Libro

Casandra
por Agustina de Diego

Casandra: la que no puede amar a los héroes

Todo eso, la Troya de mi infancia, sólo existe ya en mi imaginación. Allí lo reconstruiré, mientras tenga tiempo, no olvidaré ninguna piedra, ni un efecto de luz, ni una risa, ni un grito. Se conservará fielmente en mí, por corto que sea el tiempo. Ahora puedo ver lo que no está, cuánto me ha costado aprenderlo.  

(Wolf, 2013, p. 35)

Casandra, hija del rey Príamo, supo antes que todos que su ciudad amurallada iba a caer ante un caballo de madera. Pero, como bien dice el mito, la princesa de Troya estaba maldita por el dios Apolo, así que nadie creía en sus profecías. Diez años antes, en Grecia, un príncipe troyano llamado Paris, resurgido de las cenizas, se enamora perdidamente de Helena, la esposa de Menelao, rey de Esparta y hermano de Agamenón, rey de Micenas, y este vínculo desenfrenado inicia la mítica guerra de Troya. Mientras tanto, Agamenón asume la misión de rescatar a su cuñada y decide sacrificar a su hija Ifigenia para que su flota de barcos guerreros tuviera vientos favorables. El rey de Micenas ignoraba que sus actos alimentaran un fuego desbocado e impredecible en su esposa, Clitemnestra, que poco a poco fue engendrando el deseo de una venganza que sería servida en un plato frio.

Christa Wolf (1929-2011) es una escritora alemana que retoma el mito griego y le da voz a uno de los personajes más emblemáticos y, a la vez, más silenciados. Casandra aparece inicialmente en La Ilíada de Homero y en Agamenón de Esquilo pero figura como un personaje de la periferia, del margen. En ambos textos, sus palabras no son escuchadas ni tenidas en cuenta, su discurso carece de valor por más verdadero que sea. El relato en primera persona que construye Wolf recorre la historia de la sacerdotisa, donde se entremezclan el presente espeluznante y el pasado que no fue mejor. De esta manera, permite al personaje contar su versión y tener por primera vez una voz propia. Veremos a través de sus ojos los abusos, la violencia y el desprecio que vive y como desarrolla una resiliencia producto del constante estrago: «Yo, en cambio, lo recuerdo, era conocida por soportar el dolor. Por ser la que mantenía más tiempo la mano sobre la llama. No desviaba el rostro. No lloraba» (Wolf, 2013, p. 38). El personaje de Casandra se encuentra en carne viva, tiene la piel desgarrada y los recuerdos de su vida pasada la asaltan como visiones imposibles de ignorar. Observa como si fuera una película a Pántoo, el Gran Sacerdote, enseñándole griego y, luego, abusándola, mientras ella intentaba imaginar que en vez de Pántoo el que estaba allí era Eneas. El presente de Casandra está en Micenas, donde espera su ejecución, aquella que ve tan clara en sus presagios, a manos de Clitemnestra, quien es ahora la esposa de Egisto. Reflexiona, entonces, mientras camina hacía su final, sobre las muertes de cada troyano y sobre el descanso eterno, el cual, según ella, no existe: los muertos yacen con los ojos abiertos y, por lo tanto, jamás vuelven a descansar.

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El relato en primera persona que construye Wolf permite al personaje contar su versión y tener por primera vez una voz propia.

La novela comienza con un narrador en tercera persona que describe el asesinato de Casandra tal como fue en el mito: «Aquí fue. Ahí estaba. Esos leones de piedra, sin cabeza ahora, la miraron. Esa fortaleza, un día inexpugnable, ahora un montón de piedras, fue lo último que vio» (Wolf, 2013, p. 7) y partir de ese momento es que se comienza un entramado de analepsis donde Casandra aún está viva y reflexiona sobre el lugar de la mujer en esa sociedad dirigida por hombres. El relato en primera persona despliega un monólogo que explora el interior de la protagonista y su pasado. De esta manera, el lector se acerca a una historia lejana y genera empatía por un personaje desdichado que originalmente no obtuvo un valor protagónico.

Casandra asume su final pero no por eso evita invitar a pensar sobre aquello que la rodea a ella y a los otros. Es, en este momento, donde Wolf interviene la historia y busca construir una analogía entre el mito y el contexto turbulento en que se encuentra. Casandra [1] es publicado por primera vez en 1983 en el medio de la guerra fría que tuvo lugar desde 1947 hasta 1991, hecho histórico que marcó a fuego a la autora.

La guerra de Troya se desata por Helena, que termina convirtiéndose en un símbolo, en un mito invisible, como veremos en la novela, y en una razón para pelear que se desvanece tal como sucede en las luchas por la soberanía donde se plantean ideales que luego se disipan en el aire.

La voz de Casandra retumbaba en el palacio de Troya, sus dichos reveladores destapaban ilusiones opresoras sin sentido: «Nuestra fe, nuestra conciencia de nosotros mismos se basaba en la veneración de los héroes muertos. (…) Su grandeza que considerábamos inalcanzable, nos hacía modestos a los vivos» (Wolf, 2013, p. 117). Sus palabras se convirtieron en una herramienta, en una lanza que buscó su camino hacia el talón de Aquiles pero también fueron las culpables de apresarla por orden de su padre, el rey Príamo.

El camino trágico de Casandra no puede ser eludido y se encuentra con el mismo destino que en el mito. Pero no es el principio o el fin de la trama lo que interesa en esta historia sino cómo se desarrolla y aquello que denuncia. Los hombres de esta historia son ilusos, débiles y engendran monstruos mientras que las mujeres resisten, exhiben sus cicatrices, enfrentan los golpes y los abusos, y continúan de pie.

Nota al pie

[1] La presente reseña se basa en la edición de El cuenco de plata, Buenos Aires, 2013.

Fotos de sitios públicos de internet.

Icono fecha publicación   21 de enero de 2021

Agustina de Diego

Es estudiante avanzada de letras, coordinadora de talleres de lectura, co-conductora del podcast LiterAtlas en Spotify y creadora de la cuenta Agus Recomienda donde comparte, en su mayoría, libros escritos por mujeres.

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Universidad Nacional de Villa María

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ISSN 2618-5040

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