Acerca de la culpa

Demasiado bueno para ser cierto
por Yael Noris Ferri

En el año 1936 Sigmund Freud escribe una serie de cartas de profunda implicancia cultural para  aquellos tiempos. Algunas están dedicadas a escritores, poetas, personas por las cuales Freud manifestaba algo que hoy, podríamos decir, se ha perdido o se escucha poco o se considera mal visto: el sentimiento de admiración. En sus cartas y escritos de esta época narra experiencias personales, preguntas incesantes sobre el psicoanálisis y sus descubrimientos. Atraviesa con sus escritos el deseo de dar cuenta de que ese sueño llamado psicoanálisis se escribe en todas partes. Me voy a detener en uno de mis favoritos: “Carta a Romain Rolland. Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis”. En ella, más que una correspondencia, se puede leer un regalo a los lectores, un regalo a la humanidad. En el tono de la carta ilumina el deseo de enseñar, de explicar y entregarse por entero a su obra analítica, obra que intenta sea pública.

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¿Cuántas veces estamos frente a la vivencia de una situación deseada y la amenaza de la culpa irrumpe?

En los inicios de esta carta Freud explica a su amigo su interés en ese momento: “Usted sabe que mi trabajo científico se había fijado la meta de esclarecer fenómenos inusuales, anormales patológicos de la vida anímica. Esto es reconducirlos a las fuerzas psíquicas eficaces tras ellas y poner de manifiesto los mecanismos actuantes”. Esto es un esbozo de cómo traza la dinámica de la práctica analítica, siempre bajo una curiosidad, una pregunta, una falta. A la vez delimita que son fenómenos que nos suceden al común de las personas, cercanos, no de laboratorios. Es más, se ofrece él mismo, con sus vivencias, su historia, como una manera de probar las maniobras del inconsciente en tanto trama singular que se hará escuchar en la vida anímica. Para ello se deja llevar por su memoria y va a hacer uso de un recuerdo. Él mismo oficiará como operador para explicar dos fenómenos o sentimientos de nuestra vida anímica muy esperables. Bajo el famoso dicho “demasiado bueno para ser cierto” mostrará cómo en determinadas vivencias de nuestra vida nos asalta ese sentir de incredulidad, junto a otro sentimiento que lo acompaña: la sorpresa. Esta vigencia freudiana en la actualidad es sorprendente. ¿Cuántas veces estamos frente a la vivencia de una situación deseada y la amenaza de este sentir irrumpe? ¿Es real?

Otras veces no experimentamos ese placer o esa alegría esperada. Allí se ofrece Freud con su propia historia para investigar cómo surge el sentimiento de culpa. Es en este detalle en el que me detendré, aunque la riqueza de la carta es muy grande en el abordaje de diferentes aspectos. ¿Culpa, por qué? Si uno está en regla. Es esa paradójica sensación de sentirse mal cuando uno debería sentirse bien. En la epístola lo plantea como lo que uno espera del destino, algo desagradable, que no es más que “una materialización de nuestra conciencia moral, del severo superyó dentro de nosotros en que se ha precipitado la instancia castigadora de nuestra niñez”. Esto parece ser el corazón en la narración.

Vamos al recuerdo que, como ya lo había anticipado en el año 1899, es encubridor.

Freud recuerda que a sus cuarenta y ocho años realiza un viaje a Trieste junto a su hermano, quien tenía negocios que realizar allí. Recuerda que el colega de su hermano les propone visitar Grecia. Esta idea les parece del orden de lo imposible, carecen de pasaportes y temen no conseguir pasajes. Sin embargo, dan vueltas unas horas y llegan a la ventanilla donde fácilmente les venden el pasaje a Grecia. Freud se encuentra por la tarde mirando la bella Acrópolis de Atenas. En el final de la carta a Romain Rolland dirá textualmente:

“En aquel momento, sobre la Acrópolis, pude preguntar a mi hermano: ‘¿Recuerdas cómo en nuestra juventud hacíamos día tras día el mismo camino hasta la escuela, y después, cada domingo, íbamos siempre al Prater o emprendíamos una de las archisabidas excursiones al campo? ¡Y ahora estamos en Atenas, de pie sobre la Acrópolis! ¡Realmente hemos llegado lejos!’. Y si fuera lícito comparar algo tan pequeño con algo grande, ¿no se dirigió el primer Napoleón, cuando coronaron emperador en Notre Dame a uno de sus hermanos —debe de haber sido al mayor, José- exclamando: ‘¡Qué diría nuestro padre si pudiera estar presente!’?

Aquí nos cae en las manos la solución de un pequeño problema, el de saber por qué nos estropeamos ya en Trieste el contento por el viaje a Atenas. Tiene que haber sido porque en la satisfacción por llegar tan lejos se mezclaba un sentimiento de culpa; hay ahí algo injusto, prohibido de antiguo. Se relaciona con la crítica infantil al padre, con el menosprecio que relevó a la sobreestimación de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el éxito fuera haber llegado más lejos que el padre, y como si continuara prohibido querer sobrepasar al padre”.

Esto es un destello para celebrar la actualidad de ese recuerdo, para explicar cómo el sentimiento de culpa aparece como una manifestación que detiene y coagula la posibilidad de acceder a un placer. El padre de Freud no había realizado el secundario, para él Atenas no existía con el estatuto que tenía para Freud. Se trata, entonces, de ver qué hace Freud para no detenerse e ir más allá de sus orígenes, porque ese poder ir más allá de los mandatos paternos ha sido la causa de la práctica analítica.

Trece años antes de esta carta, en 1923, Freud abordaría el sentimiento de culpa destacando que “ese sentimiento de culpa es mudo para el enfermo, no le dice que es culpable; él no se siente culpable, sino enfermo. Sólo se exterioriza en una resistencia a la curación, difícil de reducir”. Separarse de ese pesar implica consentir la división subjetiva que se experimenta cuando uno atraviesa un análisis.

Quisiera finalmente destacar que esta carta es una significativa expresión de deseos para Romain Rolland, quien fuera galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Era admirado por Freud por ser el inspirador de la paz en medio de tantas guerras. Esta carta, como las dirigidas al escritor Thomas Mann, fueron prohibidas o quemadas por los nazis. Hoy puede ser leída por ustedes en cualquier edición de las obras de Freud que tengan a mano y es, de alguna manera, un deseo de que el psicoanálisis triunfe pese a las adversidades que la época nos impone. Si realmente queremos seguir las enseñanzas de Freud habrá que ir más allá de él también, y reinventar su vigencia en este tiempo pandémico, burlando el pesimismo neurótico. 

Y que cada uno ponga los pies en su Acrópolis.

Fotos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación  3 de agosto de 2021

Yael Noris Ferri

Es psicoanalista practicante en la ciudad de Córdoba. Adherente al CIEC, Centro de Investigación y Estudios Clínicos, asociado al Instituto del Campo Freudiano. Escribe en diferentes revistas literarias y de psicoanálisis. Reseñar libros de literatura es una reescritura que le encanta, es como leer con otros. Este año escribió su primera contratapa, para el libro de cuentos Tetris, de Gustavo Oña.

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Universidad Nacional de Villa María

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ISSN 2618-5040

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