La práctica de la

Meditación vipassana
por Catón Carini

A unos 90 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires, situado en las afueras del pequeño poblado rural de Brandsen, se levanta el centro de meditación Dhamma Sukhada. Enclavado en las planicies de la pampa argentina, el edificio principal se puede ver desde kilómetros a la redonda. Tierra gauchesca poblada por vacas, caballos y ovejas que miran con desconfianza a los escasos visitantes que pasan por allí, en el centro se pueden ver ocasionalmente zorros, liebres, cuises y lagartos overos, cautos pero tranquilos porque saben que no serán molestados.

Cuando uno llega al lugar, lo recibe una vieja rueda de carreta colgada de un poste, que representa cabalmente a la “Rueda del Dharma” budista, la doctrina que comenzó a circular en la India, siguió por el resto de Asia, y ahora transita por estas latitudes que hasta hace poco no sabían nada de la enseñanza del Buda. Allí hay mucho hecho, pero queda mucho más por hacer. A menudo he escuchado decir a algún visitante extranjero muy viajado que es el centro de la organización fundada por el maestro birmano S. N. Goenka más austero que conocen. También he escuchado ocasionalmente mencionar que es al que más cariño le tienen.

Al principio, el entorno despojado del lugar y sus humildes instalaciones generan cierto desasosiego. Parece que hay poco que mirar en este lugar apartado, sin tiempo, donde la modernidad, con su interminable ruido, se llama a hacer silencio. Al llegar, uno se desprende del celular, las llaves del auto, la billetera y cualquier otra cosa cuyo uso no está permitido durante los diez días del curso: libros, anotadores y música. Tampoco se puede hablar, ni comunicarse con gestos o entablar contacto visual. Uno está solo, pero con otros. La comida es abundante, vegetariana y está limitada al desayuno de las seis y media de la mañana y el almuerzo de las once. Prácticamente un ayuno intermitente con una ventana de alimentación de cinco horas y un periodo de dieta de diecinueve horas.

La práctica es rigurosa. Se desarrolla a lo largo de diez días que comienzan al despertar a las cuatro de la mañana y finalizan a la hora de acostarse a las nueve y media de la noche. La tarea de los primeros tres días consiste simplemente en observar la respiración, siguiendo el trascurrir de la inhalación y la exhalación, tal como se produce espontáneamente, sin intentar modificarla ni intervenir. A lo largo de las largas horas en la sala de meditación, los pensamientos se escapan al pasado o se proyectan al futuro, por lo cual la mente libra una ardua batalla consigo misma para conseguir prestar atención al simple hecho natural de respirar.

A partir del cuarto día las instrucciones cambian, proponiendo prestar atención a las sensaciones que surgen espontáneamente en todo el cuerpo. Pacientemente, uno recorre sus partes observando estas sensaciones con la misma atención y la misma actitud que antes empleó para observar la respiración, es decir, con ecuanimidad y sin intentar modificar nada.

Esta práctica implica un nuevo desafío, pues a menudo las sensaciones iniciales pueden ser desagradables: calor, tensión, dolor, presión, picor, tirantez. Aprende uno con la experiencia como la mente influencia el cuerpo y como el cuerpo influencia la mente en una relación de mutua determinación, pues nota que los pensamientos compulsivos y las emociones negativas que se sedimentan en las capas más o menos profundas de la mente son las responsables de esas sensaciones desagradables, al mismo tiempo que sensaciones producidas por incomodidad de estar sentado quietamente por largo tiempo generan pensamientos de ira y aversión.

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De la mano de una práctica intensa transmitida desde hace cientos de años los residuos de antiguas reacciones de avidez y aversión se van disolviendo y permiten que surjan el equilibrio, la paz y la dicha de existir.

Sin embargo, a medida que pasan los días y la práctica se va asentando la meditación se hace más profunda. Uno poco a poco va aceptado estar simplemente allí con esas sensaciones desagradables, las cuales se van disolviendo como manteca en una sartén caliente. Al calor de una atención ecuánime, se comprende de forma vivencial que cuando la resistencia cede, el cuerpo y la mente se tornan más livianos, y las sensaciones desagradables dejan paso a sensaciones más sutiles. Si la práctica continua con la misma ecuanimidad hacia estas sensaciones placenteras, ellas también se disuelven y se ve que la totalidad del cuerpo y la mente no son más que vibraciones que surgen y desaparecen.

Al mismo tiempo, a medida que pasan los días y la mente se torna más tranquila y observadora, uno va descubriendo la belleza del lugar. Donde antes veía solo hierba, descubre una rica variedad de plantas silvestres y flores de distintos colores. El aparentemente deshabitado lugar se revela como un sitio pleno de vida con una gran variedad de insectos y aves. El aroma de la tierra va cambiando de la mañana a la noche, la luna va mostrando distintas fases, las nubes se recortan contra un límpido cielo azul, o cubren el cielo prometiendo lluvia. Se produce, entonces, una apertura de la consciencia a los colores, los sonidos, los olores, los sabores y las texturas. Incluso uno capta que, más allá de las palabras, existe una comunicación no verbal que relaciona a todos los que se encuentran allí meditando.

A través de la enseñanza del Buda (dhamma), la cual se basa en la práctica de sila (la moralidad), samadhi (el desarrollo dela consciencia mediante la atención a la respiración) y pañña (el cultivo de la sabiduría a través de la observación ecuánime de las sensaciones), uno va purificando la estructura corporal y mental y se va liberando del sufrimiento (dukka). Así, en este lugar austero, y de la mano de una práctica intensa transmitida desde hace cientos de años, los residuos de antiguas reacciones de avidez y aversión (samskaras) se van disolviendo y permiten que surja el equilibrio, la paz y la dicha de existir. Por eso el centro se llama Dhamma Sukhada, que en idioma pali significa “el que otorga la felicidad del dhamma”.

Al finalizar el curso, comienza la tarea más ardua: aplicar lo aprendido en la vida cotidiana, pues es allí donde se encuentra el verdadero desafío. Con la práctica de la meditación uno dispone de una herramienta que ayuda a no reaccionar con apego o aversión hacia las distintas circunstancias que nos plantea el diario vivir, manteniendo la ecuanimidad y el equilibrio de la mente.

Para terminar, trascribimos unas palabras del maestro de esta tradición espiritual, S. N. Goenka: Observando la realidad tal y como es, observando la verdad interior, uno se conoce a sí mismo directamente a través de la experiencia. Con la práctica nos liberamos de la desdicha que acarrean las contaminaciones. Partiendo de la verdad externa, burda y aparente, penetramos en la verdad última de la mente y la materia. Esto también termina por trascenderse y se experimenta una verdad que está más allá de la mente y la materia, más allá del tiempo y del espacio, más allá del campo condicional de la relatividad: la verdad de la liberación total de todas las contaminaciones, de todas las impurezas, de todo el sufrimiento. No importa el nombre que se dé a esta verdad última, es la meta final de todos nosotros. ¡Ojalá que experimentes esta verdad última! ¡Ojalá que todos se liberen de las contaminaciones y de la desdicha! ¡Ojalá que todos gocen de una paz auténtica, una paz real, una armonía real!¡Que todos los seres sean felices!

* Una versión previa de este escrito fue publicada en el sitio web Buddhistdoor en Español en el año 2020.

Fotos y videos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación   24 de febrero de 2022

Catón Carini

Catón Carini es licenciado en antropología por la Universidad Nacional de la Plata (UNLP), magister en antropología social por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y doctor en antropología por la UNLP. Actualmente se desempeña como investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y como docente de Antropología Cultural y Social en la Facultad de Psicología de la UNLP. Se interesa por la antropología de la religión, especializándose en los aspectos sociológicos, históricos, rituales y simbólicos de los centros budistas formados en la Argentina en las últimas décadas. En relación a estas temáticas ha publicado varios artículos en revistas científicas nacionales e internacionales.

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ISSN 2618-5040

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