Detrás de toda apuesta al arte colectivo existen siempre razones poderosas. Para Mónica Nazar y Fernando Airaldo, los hacedores de La Chacarita, el teatro independiente es una manera de estar en este mundo, un lugar desde donde construir y resistir en comunidad.

La Chacarita ha permanecido en pie durante veinte años, que parecen muchos porque han significado vaivenes económicos que arrasaron con bolsillos y políticas culturales desde el estado. Con caída de la convertibilidad, crisis, ajuste, recesión, crecimiento, bonanza y nuevamente crisis. Veinte años que -al mismo tiempo-parecen pocos cuando se mira en perspectiva y se vislumbra que salas como éstas son apenas faros prendidos en toda la provincia para demostrar que una comunidad artística unida puede generar no sólo espacios sino también leyes y ordenanzas para crecer en la profesionalización del oficio.
Representados por su característico “teatro de objetos” y sus perfiles como titiriteros, quienes habitan La Chacarita han dejado (y siguen dejando) huella en la historia del teatro independiente cordobés, que sin dudas no sería el mismo sin actividades como el “Festival de Invierno” para niños y niñas, u obras como “Chacarilandia”, “Animal de vuelo”, “La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón”, “Oscuro lado B” o “Cien conejos” , para nombrar algunas de sus tantas producciones.

Sobre su historia y sus producciones durante todos estos años nos hablan Mónica Nazar y Fernando Airaldo, sus fundadores, y de todo lo expresado, hay tres ideas madres que sobrevuelan y aparecen una y otra vez en el relato, y que parecen sostenerlos simbólicamente: la casa La Chacarita como un vientre, el teatro como un continuo suceso que celebra el “aquí y el ahora” y las personas que pasaron por ella como aquellos lazos que tejieron un entramado que no permitirá caer nada ni nadie.

Pintada de azules, verdes y colorados, La Chacarita es, como su nombre lo indica, un espacio en donde cohabitan un sinfín de materiales, recursos y energías. Pero en lugar de estar colmada de objetos en desuso, está llena de vida, porque late en ella la energía en cada rincón y porque nació para ser terreno fértil donde el arte podría reproducirse.
La Chacarita abrió en 1999 bajo el nombre de Fundación x el Teatro (Organización Sin Fines de Lucro), y su objetivo particular fue (y sigue siendo) “crear, mantener y compartir un espacio amplio de cruce de lenguajes escénicos, asumiendo la responsabilidad como artistas de preservar los lugares de la cultura y de nuestra identidad”. De esta manera, alberga desde entonces en una típica casona de principios de siglo XX, no sólo una sala de teatro, sino una galería de arte y exposición, talleres de realización escenográfica, utilería y muñecos, sala de ensayos, biblioteca y patios.
“La Chacarita nació fundamentalmente porque en aquel entonces en Córdoba no había espacios ni políticas teatrales”, recuerda Mónica un lunes cualquiera en horas de la siesta, sentada en medio de una de las tantas habitaciones que integran esa inmensa casona de Pueyrredón, intentando prender por primera vez el cigarrillo que tiene en la mano, comenzando así una charla que recorrerá la historia del lugar por diferentes capítulos y que tendrán como punto inicial aquella gran “movida” a partir de la Fiesta Nacional de Teatro de los años `90, que comenzaba a lograr cierta militancia en las políticas teatrales. “Una de las reivindicaciones era generar nuestros propios espacios de creación que ya tenían un antecedentes de la Ley 24.800, con teatros como La Luna o La Cochera”, señala Mónica, agregando a ese dato puntual, que lo importante no sólo era la creación de la sala en sí, sino también el deseo de multiplicar el “modelo de producción de teatro independiente que se autoabastece y autogestiona”.
“El teatro es una actividad sistémica donde los requisitos son múltiples, por lo que buscar un espacio físico es -históricamente- inevitable, para poder concentrar todas las actividades que requiere: la construcción de objetos, ensayo, preparación, capacitación”, cuenta además Mónica en su minucioso relato.
“Nosotros generamos un espacio para producir pero también quisimos generar asociaciones, porque la política en ese momento era generar colectivos para salir de la vulnerabilidad y la marginalidad. Entonces al principio fue eso, un gran tiempo de militancia y trabajo en colectivos artísticos. Así surgieron el Circo En escena, el festival Señores Niños, la Coordinadora Teatral”, especifica la actriz y directora de manera puntual y continúa: “Después fue acompañar los mejores años de cultura que hubo -durante el kirchnerismo- lo que nos consolidó y nos convirtió en referentes con un perfil de identidad, que es algo por lo que nosotros trabajamos: definir qué es lo que realmente somos y qué rol cumplimos. Porque podemos saber qué queremos, pero la cuestión es ponerlo en juego en la sociedad”.

Mónica y Fernando son pareja desde hace veinte años, los mismos que cumplen viviendo en esa casa donde viven, trabajan y cobijan teatro, y por eso su historia está adherida a lo que representan esas paredes. Por eso para ellos hablar de La Chacarita es hablar de ellos mismos, contar lo que se sucede en escena es hablar de su propio trabajo y recordar todo lo que pasó allí, es recordar vínculos creados y sostenidos en estas dos décadas. Y algo más, hablar de La Chacarita es hablar de la forma en que eligen estar y pertenecer al mundo.
“No hay nada más legítimo que una necesidad”, asegura la actriz volviendo a prender el cigarrillo que se apaga con tanta charla, dejando claro, aunque lo diga en voz casi susurrada, el sentido de pertenencia que existe entre ellos y el lugar: “Esto es como un vientre. Dentro de ese vientre se contiene y se va generando cierta vida. Y, con el tiempo, uno se convierte en un puente, en un cruce, una señal para algunos”.
De tiempo habla Mónica, o mejor dicho, del paso del tiempo, porque ellos saben que esa variable es quizás la que más se ha consolidado tanto dentro como fuera de las paredes de la sala y Fundación, y los ha fortalecidos. Porque no hace falta revisar en ningún manual de historia los gobiernos que pasaron desde el `99 hasta hoy, ya que tanto Mónica como Fernando saben con puntualidad, cuáles fueron los momentos más críticos, cuáles los de quietud, los de apuesta y los de satisfacción. Sin embargo, ellos continúan navegando porque saben que las aguas pueden estar más o menos calmas, pero la nave se mantiene a flote. “Ante el vaivén, La Chacarita va”, recalca Mónica, “hay un patrimonio que no se deteriora porque está hecho con inversión humana: la agenda que crece, el vínculo con los artistas, la capacidad de autogenerar y auto-sustentar proyectos, la capacitación instalada. Hay comunidad, mucha actividad en el colectivo, a veces más feliz que otra, a veces menos lograda, a veces más social y menos sectorial, pero la comunidad teatral existe y, para mí, es como mi familia. Y cada vez es más grande, porque está lleno de gente joven y esto rompe la cabeza”.

Surgida, como ellos dicen, desde la legítima necesidad de contar con un espacio propio para producir, desde sus comienzos La Chacarita comenzó a funcionar como una usina de ideas que dio como resultado muchísimas programaciones y festivales, teniendo siempre presente dos cuestiones fundamentales: por un lado una forma propia, personal y original de expresarse en escena ligada al “teatro de objetos” –tanto para niños, con títeres y muñecos, como para adultos- y, por el otro, entender la casa como espacio abierto a la diversidad cultural.
“El teatro de objetos es nuestro lenguaje”, afirma Fernando y, desarrollando la postura, Mónica explica: “El teatro de objetos tiene que ver con lo que evoca e invocan las cosas que nos rodean, los materiales. Todo el eje de la poética de las obras con teatro de objetos pasan por la intención de contar desde las cosas”. Y en esa intención de contar se unen, tanto la creatividad y talento para construir de Fernando, como la contundencia en la expresión de Mónica después de tantos años de trayectoria. “Él me elige a mí y yo a él”, señala.
La estética escénica de La Chacarita ligada al teatro de objetos y también al mundo de los títeres es, sin duda, una de sus identidades de la sala, pero también lo es su política de abrir las puertas a cuanta expresión teatral se presente, siempre y cuando esté hecha con respeto y compromiso.“Cada sala es un pan casero, tiene su receta, la impronta de sus hacedores. Eso también nos ha dado una riqueza en lo diverso. La gente no lo sabe quizás, dice: “ahhh, La calle, La cochera, La Chacarita y es lo mismo cualquiera. Pero internamente no lo somos, entonces cuando habitan nuestro lugar empiezan a entender nuestra diversidad y eso es maravilloso, porque no es malo saber elegir”.
“Me han llegado dicho que programo a cualquiera” cuenta Mónica sin temor a las críticas de sus pares, y se defiende: “pero no es así, primero porque yo programo al que quiere venir a La Chacarita, y eso está bien porque lo hace especial para mí, no sin antes evaluar lo que se presenta, la seriedad de las personas. Y si son gente en quien confiamos, dale que va, y puede ser que a la obra vengan tres personas. Nosotros somos gente del barrio, la ciudad y la provincia y creo que estoy trabajando, por convicción, en una línea correcta. Acá vienen elencos del mundo, nos llueven propuestas de Italia, España, y les decimos, que vengan, pero que ésta es una sala de barrio. Yo sé que así estoy haciendo mucho más para la historia local, porque en Córdoba hay gente para hacer dulce y estéticas de las más variadas. Eso es abrir y es nuestro criterio. Y ha sido beneficioso porque nos ha llevado a nuestros objetivos. En las capacitaciones nos hablaban de generar un perfil, y nosotros nunca lo hemos encontrado porque creemos mucho más en la capilaridad, en el que se acerca y conecta. Nosotros vamos haciendo sin formato y me banco la crítica. Yo he visto las mejores obras en este lugar con tres espectadores. Y eso nos fue construyendo y también quitando miedos. Porque al principio tenía que ser todo éxito, pero el éxito para nosotros es ahora cuando viene el diferente. Esa es la riqueza del lugar”, fundamenta Mónica, haciendo hincapié entonces en lo importante que siempre fue para ellos habitar desde el país hasta la ciudad, y sobre todo, el barrio, esa comunidad que de a poco se fue acercando a ellos y comenzó a entender lo que significaba trabajar sin cansancio por un propósito.
“Comenzamos a tener otro rol en el barrio, de esa gente que trabaja de lo que le gusta. Entonces te tocan el timbre, te cuentan sus problemas familiares, quieren conocer el lugar. Generamos esa sensación de que hay otro modo posible, otra vida posible, y nosotros nos sentimos heraldos de esas cosas, incluso con la familia y amigos. No sin autoexplotarnos, por supuesto”. Para Mónica el trabajo y la autoexplotación es sin dudas el yin y el yan ineludible de la profesión que han elegido, que les permite al mismo tiempo estar orgullosos y aceptar la cruda realidad que esconde luchar por los sueños en un mundo donde el arte colectivo jamás está ligado a la rentabilidad. “Llegará en su momento la reflexión de por qué nos autoexplotamos tanto. Ahora, ya de grande, me cuestiono y me responde que quizás no podemos dejar de hacerlo en primer lugar por lo obsesivo, porque si uno no lo hace no está bien hecho, porque estos lugares nos representan. Y también porque nuestro trabajo marca una referencia para otros que empiezan a pensar: si ellos hacen yo también, y es lindo porque por esta sala abrieron otras tres de personas que trabajaban acá. Y qué lindo un mundo lleno de casas de teatros”.

Un engranaje, un eslabón, una huella en el camino de lo que está por venir. La Chacarita se ha gestado desde sus inicios como respuesta a una demanda sectorial y es botón de muestra de un colectivo mayor (local y nacional) que ha sabido conformarse (más allá de sus diferencias) a partir de sus necesidades de espacio y producción, sabiendo que todo lo construido es cimiento de aquello que todavía debe seguir creciendo.
“Creo profundamente en el crecimiento del teatro como una comunidad de gente pujante y emprendedora. Algunos dicen que no nos une el amor sino el espanto, pero yo no”, señala Mónica quien no duda en señalar a ese colectivo como un nosotros, “su familia”, que estará dispuesta a luchar por La Chacarita como si fuera propia.
“Como espacio hemos generado una fortaleza. Tenemos el 2019 programado y los fondos asegurados, pero si nos llegara a ir mal y nos cortan la luz, por ejemplo, no te quepa duda que vamos a actuar a vela. Nunca pasó, pero si pasa saldremos a quejarnos porque tenemos los vínculos y tenemos quien nos cuida y protege. Ha sido una estrategia exitosísima en el colectivo”, sigue relatando Mónica, casi terminando el cigarrillo que al fin quiso encenderse después de tantos intentos, y mientras el humo sale de su boca, hace hincapié, en que lo fundamental de estos veinte años es que son apenas los primeros.
“Nosotros estamos inventando una actividad que antes no existía. Sí existía el trabajo de grupos independientes, pero no en esta masividad, y creo que es fundacional. Esto recién empieza e incluso se está autolegitimando. Las políticas teatrales son reivindicaciones de la actividad colectiva porque acá nadie quería poner un peso y fuimos a cuanta tribuna hizo falta en los ´80, `90 y 2000. Nosotros nos hemos encadenado y hecho huelgas de hambre para que salgan las leyes. Porque las leyes se trabajan diez años antes, y después salen, incluso tuvimos que trabajar en la tipificación dentro de la ordenanza municipal porque estábamos como club de barrio. Esa militancia social el teatro independiente la tiene totalmente incorporada. Fueron muchos años y lo seguiremos haciendo”.
Fotos y videos de sitios públicos de internet.

Florencia Vercellone
Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba y Locutora Nacional. Ha colaborado con Hoy Día Córdoba, La Mañana de Córdoba y revista Ocio, entre otros medios. Ha realizado producción de contenidos para Teleocho de Córdoba. Coordinadora general, redactora y editora de la plataforma digital www.babilonialiteraria.com. Dictó el taller «Literatura & Cine» en el Centro de Promoción del Adulto Mayor. Es co-autora, junto a Beatriz Massola, del libro «La Cocina es puro Cuento. Historias y recetas de la cultura inmigrante piamontesa».