La cárcel masculina y la

Educación popular feminista
por Gabriela Bard Wigdor

De prisioneros y carceleros

Estamos prisioneros
Carcelero
Yo de estos torpes barrotes
¡Tú del miedo!
A dónde vas, que no vienes
Conmigo a empujar la puerta
No hay campanario que suene
Como el río de allá fuera

Horacio Guarany

 

Cárceles, cautiverios, encierros, esas son las metáforas que emergen cuando pensamos en la masculinidad hegemónica y en el género como imposición estructural, como discurso que marca y hace cuerpo, que impone una relación con el mundo mediada por valores, creencias, sentires y pensamientos que nos piensan/sienten; anticipaciones inconscientes que nos marcan el rumbo vital. Lagarde (2003) advirtió para las mujeres los mitos, las creencias y las situaciones que las acompañan y minorizan como objetos de su propia vida y que las cautivan en ideales patriarcales. En esa trama de sujeciones que son cautiverios, los varones cisgénero y en general heterosexuales, ocupan la posición de carceleros y al mismo tiempo de cautivos, presos de sus propias dinámicas de poder y de violencias. Ante lo cual nos preguntamos: ¿cuáles y cómo son los cautiverios que sujetan a los varones cisgénero a las violencias heteropatriarcales?

Sobre las prisiones subjetivas, Marcela Lagarde (2003) decía que  las mujeres vivimos en los cautiverios de “madresposas, monjas, putas, presas y locas”,  para explicarnos cómo se veía la opresión de las mujeres desde las propias mujeres ya no desde un “no lugar” que siempre es el masculino -la ciencia, la literatura, la experiencia hegemónica de percibir el mundo ha sido predominantemente androcéntrica- sino desde la experiencias plurales y al mismo tiempo comunes por su condición de género (lo social hecho cuerpo). Así, Lagarde (2003) entrevistó durante años a mujeres campesinas, empleadas, obreras, ricas, profesionales, mujeres de todas las edades que estaban y están en cautiverios patriarcales, en experiencias de opresión ambivalentes porque es el mundo donde viven, donde la violencia es legítima/esperable, naturalizada y dolorosa; esa normalidad angustiante de la dominación que se ignora con ese nombre y se vuelve autocastigo. Se preguntó por qué las mujeres no veían que el malestar se debía a la ocupación de esos lugares-cautiverios en posiciones subalternas en las relaciones de género, complejizadas por las de clase raza o generación.

En ese sentido, existen cautiverios para y desde los varones que son también comunes y diversos,  que los tiene como carceleros y como presos de mandatos, valores, creencias y prácticas de sostén de su posición dominante respecto a las mujeres cisgénero, trans y disidencias sexo-genéricas, al mismo tiempo que los captura en la necesidad de potencia constante, en la ficción de la invulnerabilidad y en la soledad de la competencia salvaje con otros varones (los pares), así como en el control y disciplinamiento de quienes ocupan posiciones subalternas en razón de su orientación sexual, raza, clase, generación, entre otras matrices de opresión. Y cuando quieren romper esas cárceles o salir del lugar del carcelero, acaban capturados en nuevos cautiverios, a partir de la moda neoliberal que consume rebeldías y las deglute como marcas: pensemos en la propuesta de “deconstruir la masculinidad”. Ahora el mandato que cautiva a los varones es el de ser “deconstruidos o aliados” de los feminismos, con nuevos imperativos discursivos y las trampas que esto significa para ellos mismos y para quienes soportan el peso de su poder. Pasamos del cautiverio del macho, del hombre proveedor, viril y patriarcal, al del “varón deconstruido”, “aliado” de las luchas feministas en el discurso, en un ejercicio de violencias sofisticadas que se vuelven más sutiles y más difíciles de detectar para quienes las padecen y las ejercen.

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La masculinidad hegemónica es una cárcel, una ficción a la que todos deben responder. ¿Hasta dónde soporta un cuerpo la presión, el dolor y la soledad del ser varón?

Este escenario de época, en que las formas en que se presenta y ejerce la masculinidad hegemónica por parte de varones cisgénero se complejiza, nos encuentra como colectivo de investigadoras, activistas y profesionales intentando intervenir, interpelar lo que entendemos como sofisticación de la violencia patriarcal desde el proyecto de investigación- acción- participativa y feminista Descolonizar la masculinidad: feminismos para cuestionar privilegios y violencias heteropatriarcales[1]. Desde este proyecto, nos planteamos como objetivo general trabajar sobre la masculinidad hegemónica junto a varones cisgénero de diferentes sectores socioeconómicos, étnicos, religiosos y etarios que viven en Nuestra América y principalmente en Córdoba, desde talleres organizados con metodologías de la educación popular feminista (durante el año 2021 en formato virtual y durante este año 2022 de modo presencial y virtual). A continuación, compartimos lecturas experienciales y analíticas que emergen de este encuentro entre varones y feministas que buscamos construir espacios de investigación y activismos plurales, desprejuiciados, corporizados, situados y por eso desafiantes e incómodos en la conquista de mayores grados de justicia social.

Conversaciones entre feminismos, mujeres cisgénero, maricas y varones cisgénero

Desde el encuentro entre varones cisgénero y quienes coordinamos los talleres, mujeres cisgénero y una compañera marica, desarrollamos instancias donde la conversación y el análisis colectivo acerca de representaciones, experiencias y reflexión sobre la masculinidad hegemónica intenta impulsar la premisa de la educación popular feminista de que la producción de conocimiento se realiza con y desde los territorios, entendidos estos como el continente tierra y cuerpo, desde donde podemos organizarnos según nuestras necesidades y acorde a nuestras realidades (Cabnal, 2017; Guzmán Arroyo, 2022).

En ese sentido, recuperamos la propuesta de trabajar en torno al cuerpo-territorio-tierra [2] desde la educación popular feminista, herramienta analítica que comparten los feminismos comunitarios de Nuestra América para analizar las violencias, los dolores y las potencias que marcan, se concentran y expresan en nuestros cuerpos, que se encuentran situados en un territorio, época y biografía concreta. Una iniciativa desafiante, sobre todo porque con quienes estamos conversando en este año 2022 y en Córdoba son varones cisgénero y mayoritariamente heterosexuales, blanquizados [3] y de sectores trabajadores y medios de nuestra sociedad argentina, sector al que hemos considerado desde los feminismos como el aspirante al estereotipo de la masculinidad opresora. Esto visto en cuerpos encarnados, con nombre y voz, hace evidente la premisa del opresor sujeto a su propio ejercicio de poder, esto que canta Horacio Guarany [4]: “estamos prisioneros, carcelero”.

En relación con la situación de carcelario-preso en que la viven los varones, es significativo esto de estar siendo sometido por el mismo ejercicio de someter a otros y otras que aparece expresado en relatos, anécdotas y significaciones sobre lo que ha implicado llegar a ser varones y haber organizado o vivenciado ritos de pasaje de la niñez a la adultez masculina en sociedades urbanas, capitalistas y heteropatriarcales como las nuestras. Los varones relatan en los talleres experiencias de ser desafiados a sobreponerse al dolor, el miedo e incluso la tortura física por parte de otros varones de mayor edad o estatus para demostrar su virilidad y pertenecer al grupo de “carcelarios”. La masculinidad hegemónica es una norma, una cárcel, un estereotipo que demanda ciertas potencias físicas, emocionales, económicas y/o culturales, que se imponen como un deber ser, una ficción a la que todos deben responder y ante la que van a ocupar posiciones de poder o de subalternidad de acuerdo se aproximen o distancien de dicha norma. Esta proximidad y distancia varía de acuerdo con la propia biografía y las capacidades físicas/emotivas de soportar o lidiar con las exigencias de la masculinidad. Ante esto emerge el interrogante: ¿hasta dónde puede/soporta un cuerpo la presión, el dolor y la soledad del ser varón?

La respuesta a este interrogante primero necesita ser sentida, construida por los propios protagonistas, necesita que ellos mismos se interroguen y cuestionen hasta dónde quieren y pueden seguir reproduciendo esta masculinidad cuyo tejido es la violencia de la competencia salvaje, la potencia frente a todo y la soledad de un cuerpo que nunca es tocado si no es en contextos de violencia y abuso por parte de otros varones o en relaciones sexo-afectivas que siempre deben ser heterosexuales y a las que se deben como machos proveedores, potentes sexualmente y ausentes en los trabajos de cuidado. Los varones cuidan poco de otros/as y menos de ellos mismos, no se tocan entre amigos, no se abrazan o besan, temen ser desmasculinizados por sensibilizarse en el encuentro con la piel de otro varón, al que sólo deben darle la mano o la palmadita de macho a la salida del partido de fútbol.

También existen varones que dicen deconstruirse y en esa deconstrucción no desarman estructuras opresivas y de opresión de otros/as, sino que las sofistican, las hace más sutiles porque las envuelven en discursos políticamente correctos, formas de vestir y símbolos feministas como el pañuelo verde en Argentina, que muchos “aliados” portan en sus muñecas, mochilas y bolsillos, como señal de haber llegado a una especie de fin de meta, algo como ser “diplomado en deconstrucción masculina”. El problema es que esta deconstrucción no se hace cuerpo de otros modos, no se atraviesa de preguntas y acciones la carne que conforma la masculinidad hegemónica. Así, la palabra no toca el cuerpo y entonces las violencias se hacen más intensas y sutiles, escapan a la interpelación y se fortalecen como nuevas cárceles para todos y todas.

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Pasamos del cautiverio del macho al del “varón deconstruido” en un ejercicio de violencias sofisticadas más sutiles y más difíciles de detectar para quienes las padecen y las ejercen. 

Sin embargo, reconocer esta complejidad no implica desmerecer ni desconocer la importancia fundamental de que estos varones quieran, se movilicen para intentar desaprender las formas en que les impusieron hacer masculinidad, ese lugar de poder y privilegios que opera como una máquina acéfala que tritura por completo emociones, cuerpos y biografías feminizadas. Nosotras estamos ahí, con el cuerpo en parte desarmado, violentado, cansado y al mismo tiempo movilizado por las ganas de hacer otros cuerpos, cuerpos colectivos que se tramen para hacer relaciones más libres, conciencias que detecten la maquinaria estructural que es el género con sus complejidades de clase, raza y generaciones. Con el deseo de introducir un obstáculo en esa maquinaria del género, estamos apostando por localizar cómo se construye activamente un varón cisgénero y heterosexual, y cómo se lo desarma, interpela, entre todos y todas. Ahí está el cuerpo, los cuerpos, mezclados y revueltos, tensionados y soñando, apostando por encontrar una punta en ese gran ovillo que es la masculinidad hegemónica de los varones y su relación tan próxima con la violencia heteropatriarcal.

El desafío de cartografiar el cuerpo de la violencia

Según el equipo de Generación Igualdad (2022) que realiza trabajo de campo con equipos técnicos de profesionales para el abordaje integral de la masculinidad desde dispositivos grupales con hombres que ejercen o ejercieron violencias, a partir de derivaciones de la Justicia Civil y Penal y voluntarios sin denuncias, es evidente la necesidad de contar con estas instancias para varones que tengan como sentido un trabajo preventivo sobre las violencias. Las estadísticas que lograron muestran que hay un gran porcentaje de varones que son “permeables” a integrarse a estos espacios, con lo que coincidimos desde nuestra propia experiencia. Los varones quieren integrarse a grupos, se suman activamente, llegan de modo voluntario y eso es valorable en un contexto neoliberal del sálvese quien pueda, donde es posible ser objeto de burlas y exclusión de la corporación masculina en cuanto quiera pensársela y desnudarla.

Este tiempo a nosotras nos exige ser cuidadosas con detectar esta tendencia a la sofisticación de la violencia, atender a que estos grupos no funcionen como excusas o diplomas de “varones deconstruidos” que nos dejen a las corporalidades feminizadas en situaciones de vulnerabilidad por “publicidad engañosa”, por ofrecer herramientas que sean capturadas por estas maneras tan sutiles de ejercer el poder disfrazado de voluntad política de cambio. La manera de prevenirlo sigue siendo tocar el cuerpo, sentirlo, indagarlo y ponerlo en relación con otros cuerpos plurales en género, clase, raza y generación. Necesitamos encontrarnos para pensar y sentir cómo se vinculan los varones entre ellos y con otras, para comprender las emociones que surgen de manera sistemática y recurrente a lo largo de sus biografías y prácticas y que repiten de manera inconsciente en la vida cotidiana. Para esto los feminismos debemos huir de lecturas punitivas o carcelarias para abordar la violencia heteropatriarcal, porque esa perspectiva no va a solucionar el problema, no es útil para prevenir la violencia femicida ni machista ni para localizar la reproducción cotidiana de esa violencia. El punitivismo, la lógica del castigo no nos libera de las violencias ni a quienes estamos presas de ellas ni a quienes las ejercen. Salimos perdiendo todos/as y eso nos obliga a ser creativos/as, a intentar estrategias nuevas, provocadoras y desafiantes, aunque erremos una y otra vez.

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El punitivismo no nos libera de las violencias ni a quienes estamos presas de ellas ni a quienes las ejercen. Eso nos obliga a intentar estrategias nuevas, provocadoras.

Finalmente, desde la experiencia de intentar una y otra vez conversar con varones, reflexionar, sentir el cuerpo, nos resulta significativa la invitación a cartografiar el cuerpo de la violencia y hacernos una serie de interrogantes sobre la masculinidad hegemónica y el género heteronormativo en general, inspiradas en la escritura de Fernández Romero (2019): ¿qué es lo natural en el cuerpo?, ¿cuáles son las características o las expectativas heterosexuales sobre el cuerpo?, ¿cuáles son los mandatos que pesan sobre los cuerpos masculinos?, ¿cómo se expresan las expectativas heteropatriarcales sobre el desempeño de sus vidas en general? En este punto, es necesario indagar en el proceso de hacer cuerpo. Así como se hacen lugares, se hace espacio, también se diseña, se performa un cuerpo. Y como dice el Levfebre (2013) los procesos de producción del espacio tienden a borrar sus huellas o marcas de inicio, por eso necesitamos hacer una arqueología de esas marcas y también de las fisuras por donde podemos fugar hacia nuevas formas de hacer género y especialmente masculinidad.

Reflexiones de cierre

 Le regalé una paloma
Al hijo del carcelero
Cuentan que la dejó ir
Tan sólo por verle el vuelo

¡Qué hermoso va a ser el mundo
Del hijo del carcelero!

Horacio Guarany

 

Lefebvre (2013) dice que no son posibles cambios sociales sustanciales si no existen cambios espaciales y coincidimos en que transformar la realidad exige producir efectos en el espacio y en los cuerpos. Por eso, ¿cómo producir un cambio en la masculinidad si no tocamos su cuerpo?  Retomamos emergentes de los talleres que durante 2022 tuvimos con varones y vemos que la masculinidad hegemónica se expresa en un cuerpo que no toca ni es tocado por pares, donde no hay espacio para los mimos, para el cariño y el cuidado con otros varones. ¿Cómo es un cuerpo que no es acuerpado por otros/as?

Para tocar los cuerpos, comenzamos por ejemplo preguntándonos en qué momentos de nuestra propia biografía nos dábamos cuenta de que podíamos o que estamos explotando los cuidados de otras personas. Emergieron los recuerdos familiares, los domingos en los asados hogareños donde las abuelas y las madres servían la comida, colocaban la mesa o la retiraban en soledad. Trabajos domésticos, tareas del cuidado de generaciones de mujeres que atienden a otros, ni un solo varón en la memoria de esos cuidados, porque son cuerpos que nunca están al servicio de otra persona, que no se tocan como gesto de cariño y protección. Una masculinidad potente y al mismo tiempo dependiente de ser asistida, cuidada por otras, y la consecuente culpa, la angustia de no haberse hecho cargo en esa historia de la explotación de las mujeres a las que dicen amar. Culpa porque aún hoy cuesta hacerse cargo y así como el apellido se hereda, la masculinidad es un legado generacional de varones que no cuidan, no se tocan ni sienten el dolor del otro.

Generaciones de varones, vínculos de hermanos y amigos, escenas de violencias machistas en la escuela y en el deporte, con la sensación de no poder sentir y la realidad de que sentir/ver al otro y a la otra demanda atravesar la propia carne y consentir que el otro y la otra ingrese, me atraviese el tiempo, las energías y me demande. Habitar el propio cuerpo y dejarlo como una puerta abierta para que otros y otras me visiten, me conmuevan, me interroguen y me desarmen para rearmarme: en eso estamos en estos días con varones que desean tocar y ser tocados, pero no saben cómo.

Notas al pie

[1] Proyecto impulsado por El Telar: comunidad feminista de Nuestra América a través de un proyecto de extensión financiado por la Universidad Nacional de Córdoba.
[2] El concepto de cuerpo-tierra-territorio fue acuñado por los feminismos comunitarios e indígenas (Cabnal,2017) y hace énfasis en la conexión entre la violencia que se ejerce contra las mujeres por el hecho de ser mujeres y el despojo del territorio-tierra de los pueblos colonizados. Es útil para analizar la explotación, ocupación y exterminio de los cuerpos feminizados en los procesos de colonialidad.

[3] Entendemos por blanqueamiento lo que Mara Vivero Vigoya (2016) llama como características fenotípicas que se vuelven cualidades morales. El blanqueamiento es la imposición estructural y también “una búsqueda de escapar de lo “negro” para asegurarse una mejor forma de existencia social en una sociedad donde lo “blanco” es sinónimo de progreso, civilización y belleza. Esta búsqueda se lleva a cabo de dos modos, primero, a través del mestizaje en un proceso intergeneracional y, en segundo lugar, a través de la integración a redes sociales no negras” (Pág.18).
[4] Horacio Guarany fue un cantor, compositor y escritor de Argentina. Es considerado uno de los cantantes masculinos de folklore más importantes de la historia en nuestro país.

Bibliografía

Cabnal, Lorena (2017) Especial: Territorio, cuerpo, tierra. Canal de Eraverdeucr. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=6uUI-xWdSAk

Fernández Romero, Francisco (2019) Poniendo el cisexismo en el mapa. Una experiencia de cartografía transmasculina. Disponible en https://geografiasemergentes.files.wordpress.com/2019/05/fernc3a1ndez-romero-francisco-2019-poniendo-el-cisexismo-en-el-mapa.-una-experiencia-de-cartografc3ada-transmasculina.pdf

Generación Igualdad (2022) Desaprende es la tarea: El trabajo con varones que ejercen violencia hacia las mujeres. Disponible en http://cordon.unlz.edu.ar/2022/06/07/desaprender-es-la-tarea-el-trabajo-con-varones-que-ejercen-violencia-hacia-las-mujeres/

Guzmán Arroyo, Adriana (2022) Feminismo Comunitario Bolivia. Un feminismo útil para la lucha de los pueblos. Revisa Urbanismo y arquitectura Feminista nº81. Disponible en  https://conlaa.com/feminismo-comunitario-bolivia-feminismo-util-para-la-lucha-de-los-pueblos/

Lagarde de los Ríos, Marcela (2003) Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. Plaza editores. México.

Lefebvre Henri (2013) La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing

Vigoya, Vivero, Mara (2016) Blanqueamiento social, Nación y moralidad en América Latina. En: Messeder, S., Castro, M y Moutinho, I. Orgs. enlaçando sexualidades: uma tessitura interdisciplinar no reino das sexualidades e das relações de gênero [online]. pp. 17-39. Salvador: Edufba.

Icono fecha publicación  8 de septiembre de 2022

Gabriela Bard Wigdor

Gabriela Bard Wigdor es investigadora adjunta de CONICET. Profesora en las carreras Trabajo Social, Ciencias Políticas y Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. Doctora en Estudios de Género, diplomada en Feminismos por la Universidad de Jujuy, magíster y licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional de Córdoba. Coordina El Telar: comunidad feminista de Nuestra América.

Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Catamarca 1042, Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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