Ensayo

Las chicas queremos narrativas
por Milagros Pérez Morales

Apenas empezada la cuarentena obligatoria en Barcelona, Paul B. Preciado publica una nota sobre el fin del mundo que se presiente, y sobre la respuesta impulsiva que encuentra frente a eso: escribir una carta de amor. Un filósofo le escribe a su ex porque sabe que el encierro le impide verle, y porque justamente encuentra que la intensidad está ahí. La vida real, la de las cosas que quedaron sin solucionar en los días previos al encierro, tiene que parar ahí, en ese instante sostenido de lo que, hasta próximo aviso, no va a tener arreglo. La imperfección incurable en la esencia misma del presente, como decía Proust. Lo real, aunque siempre sea tan fantástico como cualquier otra cosa, se desarma. Lo que hacemos en el mientras tanto deja de ser una concatenación de acciones con peso, se vuelve pura espera. Y a las chicas no nos gusta esperar.

Preciado habla de “desmaterialización del deseo”. Perder el cuerpo, supongo. Tener terminantemente prohibido usarlo. Lo que encontramos, entonces, es lo mismo que encuentra él: la fantasía. El platonismo. La historia de amor en su potencia misma como historia, como relato, como ficción. La eterna posibilidad. Lo que nunca se consuma no tiene por qué destruirse. ¿Pero qué deseamos las chicas, si no tenemos nada alrededor salvo nosotras mismas? Deseamos el deseo mismo. Y “la atención sin objeto es la forma suprema de la oración”, avisa Simone Weil. Lo que las chicas hacemos, entonces, es rezar por que algo suceda, en lugar de hacerlo suceder. Es el gesto proustiano de jugar a Dios: una primera persona tímida, íntima, que asciende hacia una omnisciencia llena de juicios para narrar otros amores, “Un amor de Swann”. Nos volvemos creadoras a la vez que protagonistas de esas ficciones románticas, nos despegamos de eso real que se destruye para proyectar ensueños, rezos.

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La experiencia amorosa va a existir para todxs. En general, va a fallar. Lo que no falla es la historia de amor, la potencia de la narrativa.

En julio, cuando la cuarentena es álgida y el frío pela, Taylor Swift anuncia un disco que publica al día siguiente: Folklore. Dieciséis canciones que, como casi todas sus anteriores, hablan de desamores, de lo que podría haber sido, de chicos que se hacen esperar. Sin embargo, brilla un corrimiento en el disco que lo distingue de sus antecesores: la primera persona swiftiana parece, esta vez, estar en todas partes. En la chica despechada, pero también en aquella que es testigo, que cuenta la historia como si se la hubiesen contado otros, con esa fisiología del chisme que, dice Benjamin, también caracterizaba a Proust. Taylor Swift es una romántica, pero también es una chismosa. Y es, sobre todo, una araña, tejiendo esas historias en las que no se entiende qué lugar ocupa.

Un ejercicio mediático corriente en relación con la cantautora es adjudicar un ex novio real a cada canción que publica. Su respuesta frente a esto, en un primer momento, fue hacerle frente, nombrar el conflicto en sus canciones. En Folklore, sin embargo, cambia el movimiento. Ya no se trata de afirmar que otros la afirman Una Mujer Loca, sino de escribir a esas mujeres, de apropiarse de esa loca del desván. Sobre los problemas de la posguerra, Badiou dice que “lo real […] nunca es lo bastante real para que no se sospeche de su condición de semblante. La pasión de lo real también es necesariamente la sospecha. Nada puede atestiguar que lo real es real, salvo el sistema de ficción en el cual representará el papel de real”. En las canciones nuevas de Taylor Swift hay mujeres que arrastran familias enteras a la ruina (“The last great american dynasty”), que mantienen triángulos amorosos (la tríada espectacular “Cardigan”- “August” – “Betty”), que lloran (“My tears ricochet”), que intentan (“This is me trying”), que amenazan (“Peace”). Las canciones se entretejen para conformar un todo, una suerte de pueblo atravesado por las tragedias amorosas, pero también por la esperanza romántica que caracteriza el storytelling swiftiano. Las voces que aparecen en Folklore ¿son personajes demasiado conocidos o facetas de la misma Swift?

Seis meses después redobla la apuesta: se llama Evermore, es el disco hermana de Folklore, y encuentra al mismo pueblo sumergido en nuevos dramas: alcoholismo (“Champagne problems”), asesinatos múltiples (“No body, no crime”), adulterios (“Ivy”), entre otros. Pensando también los problemas del siglo XX y su representación, el semiólogo Christian Metz piensa en el verosímil como conflicto: la pretensión de realidad se vacía porque lo real no existe, entonces hay dos posibilidades para romper con eso, para poder crear. Uno, ser vanguardista. Romper todo. Crear una nueva forma de hacer, de decir, de mostrar, que desafíe la estructura preestablecida de lo real. Dos, trabajar dentro de los géneros, que tienen sus propias reglas que no le pagan tributo a lo real, que le escapan al verosímil. En esa segunda opción, con la potencia de lo conocido, parecen moverse los discos hermanitas de Swift. Hay murder ballads, westerns, melodramas; todas comprueban una cosa: esas distintas formas del desamor nos atraviesan. A veces la tierra que llama es el lugar común.

No sé si puedo afirmarme una romántica y salirme con la mía. Desconfío demasiado de la gente. Espero tanto de las cosas que las vuelvo enormemente difíciles. Las historias donde hay personas que simplemente sienten algo y avanzan en pos de eso me confunden casi hasta el estrés. Sí puedo, sin embargo, afirmarme una fanática de Taylor Swift desde que descubrí, en toda mi torpeza pubescente, su disco Fearless. Y me pregunto por qué me sigo conmoviendo tanto con alguien que sí, en general, habla de gente que siente mucho, y que siente en la estructura preestablecida del heterorromance. En un capítulo de la serie Girls, su protagonista Hannah llora en brazos de un desconocido con el que lleva conviviendo varios días diciéndole que, aunque sabe que es inteligente y está por arriba de eso, ella también simplemente quiere ser feliz. Dice feliz y creo que quiere decir salvada, conmovida, enamorada. Tranquila, quiere decir.

Aunque entiendo que algo entre Taylor Swift y yo también podría ir por ahí, vuelvo a la carta de Preciado. La experiencia amorosa va a existir para todxs. En general, va a fallar. Lo que no falla es la historia de amor, la potencia de la narrativa. Si el mundo se desmorona, el trabajo nos secuestra, las instituciones nos aprietan el pecho y nos demuestran que esos amores terminan cediendo a esos roles preestablecidos, al menos sigamos creyendo en la fantasía. No existen las personas ideales pero existen las ideas. Y las ideas, como decía Platón, son nuestros verdaderos amores: buenas, bellas, verdaderas. Son versiones de lo divino, nuestra forma de acercarnos a Dios. Sobre Proust, Benjamin afirma que “está penetrado por la verdad de que ninguno de nosotros tiene tiempo para vivir los dramas de la existencia que le están determinados”. Por eso, como Taylor y como Marcel, lo mejor es escribirlos. 

Fotos y videos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación  25 de febrero de 2021

Milagros Pérez Morales

Nació en Buenos Aires en 1997. Es librera en Notanpuan, poeta, licenciada en Artes de la Escritura por la UNA. Publicó algunos poemas en la antología de poesía joven Amenaza de tormenta, editada por Salta el pez.

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Universidad Nacional de Villa María

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ISSN 2618-5040

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