Las trompetas y las tamboras empiezan a sonar. El bajo empieza a delinear el inconfundible tunga-tunga que retumba al compás de los corazones de cualquier fiesta de 15 o casamiento. Los mozos caminan en diagonales dejando los postres helados sobre los blancos manteles desplegados en cada mesa, pero a muchos y muchas no les importa: llegó la hora de salir hacia la pista. Esta escena es la fotografía que se repite en todas las fiestas cordobesas. Y me atrevería a decir que en esto no hay diferencia social, económica ni de clase: Córdoba sabe cuál es el momento preciso en que tiene que salir a bailar.

Son las 3 de la madrugada de un viernes. La pandemia interrumpió esto que año y medio más tarde volvió. Es que en el “Club de la (Sociedad) Italiana” hay tremendo fiestón y puedo escucharlo desde mi pieza que –por alguna jugada inoportuna de la física- parece tener a los integrantes de la banda cantando adentro de mi placard. No logro identificar bien qué canción es, pero parece una del Turco Julio. Como sea, no se trata de un tema de cuarteto de estos últimos años, pero es uno de esos que todos conocemos.
El cuarteto acompaña el ADN de cordobeses del interior y capitalinos que encuentran en ese tunga-tunga el latido que oxigena las dolencias diarias.
Para quienes vivimos en pueblos o ciudades pequeñas del interior de Córdoba -esto vendría a ser algo así como el interior del interior- el cuarteto atraviesa diferentes rangos etarios. Por ejemplo: cuando era chica, mi abuela Delia -que formaba parte de la Comisión del Club de Abuelos de Río Segundo- me llevaba a las fiestas que realizaban en el Salón Parroquial en donde decenas de parejas de abuelos bailaban “paso doble” girando en una gran ronda en el centro del club. El paso doble, un ritmo padre del cuarteto cordobés de hoy en día, fue clave para otorgar alegría a las familias de inmigrantes que llegaban a Córdoba en la mitad del siglo XX. Y, sin duda alguna, si uno escucha cuarteto puede notar la influencia de la música española. El paso doble y la tarantela italiana supieron unirse y en esta fusión fue naciendo el género.
Bien lo explica el Negro Videla en uno de los episodios de los micros de Canal Encuentro titulados Tunga tunga: el ritmo cordobés en donde cuenta cómo la historia del cuarteto es la historia de un género musical que siempre luchó por ingresar a la capital cordobesa, empezando con bailes en colonias o pueblitos de la provincia.
Pero volvamos a esa fiesta del Club de Abuelos donde la entrada siempre era un plato decorado por rodajas de ananá, rollitos de jamón y cerezas. ¿Cuántas horas habrá dedicado don Aguirre a lustrar sus zapatos antes del baile? Sin mencionar al planchado perfecto de los trajes. Porque en el interior los bailes son cosa seria: traje, zapatos, horas de ruleros y brushing. Ese ritual es el que heredamos quinceañeras, novias, madrinas, tías y primas. El cuarteto une generaciones, códigos de vestimenta y formas de bailarlo.

Hace unos meses, en el programa de Futurock llamado Después de la tormenta conducido por Matías Castañeda y María del Mar Ramón, me preguntaron si los cordobeses somos buenos bailarines. No sabría responder eso. Lo que sí puedo decir es que los cordobeses somos bailarines tranquilos. Como en todo, los cordobeses nos tomamos nuestro tiempo para hacer las cosas. Es así que si empieza a sonar la versión que la Banda XXI hizo de la canción de Rosario Flores Qué Bonito, lo primero será tomar de las manos a nuestra compañía de baile e ir marcando lentamente el ritmo con los pies, tratando de sostener la mirada y sintiendo que las horas no pasan.
Entonces, pasando en limpio: para bailar cuarteto hay que hacerlo con calma, con seducción, con ropa cómoda o por lo menos con un calzado que acompañe. Es imposible ir a un baile de La Barra y estar cuatro horas con tacos altos.
O, al menos, yo no lo recomiendo.
Caminando por el Boulevard Illia siempre te cruzás por muchas obras en construcción. Si es verano, en Córdoba Capital hace 35 grados a la sombra, con suerte. El frescor que asoma de estas obras es el mejor aire acondicionado que los transeúntes podemos tener. Pero además de ese fugaz frescor, lo que aflora de esos lugares con olor a cemento, cal y obreros agotados pero siempre de buen humor, es el cuarteto que alguna “radio popular” transmite por las radios tipo bolitas o chanchitas que cuelgan de algún andamio.
Cuarteto, criollitos y Coca Cola. Ese es el desayuno cordobés por excelencia de muchos laburantes.
Pero lo que se juega en esa comunión de radios populares y trabajadores es una sutil bajada de línea constante en donde los políticos siempre “son todos iguales” -o casi todos, según la pauta dominante-. Que los medios de comunicación operan ideológicamente no es ninguna novedad; que los medios de comunicación cordobeses han adquirido eficaces estrategias para modificar sus discursos según su conveniencia, es algo sorprendente.
Hace algunos años, trabajando en una fábrica de calzado cordobesa en donde los empleados administrativos escuchábamos cierta FM de la cadena “más federal del país”, descubrí que la bajada de línea política de esa FM y la “popular” que oían los operarios que hacían el trabajo más duro era exactamente la misma. Ambas radios propiedad de la misma cadena.
Esta cadena logró meterse en todos los sectores sociales de Córdoba y con ella una tendencia a la hora de votar en cada elección en la que seguramente incide, aunque sin duda no tiene a los medios de comunicación como única determinante.

Desde la costanera se pueden visualizar las luces azules de los patrulleros de la policía cordobesa que alumbran la salida de un baile de La Mona en el legendario Estadio del Centro. En este lugar, donde entran hasta 6500 personas, los desenlaces suelen ser un poco problemáticos. ¿Esto quiere decir que son los fanáticos del mandamás cordobés los culpables? En absoluto. De algún modo, quizás la clase media de mi provincia haga apropiación cultural de un género musical que para muchos es sinónimo de diversión, pero para otros es sinónimo además de expresión, denuncia e identificación.
Si Olvídala, esa dorada canción del grupo colombiano El Bonomio De Oro, interpretada por la Banda XXI y Los Palmeras, es para muchos cordobeses y santafesinos una canción de desamor, para miles de cordobeses canciones como La Novia Blanca de Juan Carlos Jiménez Rufino, La Mona, es una canción que pone en palabras lo que nadie más pone: el consumo problemático, una madre que sufre, y una vida que lucha por quedarse. ¿Digo con esto que la clase media encuentra en el cuarteto diversión y las clases más vulnerables solamente protesta y denuncia? No, para nada.
Pero si La Mona logró consolidarse por décadas, partiendo del Cuarteto Berna y el Cuarteto de Oro y tiene al menos 90 discos editados, es porque supo expresar mucho más que diversión: su arte es la voz de aquellos que la policía ignora, persigue y hostiga, que las clases altas desprecian y los gobiernos convocan según su conveniencia.

Es pleno año 2021, el verdulero de la vuelta de casa escucha radios locales de mi pequeña ciudad que aún siguen transmitiendo largas horas de paso doble. ¿Qué hace que él elija pasar horas escuchando esas canciones? Quizás el recuerdo de su padre.
Con mis amigos pensamos abrir un canal de Twitch con Quiéreme de Jean Carlos como cortina. ¿Qué hace que elijamos esa canción y no una de, pongámosle, Lady Gaga? La unión inquebrantable de esa melodía con los momentos más felices de nuestra juventud.
Como un tatuaje en las venas, el cuarteto acompaña el ADN de cordobeses del interior y cordobeses capitalinos que encuentran en ese tunga-tunga el latido que oxigena las dolencias diarias, en una provincia difícil de comprender pero que siempre sabe cuándo salir a bailar.
Fotos y videos de sitios públicos de internet.
9 de diciembre de 2021

Agustina Sosa
Agustina Sosa nació en Río Segundo, Córdoba. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba. Trabajó en diversos medios gráficos y actualmente en un programa televisivo. Autora del podcast La amiga de ustedes . Fanática de las redes sociales y -como dice Charly García- siempre cerca de la revolución.