Me propuse no empezar este texto con un vertiginoso panorama del jazz argentino de los últimos cincuenta años. El motivo de tal decisión es que sería una irresponsabilidad ir en esa dirección cuando ya existen tres libros de excelencia que hablan sobre el tema y a los que menciono en orden cronológico: Jazz al sur, de Sergio Pujol, editado por Emecé en 2004, Jazz argentino, la música “negra” del país “blanco”, de Berenice Corti (2015) y Un panorama del nuevo jazz argentino (2000-2020), de Fernando Ríos (2021), los dos últimos publicados por Gourmet Musical. Pero no puedo resistirme a mencionar, siquiera superficialmente ―a sabiendas de que quizá se trate de una debilidad personal―, la importancia de dos acontecimientos cuya impronta ha sido bien documentada en un caso y apenas subrayada en el otro.
El primero de estos, el más cercano cronológicamente, es la irrupción en la escena del jazz internacional de los discos que Leandro «Gato» Barbieri grabó entre 1969 y 1975, o, para ser más precisos, el segmento de su obra que se inicia con The Third World, editado por Flying Dutchman en 1969, y culmina en Chapter Four: Alive in New York, editado por Impulse! en 1975.
El segundo acontecimiento: el encuentro entre Osvaldo Fresedo y Dizzy Gillespie en la boite Rendez-Vous, registrado en vivo en 1956, editado en disco de 78 rpm en una tirada limitada de mil copias y rescatado para CD por Acqua Records en 1998. ¿En qué radica esta importancia? La improvisación de Dizzy en trompeta sobre tres piezas del repertorio de El pibe de La Paternal encarna algo que en aquellos años se teorizaba sottovoce y sobre lo que, desde entonces, se ha escrito bastante: los puntos de contacto entre el tango y el jazz o, mejor aún, entre la música rioplatense y la estadounidense. Sin embargo, ese afortunado mix transcurrió de manera más o menos invisible durante los siguientes doce años, con un Astor Piazzolla que incorporaba elementos del jazz y la música contemporánea a sus obras y un Eduardo Rovira que llevaba esas inquietudes incluso más lejos en lo sonoro, al agregarle un “pedal distorsionador”[1] a su bandoneón en 1968, en sincronía ―alguien objetará: anticipadamente― con la fusión con el rock que el jazz estaba llevando a cabo en Estados Unidos de la mano de músicos como Charles Lloyd, Miles Davis, Gary Burton o Larry Coryell, entre otros.
La irrupción del primer disco solista del “Gato” Barbieri lleva esta operatoria hacia fuera de las fronteras rioplatenses e incorpora al folclore latinoamericano. El gesto no es caprichoso: la llegada del rosarino a la escena jazzera del norte, vía Roma, se da en el contexto del jazz de vanguardia, nada menos que con Don Cherry, quien, a su vez, venía de grabar una tetralogía fundacional para el free jazz en compañía de Ornette Coleman. Y la esencia del jazz de Ornette es la raíz de la música afroamericana: el blues, el gospel. No es casual que Carlos Sampayo defina a Coleman como un folclorista.
Por un lado, el cruce ―la fusión, la cita o como se quiera etiquetar― entre jazz y folclore en Argentina tuvo un primer acercamiento notable en los años 70, con un impulso aportado por el rock (una línea muy amplia que incluye formaciones como Quinteplus o Invisible, por ejemplo). Por el otro, la incorporación del free al jazz argentino tuvo un desarrollo limitado hasta que, en los 90, una nueva generación de músicos se animó ―en todo el sentido del verbo― a tocarlo, a adoptarlo y difundirlo, con el porteño Jazz Club como punto de entrada al nuevo milenio. Y de estas dos líneas de base, que gestan una tradición, se nutre Reboot para ampliarla.
Reboot [Sesiones Pandémicas] (ears&eyes Records, 2022) es el tercer álbum del contrabajista, bajista y compositor Nicolás Ojeda, quien en 2013 fuera votado como artista revelación en la encuesta anual El Intruso y que ese mismo año dio a conocer su primer registro, Posibles días en sueños, grabado en formato cuarteto, trío y dúo, que se compone por seis originales escritos y arreglados por él.
Ya en ese debut, sorprendente por la seguridad compositiva en una ópera prima, el tema que abría el disco, “Circular”, viajaba durante fugaces doce minutos por una lectura muy personal, alejada de todos los lugares comunes del mentado cruce entre folclore y jazz.
Cinco años más tarde, Ojeda da a conocer Mayo, también con todos los temas compuestos y arreglados por él, donde expande no sólo la formación grupal hasta un sexteto, voz humana incluida, sino, además, la paleta sonora gracias a la inclusión de programaciones y sonidos claramente electrónicos y a una evidente apertura a la experimentación, donde el folclore de la potente “Zamba para mí” o, de modo más elusivo, “Desplazado”, se amalgama con “El rock de Pipe” y el audaz “Kernel Panic”, donde aquel sueño con “Nefertiti” de Wayne Shorter se vuelve alucinación en clave paranoica de la mano de Karlheinz Stockhausen, un contrabajo con arco en estado demencial y un loop frippero.
Y es “Kernel Panic”,precisamente, el tema que abre la puerta de su álbum más reciente y el que indica que todas las búsquedas musicales de sus dos trabajos previos se aventuran a un nuevo nivel. Y basta comparar la versión de Mayo con esta de Reboot para descubrir dónde radica no solamente la diferencia, sino, sobre todo, el crecimiento de su hacedor. Porque esta flamante encarnación suena como si Ornette Coleman y Archie Shepp, o quizá John Tchicai, hubieran empujado a Fripp fuera del sueño, para volverla más densa, más oscura y, a su vez, más orgánica.
Reboot está compuesto por seis temas escritos y arreglados por Ojeda; la mitad de ellos aparece aquí por segunda vez en su obra: los ya mencionados “Circular”, “Desplazado” y “Kernel Panic”, en versiones tan diferentes a las originales como las épocas en que fueron grabadas. Es la banda sonora perfecta para dibujar con notas un tiempo pandémico.
Nicolás Ojeda se impone como uno de los mejores compositores y arregladores de jazz del nuevo milenio con un álbum conceptual que nos recuerda los tiempos pandémicos y qué maravilloso es volver al encuentro con la vida.
El álbum, además, apuesta a una muy poco frecuente construcción grupal: contrabajo, batería y dos, a veces tres vientos, más los ahora “naturales” aportes electrónicos.
Luego del extraordinario arranque, que instaura un mood (en todas sus acepciones, pero sobre todo como estado anímico y atmósfera) epocal muy preciso donde se lucen los saxos de Carlos Lastra y Pablo Monteys, Reboot sigue con una ventana que se abre y por donde ingresa aire y luz: “Road Movie (Para Andrea)”, un estreno que recobra, sin repetir esquema alguno, la raíz latinoamericana de Mayo, con un contrabajo exquisito y virtuoso, aunque sin jactancia, y un sutil y preciso trabajo en percusión de José Balé.
Después es el turno de un “Circular” diferente al de Posibles días en sueños, ya por su instrumentación ―la ausencia del piano “debonitiza”, si se me permite el neologismo, y, al mismo tiempo, impulsa a los instrumentistas a una libertad no exenta de riesgo, como acróbatas que se lanzan al aire sólo con la red de su experiencia― ya por su manejo de las pausas, los silencios y las texturas. Otra vez, el trabajo de los saxos es notable, así como el de Federico Isasti en batería, con un solo impredecible, pero es Ojeda quien se lleva las palmas en una ejecución que muestra de qué modo aúna en su expresividad la precisión de Eddie Gómez o Gary Peacock con la musicalidad de Charlie Haden o Ron Carter.
En el interludio titulado “Memento mori”, el contrabajista, empuñando arco y jugando con efectos, anticipa el regreso de una pieza de Mayo, “Desplazado”, también en clave muy distinta al original, casi coltraneana, con una percusión procesada que recuerda al trabajo de Stewart Copeland para Rumble Fish y una espaciosidad que, otra vez, permite la conversación entre músicos de un modo íntimo y despojado ―aquí, salvo en el inicio con los dos saxos y la batería, jugando en tríos con Lastra y Monteys, que aportan sus solos a modo de despedida.
Como cierre, Ojeda se reserva un as en la manga: un tema que actúa de modo circular con el inicio. O mejor, dicho, que forma pendant con él: “Mueble Viejo”. Sólo con su contrabajo ―sobregrabado en múltiples pistas y ejecutado con diversas técnicas, todas ellas perfectas― y su voz, Ojeda narra y da cuenta de un milagro, musical, experiencial y literario, que oficia como salida ideal del encierro pandémico: “somos una construcción, algo que hacemos juntos”, son las últimas palabras, y así abre la puerta del estudio-casa para salir a jugar, a abrazarse, a mirar juntos la ruta que se extiende por delante. Hay humildad minimalista y, a su vez, riqueza tímbrica en esta última pista del álbum, una honestidad tal que a quien escucha le resulta imposible soslayar ese despojamiento admirable.
Continuando los pasos de la tradición de esos pioneros que grabaron en surcos de vinilo las huellas que ahora él retoma, Nicolás Ojeda logra en Reboot ir mucho más allá, no sólo de esas influencias sino de sus propios antecedentes, y así continúa destacando como uno de los mejores contrabajistas de su generación, pero, sobre todo, se impone como uno de los mejores compositores y arregladores de jazz del nuevo milenio con un álbum conceptual ―en la veta de los míticos Bronca Buenos Aires o El grito, de su colega Jorge López Ruiz― que nos recuerda cómo fueron estos tiempos pandémicos pero, también, qué maravilloso fue abrir las puertas y ventanas para ir al encuentro de la vida.
Notas al pie
[1] Así figura en “Acerca de la grabación de Sónico”, por Oscar del Priore, en las notas a la edición en CD de Sónico por el sello discográfico Acqua. Es probable que se tratara de un wahwah, aparentemente construido por él mismo.
Fotos de sitios públicos de internet y de Andrea Romio. Videos de sitios públicos de internet.
1 de diciembre de 2022
Marcelo Gobbo
Marcelo Gobbo nació en 1966 en CABA. Es escritor y realizador audiovisual. Publicó los libros: Contra la fatiga del arte. Notas sobre cine, literatura y otras yerbas, Barbarie y civilización (cuentos), El humo de la noche (poesía), Mini (mini ficción y poesía en prosa), El repliegue (poesía), Bodega (novela), De la misma madera (cuentos), Nombres propios (no ficción), Restos culturales (cuentos) y La necesidad de los vivos (poesía). Su obra recibió numerosas distinciones nacionales e internacionales. Dictó talleres y seminarios. También grabó algunos álbumes de música.