El futuro llegó hace rato

Sufrir con una sonrisa
por Mark Fisher | Versión de Carina Sedevich

“Suelo levantarme a las 5 o 5,15 de la mañana. Habitualmente, empezaba a enviar correos electrónicos en cuanto me levantaba. Pero no todo el mundo sigue mi horario, así que procuro esperar hasta las 7 de la mañana. Antes de enviar correos, hago ejercicio, leo y utilizo nuestros productos. No soy una persona que duerma mucho y nunca lo he sido. La vida es demasiado emocionante para dormir”.

“Reviso rápidamente mis correos electrónicos mientras mi hijo se instala en mi cama y toma su leche. Los urgentes los respondo allí mismo. Otros los marco para contestarlos mientras voy al trabajo. Recibo un promedio de 500 correos a diario, así que los voy respondiendo durante todo el día”.

Collage de tres fotos

Estos dos relatos -ambos extraídos de un artículo de The Guardian titulado “¿A qué hora se despiertan los CEOs top?”- podrían haber sido concebidos para ilustrar las tesis de teóricos postautonomistas como Antonio Negri, Paolo Virno y Franco “Bifo” Berardi. El trabajo es esencialmente comunicativo. Las fronteras entre el trabajo y la vida son permeables. Las exigencias incesantes del semiocapitalismo estiran los límites de los organismos físicos. El correo electrónico significa que no existe algo así como lugar de trabajo o jornada laboral. Se empieza a trabajar ni bien uno se levanta.

Estas descripciones de la jornada de un CEO también demuestran la afirmación de Deleuze y Guattari en Anti-Edipo, según la cual en el capitalismo “ya ni siquiera hay amos, sino sólo esclavos al mando de otros esclavos. El burgués da el ejemplo: más esclavo que el último de los esclavos, es el primer servidor de la máquina voraz, la bestia de la reproducción del capital. ´Yo también soy un esclavo´, son las nuevas palabras del amo”.

En lo alto de la torre no hay liberación del trabajo. Sólo hay más trabajo, con la diferencia de que ahora se puede disfrutar de él (“la vida es demasiado emocionante para dormir”). Para estos CEOs, el trabajo está más cerca de una adicción que de algo que se ven obligados a hacer. En una formulación provisoria, podríamos plantear una nueva forma de interpretar el antagonismo de clase. Ahora hay dos clases: los adictos al trabajo y los obligados a trabajar. Pero esto no es del todo exacto. Tanto si trabajamos para nuestros empleadores (que nos pagan) como para Mark Zuckerberg (que no nos paga), la mayoría de nosotros nos encontramos compulsivamente atrapados por los imperativos del capitalismo comunicativo (revisar el correo electrónico, actualizar nuestros estados). Este modo de trabajo hace que los interminables trabajos de Sísifo parezcan peculiares; al menos, Sísifo estaba condenado a realizar la misma tarea una y otra vez. El semiocapitalismo se parece más a enfrentarse a la mítica hidra: cortamos una cabeza y crecen otras tres en su lugar; cuantos más correos respondemos, más recibimos.

Collage de tres fotos


Los buenos viejos tiempos de la explotación, en los que el patrón sólo se interesaba por el trabajador en la medida en que éste producía una mercancía que podía venderse con ganancias, han quedado atrás. En aquel entonces, el trabajo significaba la aniquilación de la subjetividad, tu reducción a una impersonal pieza de máquina; era el precio que pagabas por tener tiempo libre. Ahora, no hay tiempo fuera del trabajo, y el trabajo no se opone a la subjetividad. Todo el tiempo es tiempo empresarial porque nosotros somos la mercancía, de modo que todo el tiempo que no dediquemos a vendernos es tiempo perdido. Por eso, como los personajes de la película Limitless, siempre buscamos formas de aumentar el tiempo disponible: intoxicándonos, reduciendo las horas de sueño, trabajando mientras nos desplazamos hacia el trabajo. Los desempleados no escapan a esta situación: las tareas de simulación que ahora se les induce a realizar para tener derecho a un beneficio social son más que preparativos para la futilidad del trabajo remunerado, son ya trabajo (porque, ¿qué es el trabajo “real” sino un acto de simulación? No sólo hay que trabajar, también hay que ser visto trabajando, incluso cuando no hay “trabajo” que hacer).

Ya no basta con ser explotado. Ahora, la naturaleza del trabajo es tal que casi cualquier persona, por insignificante que sea su puesto, se ve obligada a sobre-esforzarse en su trabajo.

Ya no basta con ser explotado. Ahora, la naturaleza del trabajo es tal que casi cualquier persona, por insignificante que sea su puesto, se ve obligada a sobre-esforzarse en su trabajo. A lo que se nos obliga no es meramente a trabajar, en el antiguo sentido de emprender una actividad que no queremos realizar; no, ahora se nos obliga a actuar como si quisiéramos trabajar. Incluso si estamos empleados en una franquicia de hamburguesas, tenemos que demostrar, como los concursantes de un reality show, que realmente queremos trabajar. El notorio cambio hacia el trabajo afectivo en el Norte Global implica que ya no es posible sólo presentarse al trabajo y sentirse miserable. ¿Quién quiere escuchar a un operador deprimido, ser atendido por un mozo triste o recibir clases de un profesor infeliz?

Sin embargo, eso no es del todo cierto. Las fuerzas libidinales dominantes que extraen goce del actual culto al trabajo no quieren que ocultemos del todo nuestra miseria. ¿Qué goce se obtiene de explotar a un trabajador que disfruta su trabajo? En su secuela de Blade Runner, The Edge of Human, K W Jeter ofrece una visión de la economía libidinal del trabajo y el sufrimiento. Uno de los personajes de la novela responde a la pregunta de por qué, en el mundo futuro de Blade Runner, la Tyrell Corporation se molestó en desarrollar réplicas (androides construidos de modo tal que sólo los expertos pueden distinguirlos de los humanos). “¿Por qué los colonos de otros mundos iban a querer esclavos molestos y parecidos a los humanos en lugar de máquinas agradables y eficientes? Muy simple. Las máquinas no sufren. No son capaces de hacerlo. Una máquina no sabe cuándo está siendo violada. No hay relación de poder entre vos y una máquina. Para que la máquina sufra, para dar a sus dueños toda la energía de la relación amo-esclavo, tiene que tener emociones. Las emociones de la réplica no son un defecto de diseño. La Corporación Tyrell las puso ahí. Porque eso es lo que querían nuestros clientes”.

El odio hacia quienes tienen beneficios sociales se debe a lo mucho que la gente odia su propio trabajo. “Los otros deberían sufrir como nosotros” es el eslogan de esta solidaridad negativa.

La razón por la que es tan fácil infundir odio hacia los “vividores de beneficios sociales” es que ellos -en la fantasía reaccionaria- han escapado al sufrimiento al que tienen que someterse los que trabajan. Esta fantasía cuenta su propia historia: el odio hacia quienes solicitan beneficios sociales se debe en realidad a lo mucho que la gente odia su propio trabajo. Los otros deberían sufrir como nosotros: el eslogan de una solidaridad negativa que no puede imaginar ninguna escapatoria a la miseria del trabajo.

Para entender actualmente el trabajo, consideremos la práctica pornográfica del bukkake. En ella, los hombres eyaculan en la cara de las mujeres, y a éstas se les pide que actúen como si lo disfrutaran, que se laman lascivamente el semen de los labios como si fuera la miel más deliciosa. Lo que se pide a las mujeres es un acto de simulación. La humillación no es suficiente a menos que se las vea interpretando un placer que en realidad no sienten. Sin embargo, paradójicamente, la dominación sólo es completa si hay algún rastro de resistencia. Una sonrisa feliz, una sumisión ritualizada, no son nada si no se detectan también signos de miseria en los ojos.

* Mark Fisher (1968-2017) se dio a conocer como crítico cultural a través de K-Punk, un blog pionero en internet. Allí escribía extensos artículos sobre música, filosofía contemporánea, análisis político, ciencia-ficción y cine. Más tarde empezó a publicar en revistas y diarios de prestigio como The Guardian, The Wire o Frieze. Es autor de libros como Realismo capitalista, publicado en castellano por Caja Negra, y Ghosts of my Life, una selección de ensayos sobre futuros imposibles, depresión y la percepción cultural de la memoria. Recientemente apareció, también por Caja Negra, el libro Deseo Postcapitalista, una recopilación de las últimas clases que dictó, poco antes de suicidarse, en la Universidad de Londres. 

* Versión en castellano de Carina Sedevich. Texto original aquí

Producción audiovisual de Carolina Ramírez – Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.

Icono fecha publicación 26 de marzo de 2024

Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Bv. España 210 (Planta Alta), Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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