Pandemia

y poesía (no importa cuándo leas esto)
por Carina Sedevich

Porque hablamos de poesía y, como dijo John Berger alguna vez, “¿dónde está realmente uno cuando llega el poema? En ningún lado, sin duda”. En ningún punto específico del espacio o del tiempo. Porque el espacio y el tiempo de la poesía son el lenguaje. Pero un lenguaje que no funciona como mero medio de comunicación sino como “punto de encuentro en donde el tiempo no tiene finalidad, en donde el propio tiempo queda absorbido y dominado”. Porque, a diferencia de lo que ocurre en otros géneros literarios, en poesía el lenguaje no busca un desenlace sino algo mucho más importante: busca “reconocimiento” y “cobijo” para una experiencia humana que lo pide imperiosamente. Por eso la poesía puede hablar de inmortalidad: “porque se abandona al lenguaje en la creencia de que el lenguaje abraza toda experiencia, pasada, presente y futura” .

Por eso, porque en definitiva la poesía se identifica con la vida –o no es poesía, sentenció Juan L. Ortiz – es que versos como estos, escritos por Du Fu (o Tu Fu), poeta chino que vivió entre los años 712 y 770, son capaces de interpelarnos hoy:

La patria está quebrantada,
mas permanecen sus ríos y montañas.
La primavera ha llegado a la capital
y espesas matas la sepultan.
Me aflige la situación
y mis lágrimas rocían las flores.
Lloro la separación
y el canto de los pájaros me asusta.
Las llamas de la guerra
han ardido tres meses seguidos.
Una carta de la familia
vale más que mil onzas de oro.

Por eso hoy, aunque jamás haya estado en un pueblo arrasado por la guerra, quien alguna vez leyó el San Martino del Carso, fechado por Giuseppe Ungaretti en agosto de 1916, puede recordarlo con estremecimiento:

De estas casas
no ha quedado
más que algún
fragmento de muro.

De tantos
que me querían
no ha quedado
ni siquiera eso.

Pero en mi corazón
ninguna cruz falta.

Es mi corazón
la región más devastada.

“También se cantará sobre los tiempos sombríos” escribió Brecht y eso es algo de lo que todx poeta puede dar fe. Pero cuando algunos discursos actuales sugieren que hay formas literarias que pueden interpretar nuestra catástrofe mejor que la poesía, me viene a la mente la gran pregunta de Hölderin y parafraseándolo se me ocurre compartirla con otrxs poetas: “¿para qué poesía en tiempos de pandemia?”

“Creo que los poemas, más que los poetas, hacen falta en tiempos de indigencia, miseria o plaga, que son de alguna manera todos los tiempos, para indicar que las circunstancias son más livianas de lo que parecen -sólo en la ingenuidad de las novelas de ciencia ficción o de los cuentos de terror se resignan a ser decididamente literales- y que la vida siempre está enfrentada con la muerte”, es la respuesta de Silvio Mattoni, una de las primeras que recibo. Augusto Munaro va en el mismo sentido al afirmar que “en tiempos de pandemia, o en cualquier otro, la poesía siempre se encuentra presente. Es una herramienta de búsqueda de sentido. Un aparato de formulaciones.”

Jorge Aulicino considera que la función de la poesía hoy “no es visible ni palpable” y que en todo caso su utilidad –o inutilidad- “es la misma que antes de la pandemia”. María Teresa Andruetto tampoco cree que haya un “para qué” sino más bien un “por qué”: “porque algo en nosotros la necesita, aunque no sepamos para qué”. Los motivos, pienso, tienen que ver con ciertas capacidades que María Teresa le atribuye a la poesía y que la diferencian “de todos los otros modos de la palabra”. “En el poema, las palabras –más que en ninguna otra forma de lo oral o de lo escrito- dejan de ser funcionales a la construcción de una historia, se “olvidan” de ser útiles, se ponen a hacer “otra cosa”, como hacen “otra cosa” los gestos en el teatro o los sonidos en la música. Se genera así una fuerza mucho más potente que la suma de elementos que constituyen el poema, alcanzando un resultado que aprovecha de un modo misterioso las cualidades de cada una de las partes. Cada buen poema es, entonces, un pequeño triunfo sobre el caos y también sobre lo plano, lo literal, lo cerrado, lo puramente racional y lo unívoco”, escribe Andruetto en su artículo “Libertad condicional” .

La poesía es “un modo de alquimizar lo existencial” y está “integrada a la experiencia del tiempo siempre”, responde Eugenia Straccali. “Su carácter subversivo me permite soportar lo real, resistir, transitar el dolor o el miedo”, sostiene. “La poesía no nos salva, no nos cura”, en cambio “sí provoca una expansión de la consciencia, un registro del sufrimiento del otro que alivia y colabora a que pueda instalarme en el presente”, dice, en sintonía con Aixa Rava, quien propone que en tiempos adversos es más necesario que nunca “todo aquello que pueda, de alguna manera, auxiliarnos en el ejercicio de la autocomprensión y de la comprensión de le otre, del mundo”. Para Aixa la poesía es un “hogar” sobre todo en los momentos hostiles. “Poesía en tiempos de pandemia para refugiarnos, para contarnos, para acompañarnos, para sobrevivir”, y recuerda los versos de Cristina Peri Rossi: «cuando una palabra escrita/ en el margen en la página en la pared/ sirve para aliviar el dolor de un torturado,/ la literatura tiene sentido”.

Esta comprensión del otrx, este registro de su sufrimiento a través de la poesía del que hablan Eugenia y Aixa aparece también en la respuesta de Valeria Cervero, quien cuenta que en este tiempo ha estado pensando sobre “la relación entre poesía y escucha, las maneras de encarnar una voz que diga las diferencias como forma también de poder seguir”. Y también afirma: “me sería imposible sobrevivir a la pandemia sin poesía –sea  o no en un poema– así como me resulta imposible sobrevivir al mundo sin ella”.

La respuesta es diversa cuando pregunto a lxs poetas si escriben la pandemia: la mayoría dice escribir durante este tiempo pero no “escribir la pandemia”, al menos no “conscientemente”. Pablo Romero señala que “también se escribe con el cuerpo, con el silencio y la quietud: mi escritura favorita es la que sucede cuando no escribo, cuando la vida deja ver entre sus grietas un espacio de luces y revelaciones.” Cree, además, que la pandemia no puede ser escrita hoy porque “la poesía no trabaja con la realidad sino con sus restos” y “la escritura del hoy siempre tiene como base los residuos del pasado”. Para Pablo, sin duda “hay una relación simbiótica entre la escritura y la vida” pero no entiende la pandemia en especial “como una oportunidad para escribir, porque en el mundo siempre están sucediendo cosas y cualquier tema puede ser una excusa.”

Jorge Aulicino parece coincidir de algún modo con esa idea: considera que “hay poemas de lo que uno quiera buscar” pero que la poesía “no proviene” de la mención de temas específicos y que además “el modo en que los hechos colectivos o personales entran en la poesía es siempre bastante aleatorio”. Agrega que “la prosa se presta más a narrar hechos ciertos o ubicar situaciones imaginarias en hechos históricos”, mientras que la poesía usa ese recurso “en pequeña medida”  y “con fines distintos, que tienen que ver con provocar el estado de emoción particular que llamamos poético”.

La poesía “es una cuestión de expresión” antes que de “léxico” o de historia, explica Aulicino. De hecho se detiene en ver cómo aparecen –o no- las menciones sobre las guerras en los poetas que las han atravesado: “durante la Segunda Guerra todos los poetas vanguardistas escribieron cientos de poemas, muchos de ellos sin referencias a la guerra. Me parecen tan válidos y moralmente justificados como los que escribió Vallejo durante la guerra civil en España o Giuseppe Ungaretti durante la Primera Guerra Mundial. La poesía responde a los grandes cambios de manera compleja.”

Cuando pregunto si las sensaciones de este tiempo les hicieron evocar algún poema o poeta en particular, aparecen nombres de autores que han vivido guerras o persecuciones, como Vallejo y García Lorca –traídos por Aixa Rava-; Auden, Frost y Eliot –mencionados por Augusto Munaro-. Silvio Mattoni comenta que “cuando se difundieron los problemas que había para enterrar y velar a los muertos, los casos de viejos que mueren solos, sin despedirse, sin ceremonias, sin el clásico velorio de parientes, amigos, conocidos, allegados, pensé en Antígona, que se sacrifica por realizar un rito fúnebre, pero también en los campos de tantas batallas, míticas o históricas, y recordé estos versos de la Eneida sobre las víctimas de una matanza general: Nos animae viles, inhumatainfletaque turba,/ sternamurcampis, que podrían traducirse así: “Nosotros, almas viles, turba sin llanto ni entierro,/ nos amontonamos en los campos”.

Silvio dice que la plaga lo puso “muy latinitista” y que recordó una línea de Petronio que lo había impresionado: In noctisspatiummiserorum vulnera durant. Durante este tiempo trabajó en la traducción del poema completo y lo tituló Versión de Petronio:

Sueños que engañan la mente con sombras volátiles,
no los mandaron templos de dioses ni unos nombres
en el aire, uno mismo los produce.
Cuando el descanso pisa los miembros postrados
de sopor, y la mente juega encima del cuerpo
sin peso, lo que escapa de la luz
actúa en las tinieblas. El que hace
caer ciudades y las quema, ve armas,
derrotas de los otros y muertes de reyes,
y campos donde corre la sangre profusa.
Los que suelen perorar en juicios, foros, leyes,
y aun miedosos disciernen el tribunal, la corte.
El avaro esconde su ganancia y descubre
oro enterrado. El cazador agita
el bosque con sus perros. El marino arrebata
a las olas un resto de madera
o lo aprieta muriéndose. La puta
al amante le escribe, la adúltera se entrega:
y el perro sueña que sigue a una liebre.
Insisten las heridas de los infelices
en el espacio de la noche.

Entre los muchos poemas que lxs poetes recuerdan y me acercan, llega uno de Berger de la mano de Eugenia Straccali:

Hacer un agujero
a través de
una piedra
hilvanarla
llevarla colgada
anuncia inmortalidad
la piedra puede ser
lenguaje
el agujero, poesía.

Y no me parece casual que vuelva a aparecer Berger para dar la puntada que faltaba en el centro justo del agujero del lenguaje, señalando una vez más ese punto de encuentro de todo tiempo y espacio en el que la palabra se vuelve poesía.

Les haya o no sido esquiva la escritura en este tiempo, estén o no escribiendo la pandemia más o menos “conscientemente”, cuando les pregunto si han estado leyendo poesía todxs dicen “muchísimo” y comparten largas listas de nombres de poetas de todos los tiempos y lugares. Todxs leyeron y releyeron por placer, como siempre, y también por el deseo de compartir con otrxs. La poesía llegó a través de ellxs a muchísima gente durante este tiempo, no sólo mediante la propia escritura ofrecida, el ejercicio de la traducción, el trabajo de docencia, sino también a través de la difusión en redes, blogs y medios de comunicación. Jorge Aulicino compartió poesía, como viene haciendo desde hace más desde una década, desde su blog Otra iglesia es imposible, María Teresa Andruetto desde sus columnas radiales en el programa Nada del otro mundo de la 102.3, la FM de Radio Universidad de Córdoba, Valeria Cervero desde la revista Op.Cit. y sus blogs De lo que no aparece en las encuestas, Mordiscos y  Deversoavers, Eugenia Straccali desde Vuelo de Quimera, editorial y comunidad poética nacida durante la pandemia, Augusto Munaro desde sus entrevistasreseñas y traducciones, Aixa Rava desde Tanta Ceniza Editora, Pablo Romero desde Aguacero Ediciones.

Enrique Lihn habla de las palabras de su poesía como de “las cosas de una magia, perfectamente inútiles” en un famoso poema que termina así: “Porque escribí porque escribí estoy vivo” . El poema entero podría leerse como una respuesta a la pregunta hölderiana. Más allá de que para el poeta la sola posibilidad de escribir justifica muchas veces su propia vida, también es cierto que con un poema se puede tender la mano en puertas que nunca se han visto, o bien, como dijo alguna vez Alberto Laiseca, llegar a comunicarse con otro espíritu.

“Un poema sirve para no estar solo”, afirmó el autor de Poemas chinos, y esto es válido para quien escribe y para quien lee. Un poema sirve para reconocernos unxs a otrxs en lo más esencial de la experiencia humana, más allá del tiempo y del espacio. Para señalar lo que importa realmente y hacerlo resonar sobre el ruido de lo efímero y lo vano. Porque en tiempos de caos la muerte parece más cercana, pero es nuestro destino común, el que nos hermana a todxs. Siempre somos mortales, no solamente hoy. Entonces lo que buscamos en esos poemas que atraviesan los tiempos para interpelarnos es la confirmación de que lo vivido no quedó en el olvido y la renovación de la promesa de la poesía -como diría Berger- de recoger, dar amparo y sentido a nuestra existencia, a su dolor y finitud.

Así, escribir un poema –o leerlo, o traducirlo- es alejarse de la sombra que proyecta la certeza del fin de nuestros días sobre la tierra y también de las oscuridades de la soledad y del sinsentido. La poesía, en suma, es posibilidad de correrse un poco de la línea de fuego del tiempo inapresable. Después de todo, ya lo dijo mejor el poeta griego Odysséas Elýtis: se escribe “para que la muerte no tenga la última palabra”.

Foto de portada de Abbas Kiarostami.

Icono fecha publicación  3 de septiembre de 2020

Carina Sedevich

Se graduó en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Villa María. Cursó el doctorado en Semiótica en el Centro Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Es autora de diecisiete libros de poesía. Su obra poética ha sido publicada en diversos países de Europa y Latinoamérica, incorporada a antologías nacionales y traducida al portugués, al inglés, al italiano y al mallorquín. Es profesora de Yoga y de Meditación. Coordina Ardea | Revista de arte, ciencia y cultura desde la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM. 

 

Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Catamarca 1042, Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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