que sí se vio modificado, no obstante, fueron una serie de códigos decimonónicos que se refieren, por ejemplo, a la baja de punición por aborto en caso de “buena fama” o “si ha ocultado su embarazo”.

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La historia de la marcha es conocida. En enero de 2011 un policía canadiense pone en palabras un viejo principio de la lengua patriarcal: «No deberían vestirse como putas para no ser víctimas de violencia sexual». La reacción feminista se vuelve expansiva e inmediata: se convocan marchas, mítines y manifestaciones en distintos puntos del planeta.

Domingo 13 de octubre, citadxs al mediodía en el gallito de Paseo Bravo, próximo al centro y zócalo de la ciudad, la Marcha de las Putas Puebla convocó a activistas feministas, organizaciones sociales y contó nuevamente con el apoyo de la asociación civil de sexo servidoras (trabajadoras sexuales organizadas). La historia de la marcha es conocida. En enero de 2011 un policía canadiense pone en palabras un viejo principio de la lengua patriarcal: «No deberían vestirse como putas para no ser víctimas de violencia sexual». Citando un sentido común machirulo, el policía Michael Sanguinetti vuelve a situar aquel viejo código de atribución re-victimizante, esto es, son las víctimas y no los victimarios (los hombres ejercen un impulso sexual irrefrenable ante los estímulos femeninos) las causantes directas de la violencia y el horror. O de otro modo, es la mujer y todo un conjunto multifacético de atribuciones sexuales negativas: su placer, deseo o erótica sexual y no la estructuración masculina del espacio de lo público. La reacción feminista se vuelve expansiva e inmediata, se convocan marchas, mítines y manifestaciones en distintos puntos del planeta, desde la periferia subdesarrollada de India, Honduras y Uruguay hasta las metrópolis de países modernizados como Reino Unido, Australia y Canadá mismo.

La Marcha de las Putas en Puebla hace de este movimiento global (Slutwalk) un escenario propio y situado. Bajo las consignas “Todas juntas” y “Todas putas”, la apropiación del insulto supone una resignificación semántica pero también una política corporal del agravio: no somos las putas de los machines pero tampoco somos mujeres victorianas, somos todo lo putas que queramos ser. No hay una inversión de la prueba sino un desplazamiento hacia otros sentidos, es decir, la Marcha de las Putas no antepone el “como putas” a una jerarquización de la feminidad pacificada y casta sino más bien a una multiplicación expansiva de lo femenino y los roles de géneros: mujeres indígenas, lenchas, tortas y lesbianas, trans, sexo servidoras, disidentes, fugitivas, queers y punks.

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¿Cómo anteponer la autonomía corporal, el placer sexual y el derecho a la eroticidad frente a las gramáticas sentimentales del miedo, la violencia y su correlativo corporal, la pasividad inmovilizante? Esa es la pregunta que traen a escena los activismos lesbianos, feminismos insurrectos y trans alrededor de la Marcha de las Putas.

Son cerca de las 12:30 en Paseo Bravo, llegamos con Ana Neuburger a encontrarnos con Ivonne Hernández -compañera feminista de origen zapoteca, zona del istmo de Oaxaca y de las Muxes-. El ritual se repite, hace dos años exactos nos encontramos en este parque para marchar juntxs (en esa ocasión, la Marcha de las Putas coincidió con el Encuentro Nacional Feminista), y el paseo Bravo sigue siendo una zona de cruising gay y trabajo sexual. La ciudad de Puebla, por su parte, se conserva en un esfuerzo por parecerse a sí misma. Puebla de Zaragoza o Puebla de los Ángeles hace gala de su fama de mocha -católica, reaccionaria o conservadora-.

Suenan bombos y canciones en el reloj el gallito, en la calle las compañeras llevan máscaras estilo anonymous y pinturas-escrituras en todos su cuerpos (“pueblo mocho”, “rebélese señora”, “ni dios, ni amo”) con una estética femi-punk-lencha, hacen bailes, rituales de aquelarre y posan para la prensa y fotógrafxs presentes haciendo la seña del triangulito-concha. El clima es festivo, de encuentro lúdico y ánimos caldeados. Aquí no se trata del espacio de los duelos colectivos (como sí puede notarse en el movimiento #niunamenos de Argentina). Se respira bronca, la atmósfera es de irrupción y desacato.

Antes de arrancar, como para calentar los ánimos, se ensaya una performance con bengalas verdes y violetas (muy en sintonía con aquellos bailes tradicionales con las cintas alrededor de un palo y con el agite de las pibas de la oleada verde abortera sudaca). Empieza la marcha en dirección al zócalo por Avenida Reforma, a paso continuo van avanzando distintas compañeras con pasamontañas y van grafiteando paredes mientras la policía va detrás, escoltando y vigilando la movilización con gran despliegue de móviles (que lucen recién estrenados, modelos estilo policía de Nueva York) y algunas motos polis que sacan fotos con sus celulares. Llegados a la esquina de calle 9 Norte y Reforma, precisamente en la puerta de Parroquia San Marcos Evangelista la marcha continúa hasta toparse con un grupo de religiosxs paradxs en la puerta formando un cordón humano haciendo su propia performance: rezan en voz alta con sus rosarios en mano (suena como un mantra o un loop cristiano). El ambiente se enrarece, las energías colectivas se enaltecen, el cancionero se proyecta en voz alta “Somos malas, podemos ser peores”, “Aborto sí, Aborto No. Eso lo decido Yo”. Mientras el despliegue sucede, otras compañeras se adelantan y pintan en la vereda de la iglesia “PEDERASTAS”. Pasados algunos minutos sigue la marcha doblando por calle 7 Sur en dirección al zócalo que por cierto colinda con la fastuosa catedral de Puebla. Llegada al centro, una vez más, la novena Marcha de las Putas se topa con la solemnidad y la seriedad de la performance cristiana. Unos cuantos feligreses acordonados en señal de resguardo protegen la catedral y la majestuosa capilla del sagrario metropolitano (mucho periodismo asustadizo lo intitula “cinturón de la paz” porque evita las “pintadas vandálicas en monumentos históricos”, léase, lo pasado en el Ángel de la independencia en CDMX). Y una vez más, se produce un diferencial de emociones, un desencuentro coincidente de energías anímicas: el mantra religioso de la severidad y firmeza junto con su cordón inmunitario de protección pero también las compañeras subidas a las rejas, la irrupción de la manada y la jauría feminista, las voces inaudibles de la injuria: “Esta mañana me he dado cuenta que hay que luchar, que luchar, que luchar. Esta mañana he decidido derrocar al capital. No somos veinte, somos legiones, seremos más, miles más, más, más”.

Sismógrafo de los climas y atmósferas sociales, la Marcha de las Putas Puebla es también una máquina de estremecimiento y extrañamiento afectivo de aquello que es un sentido anímico compartido, en el espacio de lo público y lo común masculinizante. Aún inmersxs en ese ambiente envolvente de violencia funeraria y los climas anímicos de temor y miedo en todo México, es interesante no perder de vista la pregunta que insistentemente traen a escena muchos de los activismos lesbianos, feminismos insurrectos y trans alrededor de la Marcha de las Putas: ¿cómo anteponer, o no solapar, la autonomía corporal, el placer sexual y el derecho a la eroticidad frente a las gramáticas sentimentales del miedo, la violencia y su correlativo corporal, la pasividad inmovilizante? Pero también, como apuntan muchas teóricas feministas, el miedo y su primo hermano el temor no son una respuesta corporal innata (del tipo darwinista “una reacción de supervivencia con la que el cuerpo nos incita a salvar nuestro pellejo”) o un estado psicológico (interior) sino más bien un afecto de circulación sociológico y cultural, que se mueve en el espacio social y que genera apegos diferenciales. Lo cual supone un conjunto detallado de guiones, reglas y normas socio-culturales que nos indican, de uno u otro modo, a qué temer, qué sentir, cómo reaccionar y qué percibir. Es en ese sentido que podemos leer estos escenarios de resistencia y desobediencia feministas como instancias que traen a la superficie y que ponen a circular otras gramáticas afectivas.

“El amor expulsa al miedo, y también lo contrario: el miedo expulsa al amor” escribió Aldous Huxley hace un tiempo. ¿Y entonces? Entre la fumarola, las cenizas y las atmósferas cerradas del volcán Popocatépetl, lo que encontramos ya no es a su buena vecina, su compañera y par complementario, el volcán Iztaccíhuatl conocido también como “la mujer dormida”. En efecto, no se trata del amor curando al espanto sino más bien de la jauría en carne viva, una verdadera legión de furia, ira y desacato con las llagas abiertas, o porque no, los zigzagueos de resistencia que no temen jamás a la corrección, así lo dicen a viva voz la Marcha de las Putas: “no somos veinte, somos legiones” de maldad, de maldad feminista.

Fotos y videos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación   5 de marzo de 2020

Martín De Mauro Rucovsky

Es doctor en filosofía, docente universitario e investigador. Nació en 1984, en Córdoba capital. Formó parte del Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género. Publicó “Cuerpos en escena. Materialidad y cuerpo sexuado en Judith Butler y Paul B. Preciado” (Madrid, Egales, 2016) y distintos artículos en revistas especializadas y libros colectivos. Desde 2019 es becario posdoctoral de CONICET.

Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Catamarca 1042, Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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