Algunos acercamientos al porno
El porno siempre ha ocupado un lugar marginal en la industria cinematográfica, muchas veces incluso se lo pasa por alto entre los géneros del séptimo arte.
El porno circula desde siempre por los caminos de lo oculto y lo pecaminoso. Es la travesura que se consume de manera casi siempre privada e incluso muchas veces implica la vergüenza. En relación al cine, tiene su propio star-system que sólo conocen los consumidores y consumidoras del género, esas estrellas que se reconocen en la calle pero que es vergonzoso saludar. El cine porno opera en las sombras de lo prohibido, aquello que millones consumen y pocas personas comparten. Que un género cinematográfico se forme así y sea atravesado históricamente por la censura tiene, sin dudas, muchas implicancias en su desarrollo.
A continuación, abriremos algunas aristas que rodean a este género cinematográfico e industria millonaria que contiene una historia muy rica y se presenta siempre controversial. Intentaremos vincularlo con otras esferas de la cultura y la sociedad, en un arresto de visibilización y naturalización.
El porno en el cine
Es muy difícil hablar de cine porno y no nombrar Garganta profunda (1972). Si bien no es la primera película porno sí fue una película bisagra. Por un lado, nace en los 70, época de explosión del porno en los Estados Unidos y además visibiliza el brazo fuerte de la censura, que llevó al encarcelamiento de su actor principal, Harry Reems. Este hecho es importante porque emparentó a la industria pornográfica con el cine “normal”, ya que varios referentes del séptimo arte (entre ellos Jack Nicholson) se manifestaron abiertamente en contra de esta movida estatal.
Pero ¿qué pasa cuando la pornografía ingresa en el cine mainstream? Hablar de marginalidad en relación al porno puede ser engañoso, ya que en cifras reales el porno llegó a producir más films y dinero que el cine mainstream en los Estados Unidos. La industria del porno estadounidense es, de hecho, la más grande del mundo y también es el país que más lo consume.

Hablar de cine porno nos lleva a hablar inevitablemente del objetivo en el consumo. Usualmente, el cine porno se consume con una finalidad: fuera de los círculos cultores del género, se suele acudir a una película porno con una finalidad sexual. Pero ¿acaso no hablamos aquí también de entretenimiento?
Sin embargo, el porno no tiene lugar en los festivales de cine, sino que construye los propios, como tampoco tiene cabida en las premiaciones ni en la crítica especializada ni en las actuales plataformas de streaming. Es decir, grosso modo, no es considerado un género dentro del cine.
Cine porno y cine de terror
Si pensamos que el terror es considerado un género menor en el cine ni que hablar del porno que, en épocas de videoclubes, se escondía tras una cortina. En principio puede sonar errático vincular estos dos géneros cinematográficos, pero si miramos más de cerca veremos que se tocan en varios costados.
El terror y el porno se emparentan por diversas cuestiones: tienen un star-system propio en el que actores y actrices rara vez son vistos nuevamente en otros géneros cinematográficos o películas. Aquí hago una salvedad: por supuesto que no me refiero a todo el cine terror ya que hemos visto hasta a Jack Nicholson en grandes obras de género. Pero hay un cine de terror que los adolescentes alquilaban para las pijamadas, uno que la crítica siempre pasa por alto y que tiene una gran herencia del cine clase B. Y es ese sector del terror que emparentaremos con el porno.
Ahí se produce uno de los puntos de encuentro más interesantes: en el margen. Las grandes obras del slasher, subgénero de terror nacido y explotado en los años 80 (básicamente los films de asesinos que siempre incluyen una “final girl” y que, en muchas de sus películas, castigan las libertades sexuales de los jóvenes), tienen una carga erótico pornográfica muy fuerte. De hecho, muchas de las estrellas femeninas del ese terror lucen como estrellas del porno. El castigo de un asesino enmascarado siempre supone un pecado sexual, lo que hace que estas películas tengan, muchas veces la misma estructura narrativa.

Y si de narrativas predecibles se trata, el porno se lleva el premio. He aquí otro punto de contacto entre ambos géneros, posiblemente una característica que aleja a los refinados críticos de tomar enserio estos films: la repetición.
Como dato de color, posiblemente el porno y el terror sean los géneros cinematográficos con más subgéneros. Hablar de porno y de terror es una generalidad tan imprecisa que es casi inservible, sobre todo para sus consumidores.
Posiblemente no haya fandoms tan fieles como los del terror y el porno. Sus consumidores son piezas fundamentales para el sostenimiento y retroalimentación de estos géneros, lo que no se ve en relación con otros. Muchas veces los fans del terror y el porno se definen a partir de su adhesión a los mismos. Lo cierto es que ambos géneros cinematográficos son precedidos por objetivos puntuales con respecto al espectador: hacer excitar/hacer asustar. Es en el objetivo de activación de estos impulsos primitivos, el placer y el miedo, que estos géneros se vuelven a encontrar.
Porno y feminismo
Por un momento parece que la combinación de estas dos palabras fuera un oxímoron. Por muchos años el feminismo no tuvo nada que ver con la industria pornográfica. De hecho muchos sectores del feminismo han repudiado al porno con vehemencia desde la idea de que su contenido está hecho para el consumo masculino: las ficciones pornográficas siempre se caracterizaron por ofrecer un punto de vista de y para hombres blancos y heterosexuales. Con la progresiva liberación de la mujer y las conquistas de los espacios del placer y los cuerpos, se comenzó a visibilizar que el consumo de porno no era algo reservado para el varón pero que había que generar el contenido para estos consumidores y consumidoras no representadas. El nacimiento del post porno a mediados de los 80, como resultado de la problematización del género desde lecturas feministas y disidentes, marcará un antes y un después (aunque paulatino) en la relación porno-feminismo.

El nombre de Annie Sprinkle será fundamental en el entramado inicial del nacimiento de este porno “contracultural”, subversivo y alternativo. Desde la visión del post porno se atesoró el fin primigenio de la pornografía: provocar excitación. En concomitancia con teorías queer y disidencias, los postulados de este porno apuntaron a una mayor representación de prácticas, sexualidades, cuerpos e identidades. La idea postulada por empresas como Playboy, Penthouse o la industria mainstream del porno en general mostraba que el placer era potestad de unos pocos cuerpos, muy finamente elegidos, y que las prácticas estaban reservadas a lo dictado por la heteronorma patriarcal.
Tal vez uno de los nombres contemporáneos más popularizados sobre lo que llamamos porno feminista sea Erika Lust. La directora de cine sueca, radicada en Barcelona, logró un producto cinematográfico con fuerte acento en la estética y con un intento bastante logrado de ofrecer un abanico interesante de corporalidades y experiencias de placer. El cine de Erika Lust, que logró ser bien mainstream por cierto, ofrece un porno que combina el placer sexual y el estético. Lejos de los reflectores aniquiladores o las habitaciones blancas sin arte, la lencería estereotípica y las uñas francesitas, las películas de Lust ponen al sexo en bellas locaciones, trabajan con tesón el aspecto artístico e intentan una mayor representación.

Porno e internet
Pocas cosas se amalgamaron de manera tan natural y exuberante como internet y la pornografía. Como desde sus inicios, el porno transitó los primeros años de internet (que era bastante más libre y manejado con excelencia por geeks) en los márgenes de publicidades vergonzosas, en páginas dedicadas exclusivamente al tema y nunca en los circuitos populares y accesibles a todo el mundo. Haciendo la salvedad de las obvias restricciones para menores, el porno entró al mundo de internet también desde las sombras, pero aquí encontró un terreno más fértil para reproducirse y sus usuarios un campo abierto para localizar (prácticamente) lo que sea. La inicial libertad que reinaba en la web fue un terreno fértil para el desarrollo y el acceso a más diversidad pornográfica. Ahora ya no se necesitaba el contacto con “el chico del videoclub” para llegar al cine porno.

Así, la rentable y popularizada categoría amateur tuvo su auge en la era internet, y el género se vio altamente modificado, quedando casi obsoletos los largometrajes porno para dar el lugar privilegiado a los videos. Los videos porno suelen carecer de cualquier desarrollo narrativo y de personajes para pasar a amalgamarse con las nuevas tecnologías y la posibilidad de filmarse en casa. En algún punto, podríamos decir que internet debilitó al cine pornográfico tal como lo conocíamos para dar lugar a orgasmos instantáneos en nuevos formatos.
Algunas consideraciones finales
Lejos de contar la historia del porno o analizar el fenómeno de la pornografía, este texto apuesta a la idea de visibilización y naturalización de la existencia y consumo masivo del mismo. Elegir escribir, publicar y leer sobre porno son prácticas que forman parte de correr el velo.
Si bien los feminismos y las disidencias que operan con más fuerza que nunca en la actualidad han logrado la cristalización de nuevos contenidos pornográficos que motivan incorporaciones más ligadas a lo real, a la representación lo más plena posible, es importante no desestimar que en los inicios de la pornografía también habita una gran carga de liberación.
Que valga como ejemplo pensar en una figura nacional como la Coca Sarli que visitada desde una óptica actual podría no ser más que una pieza en un engranaje patriarcal, pero que también puede verse como una pionera, que increíblemente resulta influencia directa para John Waters, icono del cine queer. Waters toma escenas de la película Fuego (1969) para reproducir en Pink Flamingos (1972) y la protagonista del film, Divine, tiene rasgos que provienen de la musa de Armando Bo. Ese cruzamiento de un cine en principio patriarcal con uno que cambiaría la cinematografía LGBT es lo que sucede en los márgenes de lo prohibido. Si bien las producciones de Bo eran hijas de una moral católica y la sexualidad que se expone no es precisamente la más disidente, sigue perteneciendo al mundo de lo “censurable”, sigue siendo la expresión de lo indecente.

La historia muestra que el desarrollo inclusivo y diverso transita de la mano con las épocas. Y a ese porno vinculado con mansiones habitadas por mujeres rubias que viven por y para un magnate también hay mucho que agradecerle.
Fotos de sitios públicos de internet.
1o de diciembre de 2020

Julieta Aiello
Julieta Aiello es licenciada en Letras Modernas por la UNC, especializada en Literatura Argentina de Siglo XX. Es cantante y compositora en la banda de rock Harén y adicta al cine. Escribe sobre cine y cultura en el medio Indie Hoy desde hace 10 años.