El rock. El rock nacional. Llave del mandala, cosmigonón, ñanfrifruli, verilí, bubulina, covadonga, cucamonga dance. Nunca pensé encontrarme con la Maga, en su oficina, de tan buen humor, pidiéndome que diga lo que pienso, qué pienso yo de nuestro rockanrroll. Esto es lo que yo pienso, Maga: locura de locuras, porfiar dados trucados. Rompecabezas sonoro, universo mistongo, laberinto lírico, barrilete sin cola (a veces cósmico, a veces cómico, a veces trágico y a veces mágico), y los pibes remontaban barriletes. Canción para todos los días de la vida, y para mi muerte también. Voy a intentar escaleras para atrapar las espaldas del cielo, voy a intentar atrapar una nube en una jaula de alambre. Siento el rock como un mar, un mar de dudas, un mar de lágrimas, un maremoto de amor, fiesta en la calle, un orgasmo que nunca se acabe, un fuego, un pantallazo, un rayo de luz, conmovedor, una tormenta, una música infinita. A veces, pajarito (zaguri) de ala quebrada que se estrella contra el pavimento y muere casi sin haber cantado, de las líneas de tu mano voló un gorrión; y otras veces, tango (tanguito) que me hiciste mal (y bien también, of course) y por eso te quiero, porque sos el mensajero de lo que, como una pelota de trapo embarrada, tenía metido en la panza y no sabía cómo vomitar. Sueño de los pibes que tienen, tenían, tendrán prohibido soñar, esa banda inconsolable de perros sin folleto, brujas de alma sencilla, patéticos viajantes, pobres tontos, pobres diablos, lunáticos diamantes, rehenes voluntarios en el asiento de atrás, porque la maldita máquina de matar, porque los hombres de hierro no escuchan la voz, porque, sabés Alicia, este país, no estuvo hecho porque sí, porque nos siguen pegando abajo.
Encendés el wincofón, el national panasonic, el walkman, el discman, spotify en el celular y una energía eléctrica e indescriptible te envuelve y te protege como una malla contra todos los males de este mundo y uno puede, sino rebelarse como un vikingo o un tupí, por lo menos seguir tirando y tratando de esquivar la mayor cantidad de lazos y cadenas posibles, esos que te ponen, te venden, te regalan, los dueños de la leyenda (ellos son los que joden tu placer).
Aguas claras de Olimpos que la diosa guarda, un jardín y mis amigos, cuando ya me empiece a quedar solo.
Se ha dicho tanto acerca del rock (nacional) que agregar aunque sean estos garabatos/balbuceos es casi un acto de impudicia, una desvergüenza, una falta de respeto flagrante al respetable y sesudo trabajo hormiga de tanto sabihondo. Nada sé, no, nada sé. Todo lo de buscar ya fue encontrado, creciendo vengo desde antiguo informe y una caja es mi cuerpo donde el dolor no cesa. Por eso escribo esto que escribo, así, de corrido, como una zapada trasnochada, mientras la serpiente viaja por la sal y todos los caballos blancos galopan (ojo, algunos se mueren potros sin galopar) sobre los campos infestados de soja transgénica.
No tengo idea de qué cosa es el rock nacional. Yo quiero un abrelatas o un destornillador, también un rompehuesos, un taladro del mejor, yo quiero abrirme los sesos, porque están pasando demasiadas cosas raras para que todo pueda seguir tan normal. Rock nacional: qué cazzo es el rock nacional. ¿El rock como todo llanto? Me pregunto y te pregunto y les vuelvo a preguntar a los signos de pregunta: ¿el rock… existe?
Silencio, señores grandes, que despiertan los cuentos del parque.
El rock alguna vez era una cobija, una trinchera, un escondite, un huerto para ir a sembrar y a cosechar, era la piel por encima de la ropa, era el corazón y el cerebro en carne viva.
El rock es el lugar más cercano y más lejano al que alguna vez viajé; las primeras vacaciones gratuitas en un calabozo, por ser así nada más, por pensar asá, por portar la facha vedada, por no atenerse a las reglas que dictan la moral y las buenas costumbres; nunca el colegio, siempre la vida; y las mañanas del sol aquel, y también las noches frías en una ciudad frizada, reaccionaria, hipócrita, buscando besos y estrellas y sueños, y vi tantos monos, nidos, platos de café, y vi a las chicas bien queriendo acercarse a ver qué escribe en la pared la tribu de mi calle, y vi a los chicos bien formando scrum para impedir semejante desatino; y las pastillas del abuelo (que en realidad eran de mi vieja), y el ying y el yang y el gin, ¡fasolita querido, qué bien que se está!; té de chamico y estadía en el Cruz Azul por cuenta de la obra social y riesgo del consumidor que fue por una lluvia que realmente moje; y es el amor de mi vida mirando elepés en las bateas de Burmeister, sin sospechar siquiera que me iba a salvar la vida a la vuelta de la esquina. El rock, el nuestro, es un peregrinaje iniciático a la sierras que terminó en la antesala de los mapas del cosmos (casas marcadas por la luz); es el vasco, el marido de mi prima, tocando «en el hospicio le darán agua sol y pan” en el comedor de mi casa cuando los milicos chuparon a mi prima y había que esperar; son los Arqueros del Apocalipsis tomando un porrón en el ensayo de los que no sabían tocar más que lo que podían, poco y nada, blues solamente, con tres tonos nada más. Carona a Brasil, con lo puesto nada más, con mi balsa yo me iré a naufragar, y un boleto para pasear en un expreso imaginario con destino a Katmandú, vía Londres, con escalas en New Orleans, Chicago, México; ¿cómo dice que le va, don Juan?, je vous salue Thoreau, Artaud y los malditos; Astarota el idiota (mi vieja crió un idiota, de corazón lunático) y las putas del movimiento Coyote, y el lado oscuro de la luna, y Xul Solar y así siguen las estaciones en el país de la libertad, con el mismo boleto y al cuidado tierno de la azafata del tren fantasma.

El rock nacional: la Biblia (de Vox Dei) y el calefón (en el que no tengo agua); los amigos que dijeron adiós, bang, bang, bang, los que no pueden más se van y los que se quedaron pero igual se tomaron el buque (lo tuyo no es el rock) y los que se quedaron y siguen estando; el súper 8, el vhs, hasta que se ponga el sol, qué se puede hacer salvo ver películas, mientras apurás el vaso y vas perdiendo el paso; el borracho dictador que te da permiso para escuchar, hacer, comprar, vender, rock nacional por las radios nacionales, ahora sí, ahora que los ingleses bombardearon Buenos Aires y el Atlántico Sur y están prohibidos (¡cómo les gusta prohibir!), sólo le pido a dios que no me sea indiferente y las Madres de los pañuelos; hoy te queremos cantar, nadie te puede olvidar, vos estás vivo en todos, como un sol; y también la madre que los parió a los que aunque te inviten a su mesa no estarán de tu lado (son como halcones, sólo poder), gente que no, bah. Y cómo mata el viento norte en el exilio, pensando en vos siempre, siempre extrañándote. Yo tenía tres libros y una foto de él y ahora tengo mil años y muy poco que hacer; cómo no sentirme así, si ese perro sigue allí. ¡Vamo’ a bailar!
Y después los hijos, hoy que un hijo hiciste, cambia ya tu mente, renovando, interpelando y jaqueando todo lo que creías saber y no sabías, porque la enseñanza del tiempo te hizo desaprender.
El rock, el rock, el rock ¡larga vida al rock!
El rock, al menos ese que vaya a saber quién dio en llamar rock nacional, alguna vez, era rock pero no era rock. Era una cobija, una trinchera, un escondite, un lugar (prohibido también) para ir a jugar a un montón de libertades diversas, de ideas asombrosas; era un huerto para ir a sembrar y a cosechar, era la piel por encima de la ropa, era el corazón y el cerebro en carne viva, era poesía, drama, comedia, ficción y realidad, eran los colores de los colores y las formas nuevas, eran los miedos y el delirio.
¿El rock… existe?
Después fue otra cosa: fue bailar y no pensar, entonces yo me quedo acá bailando hasta que se vaya la noche; fue el fin de no sé qué, fue un picnic en el cuarto piso; fue glamour (del macanudo y del under); fue estadios histéricos llenos y MTV y multinacional discographic y Rock in Río by Brahma & Levis raspaditos, desteñidos y rotazos ya de fábrica; y así mutando fue la bestia en otra bestia acaso menos bestia y con su jaula de alta gama y sus risas de barón B y el patchouli se volvió chanel. Y así Pituca se la cree. Ni bien ni mal, así las cosas.
Después, ese tal rock parece que se murió y le crecieron un montón de hijitos como larvas que fueron copulando y procreando libremente y sin prejuicios con toda la manada étnico- sonora, y les salieron a estos a su vez más hijitos around the world, medio zamba y samba, y medio candombe y chamamé y chacarerrock y rumba y cumbia y tango y gotanroll y free style y rap y ska y ¿es qué? ¡Y qué sé yo! Si no lo sabía antes, ahora menos sé.
¿Qué es el rock (nacional)? ¿Existe? No lo sé.

Lo que sí sé, de lo que sí estoy seguro, más allá de toda duda y/o nostalgia generacional y personal, es de que no importa. Porque a mi generación no le importa tu opinión, porque a mi generación algo le pasa. Rock de la verde marea verde pariendo futuro y abortando lastres. Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo pasado fue mejor: mañana es mejor.
Rock nacional: imagine there’s no countries, entonces, el rock sudaka, el rock como continente, el rock de Rada, de Mateo, de Fattoruso al otro lado del charco del plata, con tambores bajo el brazo rumbo a la llamada en la esquina de Viglieti y Jaime Roos; el rock de los Jaivas cruzando la cordillera, abriendo la carpa del circo de doña Violeta Parra; el de Caetano y Gil y Ney Mato Grosso y Cazuza, o tempo não para y oye como va mi ritmo, bueno pa’ gozá mulata; y no me llames frijolero, pinche gringo puñetero; sonato un raggio dal capo al piede, de cuore a faccio tutto da me, me beso a bolo con precizione, e solo copio la mía lezione, banzai, banzai.
Mañana de sol, bajo por el ascensor, y la vida sigue como si nada, porque así es el mundo (gira al revés, mientras miras esos ojos de videotape). Los lentes son para el sol y para la gente que me da asco.
He venido a mover y dar marcha a la fanfarria, me fecunda la música que tonifica y cura. Los poetas me acusan de deber ser valiente, las artes para siempre, las musas sin cadenas. Como, huelo, duermo, río, bebo, juego, ando, por las rutas argentinas, por la ruta perdedora, caminito al costado del mundo, caminando por y hacia un lugar que tal vez ya no exista, o que nunca existió, pero puta que valdría la pena que existiera. Eso, acaso, sea el rock nacional: una utopía que invita a caminar hacia todo lo que no cotiza en bolsa. Et tout le reste est show business.
Fotos de sitios públicos de internet y de Cecilia Vázquez. Videos de sitios públicos de internet.
18 de agosto de 2022

Sergio Stocchero
Sergio Stocchero nació en Villa María, Córdoba, en 1959. Escritor, músico y realizador audiovisual; trabajó como periodista y guionista en medios locales, provinciales, nacionales y extranjeros. Algunas de sus películas obtuvieron premios y reconocimientos internacionales. Es miembro de la cooperativa de trabajo Comunicar, editora de El Diario del centro del país.