Libro

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes
por Maribe Sal

Leí el título del libro de Tatiana Tibuleac sin saber de qué se trataba y sentí que una ternura absoluta me invadía el alma. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, una oda a los ojos de una madre que podría ser la mía. Cuando mencioné el libro a otras personas la reacción fue la misma. Sin embargo, la ternura de ese título, que parece un poema en sí mismo, contrasta notablemente con la primera frase del libro: “Aquella mañana en la que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea”. Me descolocó al instante. Era rotundo. Ese primer capítulo estaba escrito con un odio visceral.

El relato es narrado en primera persona por Aleksey, un artista plástico, que escribe esta especie de diario íntimo por encargo de su psiquiatra para revivir aquel verano de redención y poder superar, de esta manera, su bloqueo creativo. Así nos sumergimos, a través de un lenguaje crudo y poético, en los pensamientos tortuosos de un protagonista mentalmente inestable, que intenta comprender el vínculo que tuvo con su madre. Al comienzo parece el relato de un loco adolescente que ha decidido odiar sin medida, después se transforma en los pensamientos de un hombre que ha logrado sanar esa herida que su madre le dejó.

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El libro es una bitácora de un viaje hacia la redención, el perdón, el amor, la reconciliación, pero sin caer en la sensiblería y la autoayuda. Tatiana Tîbuleac le devuelve a la figura materna la condición humana.

Los integrantes de la familia de Aleksy son inmigrantes polacos que viven en Londres y están todos rotos: un padre que los ha abandonado de manera violenta y perversa, una abuela ciega, una madre que no ha sabido salir del dolor y una hermanita perdida como una herida en el recuerdo de cada uno de ellos. A veces, toda esta manada de personas disfuncionales rozan con lo grotesco. Pero Aleksy se ríe de sí mismo, de sus amigos y de su familia, una técnica que utiliza la autora para escaparle al melodrama, del que estaría plagado el libro si se tocaran los temas con la solemnidad que ninguno de sus personajes tiene. 

Pero la relación madre e hijo se ha quebrado también. Ella no puede salir del dolor y él no puede quererla después de haber vivido su indiferencia durante tantos años. Quiere matarla, hacerla sufrir, odia sus gestos, su ropa, su peinado, odia ser su hijo y lo escribe con palabras tan filosas que incomodan en todo momento. Sin embargo, algo sucede durante ese verano que los hará reconstruir un vínculo, no desde el forzado deber social, sino desde una preocupación y un amor real que ninguno pensaba que podía sentir. Aleksy aprenderá que lo que más ama de su madre son sus ojos verdes y construirá, en un verano, lo que se destruyó en su infancia.

A veces parece una historia de un fracaso: dos personas resignadas al sufrimiento se reúnen para redimirse del dolor constante al que han estado sometidos. Pero de repente nos damos cuenta que Aleksey no es ningún fracasado, que dentro de su inestabilidad ha logrado el éxito. Hay algo en él que lo ha hecho triunfar en la sociedad. Pero a veces el dinero no es suficiente y uno no puede escaparle al pasado. Para continuar con su vida, Aleksey tiene que cerrar ese capítulo, ese verano en que pasó de odiar a su madre a venerarla cada noche como un devoto en cada objeto que ella le dejó.

El libro es una bitácora de un viaje hacia la redención, el perdón, el amor, la reconciliación, pero sin caer en la sensiblería y la autoayuda. Dos personas que esperan la muerte y encuentran en esa espera la realización de lo finito y lo humano. Tatiana Tîbuleac le devuelve a la figura materna la condición humana. La saca del pedestal religioso en el que estaba para convertirla en un ser humano mortal e imperfecto; y la coloca nuevamente en ese lugar para ser venerada, no como una superheroína, sino desde la humanidad que hay en ella.

La escritura de Tatiana es hermosa. Da la impresión de que hay momentos que solo pueden describirse a través de imágenes, olores que solo se puede sentir con la poesía, y sensaciones que no son posibles demostrar. Todo el texto es una introspección a un Aleksy adulto que revive ese verano que parece indescriptible e imposible poner en palabras. A través de pequeños fragmentos en los que se evocan imágenes, olores y sonidos vamos construyendo un universo que parece mágico de tan fatal. Una burbuja para nada perfecta pero muy reconfortante que forma aquel desafortunado (¿o habrá sido afortunado?) verano. El universo trágico de Aleksey, un personaje con muchos matices, complejo y difícil de entender. Un personaje con una historia para contar, que ha decidido escribirle a los ojos de su madre para sanar. Los ojos de la mamá de Aleksy definitivamente merecen semejante apología.

Fotos de la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM y de sitios públicos de internet. Agradecemos especialmente a Librelibro por facilitarnos el ejemplar para la producción audiovisual.

Icono fecha publicación   1 de julio de 2021

Maribe Sal

María Beatriz Sal es comunicadora social y estudiante de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Nació en Santiago del Estero en 1995. Está haciendo una maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural en la Universidad Nacional de San Martín porque tiene una relación tóxica con el lenguaje. Cuando tenía nueve años leyó su primer libro, entendió que el lenguaje son castillitos que se construyen en el aire y que quería jugar en ellos para siempre. Ahora analiza textos ajenos y escribe otros como este porque también puede escribir en tercera persona.

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Universidad Nacional de Villa María

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ISSN 2618-5040

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