Poesía en dos lenguas IV

Robin Myers
por Carina Sedevich

Después de casi cuatro años retomo esta serie de entrevistas a poetas mujeres que escriben en dos lenguas. Conocer en persona a Robin Myers me inspiró. Ocurrió en el Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires 2023. Me tocaba cerrar la mesa del sábado. Era tarde y estaba cansada por el viaje, pero fue una deliciosa experiencia escuchar a todxs mis compañerxs de lectura, a Robin especialmente. Leyó poemas en castellano y también en inglés. Porque hasta hace poco, según me contó después, escribía poesía sólo en inglés. Las versiones de sus poemas en castellano que aparecen en esta nota son de su colega y amigo Ezequiel Zaidenwerg.

Pero ahora, antes de continuar con este uso del lenguaje con el que tenemos la ilusión de poder decir, empecemos a acercarnos a Robin a través de su poesía: 

Cuando se hace de noche,
tiro al patio pedazos
de carne cruda que pasó
su fecha límite de venta
para los gatos
y las comadrejas
que me conocen.

Se turnan
para comer. Los gatos
siempre van primero,
ojos de comadreja
brillan en los arbustos.

¿Quién podría decir
si lo que tienen
es una tregua renovada
una y otra vez,
una cadena de mando
establecida,
si es opresión,
o aquello que llamamos
paz,

estos animales que tienen hambre
y no hablan nunca? [1]

Creo que poemas como este, como diría Montalbetti, “sacan algo al lenguaje”. No sé muy bien si el peruano usa ese “sacar” en el sentido de “extraer” o en el sentido de “exponer”, probablemente las dos cosas al mismo tiempo, el hecho es que ambas connotaciones me sirven para expresar lo que entiendo que tiene que hacer la poesía. El descubrimiento de la poderosa voz y la cálida personalidad de Robin me decidieron a proponerle la charla que va a continuación. 

Tengo entendido que naciste en Estados Unidos y tu primer idioma es el inglés. ¿A qué edad te mudaste a México? ¿Cómo fue tu proceso de aprendizaje del castellano?

Me mudé a México a los 23 años, pero había soñado con hacerlo durante años –desde niña, incluso; antes de poder concebir, claro, lo que conlleva una decisión así–. Vengo de una familia estadounidense, angloparlante, pero mi abuela paterna era mexicana. Ella pasó la mayor parte de su vida en Estados Unidos y murió antes de que naciera yo, pero tenía un hermano, mi tío abuelo, que volvió a México para pasar los últimos años de su vida allá. Tuve la oportunidad de visitarlo un par de veces siendo muy chica, y ahí se me sembró un deseo que nunca llegué a entender racionalmente del todo, aunque terminó cambiando mi rumbo de la manera más concreta: ansiaba hablar castellano para poder realmente estar ahí, en ese lugar que tanto me fascinaba. En los años siguientes, tomaba clases de castellano en la escuela y aprendía todo lo que podía. Pero fue después que me tocó el aprendizaje que más añoraba, que no se trataba de leer ni escribir en otro idioma, sino de escuchar y hablar y convivir con otrxs. Viví unos meses en México antes y durante la carrera universitaria; también estudié un semestre en Buenos Aires, donde empecé a traducir, gracias a un taller que tomé con el poeta y traductor Ezequiel Zaidenwerg. Unos años después, ya egresada, me fui a la Ciudad de México, ahora sí para buscar trabajo y ver si lograba quedarme. Y bueno, una cosa fue llevando a la otra, como suele suceder, y ahí me quedé.

¿Cuándo empezaste a escribir poesía? ¿Ya hablabas-escribías castellano?

Mi enamoramiento con la poesía fue monolingüe al principio: empecé a leerla y escribirla en la adolescencia, y si bien me encontraba con unas cuantas traducciones al inglés de otros idiomas, pues leía más que nada en inglés, mi contacto con el castellano era todavía muy incipiente en ese momento. En realidad, no fue hasta varios años después, viviendo un tiempito en Oaxaca, México, y después estudiando en Argentina, que empecé a leer –y a traducir– poesía en castellano. Trabajo desde que me mudé a México como traductora, y si bien me dedico sobre todo a traducir diversos textos en prosa (por motivos obvios, materiales), la poesía fue mi droga de inicio, por así decirlo. 

Me contabas que recién ahora estás empezando a escribir poemas en castellano. ¿Cómo te diste cuenta de que estabas preparada? ¿Hubo algo en particular que te impulsó a hacerlo? ¿Cuáles son los temas de tus primeros poemas en castellano? ¿En qué sentís que se parece y se diferencia tu poesía en castellano con respecto a tu poesía en inglés?

En 2020, una revista mexicana me invitó a escoger un poema existente e “intervenirlo” de alguna manera u otra. Para ese entonces, había empezado a escribir ensayos en castellano, pero nunca poesía, y aunque me aterraba un poco la idea, decidí intentarlo. Escogí un verso de Temperley (“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”) y lo fui desplegando poco a poco a lo largo del poema que escribí alrededor de él. Podría describir el resultado (que se puede leer acá) como una exploración deambulante de cierto impulso vital, y de cómo se habita ese deseo en la pequeñez y la fragilidad y el misterio del cuerpo mismo –y en medio de la angustia de ese primer año pandémico, añadiría–.

Dar ese salto a escribir en castellano se sintió extrañísimo, maravilloso: como correr cuesta abajo y temer perder control de las piernas.

Dar ese salto a escribir en castellano se sintió extrañísimo, maravilloso: como correr cuesta abajo y temer perder control de las piernas. Sin la presión externa de aquel encargo, no sé cuánto más me hubiera tardado en animarme a intentarlo. Parte de lo que me había impedido, me parece, tiene que ver con la traducción. Por un lado, trabajo como traductora de castellano al inglés, no al revés. Por otro, tengo la inmensa fortuna de haber sido traducida como poeta al castellano, sobre todo por Ezequiel Zaidenwerg, cuyo trabajo admiro muchísimo. Pero también había en mi reticencia algo de perfeccionismo, de rigidez, hasta de recelo: como no crecí hablando castellano y ahora traigo siempre la sensación de hipervigilancia que marca la relación con el segundo idioma (aquí parafraseo un poco a la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, quien tiene un ensayo fantástico sobre el bilingüismo), pues temía, ante la posibilidad de escribir en castellano, que no fuera a hacerlo “bien”. El experimento al que me llevó el encargo de la revista me ayudó a superar esa ansiedad y a encontrar un nuevo disfrute, una nueva manera de jugar con las sonoridades del castellano. De hecho, sentí que el sonido, más que cualquier otra cosa, fue mi vía de entrada, el motor principal. Tal vez ésa sea la mayor diferencia con mis poemas en inglés.

¿Hay cosas que te parece que podés expresar mejor poéticamente en inglés que en castellano o viceversa? ¿Cuáles? ¿Por qué?

Me cuesta un poco pensar en cosas específicas, concretas, que se puedan expresar “mejor” en algún idioma u otro. Para mí, no es que unas cosas sí se puedan y otras no, o que unas cosas se puedan de manera superior o inferior. Cada idioma, con todas sus particularidades, es un ser vivo, múltiple, expansivo, que sigue mutándose con el habla de todes. Lo que más disfruto de vivir y escribir en dos idiomas es sentir que siempre se estén nutriendo –y cambiando– mutuamente.

¿Qué es lo que más apreciás de tu idioma nativo? ¿Qué te ha sorprendido más de tu segundo idioma?

Del inglés, me encantan sus texturas tan variadas por la confluencia de raíces lingüísticas que tienen: su léxico por momentos melifluo y por otros gutural, su riqueza en palabras monosilábicas, sus posibilidades de compresión. El amor y el asombro que siento por todo eso convive, complejamente, con otra emoción, que es el horror ante las agresiones y discriminaciones ejercidas alrededor del mundo a través del inglés como un instrumento imperialista, hegemónico, tanto en el pasado como en el presente.

Lo que más me ha sorprendido del castellano, algo que me sigue maravillando, es la infinita variedad de idiomas que se anidan y se transforman en él.

Lo que más me ha sorprendido del castellano, algo que me sigue maravillando, es la infinita variedad de idiomas que se anidan y se transforman en él. Lo mismo se podría decir de todo idioma, hasta cierto punto: no existe un idioma, sino una multiplicidad de idiomas que existen y se enriquecen y cambian constantemente a través de sus hablantes. Me fascina escuchar no sólo el castellano sino los castellanos que se hablan en México, en Argentina, en Chile, en Cuba, en una ciudad fronteriza del estado de Texas, en el metro de Nueva York. Y me sorprende todos los días escuchar cómo va mutando mi propio acento, invariablemente poroso como es: ya una amalgama de los castellanos que escuchaba durante todo el tiempo que viví México, más los que llevo menos tiempo escuchando en Argentina (en boca de hablantes argentinxs, sí, pero también de hablantes venezolanxs, de bolivianxs, de peruanxs, de colombianxs), más mi propio acento estadounidense “de origen” –aunque ese va cambiándose también–.

¿Sentís que hay una Robin que habla-escribe-vive inglés y una Robin que habla-escribe-vive castellano? Si es así, ¿cómo es cada una y qué te gusta-disgusta más de sus mundos?

La verdad es que ya no. Son mundos diferentes sólo en tanto que hay personas queridas con las que hablo en uno de los dos idiomas y no el otro, lugares que habito más en uno que en el otro, registros –tonos de lamento, de alegría, de humor, de indignación, de picardía– a los que accedo en mi habla que se sienten diferentes en cada idioma. Pero ya no siento que sea yo dos personas diferentes cuando los hablo-escribo-vivo. Más bien estoy cada vez más hecha de su amalgama.

¿Tenés presente palabras o expresiones que te gusten-necesites y que te parezcan especialmente difíciles de reemplazar en inglés? ¿Y en castellano?

Doy sólo un par de ejemplos. En inglés, “haunted”: un adjetivo que puede significar “encantado” o “embrujado”, pero también atormentado, preocupado o sencillamente perseguido por el recuerdo de algo. Me encanta que una sola palabra albergue un abanico tan amplio y evocativo de registros e intensidades. En castellano, pienso seguido en lo maravillosamente compacto e interactivo de la palabra “complicidad”, con su connotación de entendimiento mutuo, muchas veces silencioso. Ahí también encontramos su relación de “falso amigo” con la palabra “complicity” en inglés: un término que se usa solamente para describir un vínculo de colusión ilícita. 

Para terminar, más de lo importante: un fragmento de un poema de Robin. Para irnos con un jirón de luz, con alguna fosforescencia de esas que sólo la poesía sabe hacer y deshacer.

Quisiera irme, pero ¿cómo podría hacerlo? Tardo en desaprender.
Ahora estoy aprendiendo que mi vida
va a parpadear, apenas, como una llama al viento,
y que no habrá un calor abrasador ni una helada aplastante,
sino que la tibieza que pude conseguir o absorbí de algún lado
o fabriqué yo mismo o entregué seguirá su camino por sí sola,
sin importar si yo lo quiero o no. [2]

Notas al pie

[1] At dusk,
I fling cuts
of raw meat just
past its sell-by
date into the yard
for the cats
and the weasels
who know me.

They take turns
eating. Always
the cats first,
weasel eyes
glittering in the bushes.

Who can say
if what they have together
is a truce renewed
each time,
an established chain
of command,
an oppression,
or what we call
peace,

these animals who hunger
and never speak?

[2] I want to leave
but how would or could I go? I unlearn slow. I am learning that I won’t
light up or burn out, that my life will press and sputter,
that there will be no crush of heat or killing freeze but that
whatever warmth I’ve scratched up or sapped or made or given off
will keep on all by itself, when I want it and when I don’t.

 

Fotos y videos de sitios públicos de internet. Producción audiovisual de Carolina Ramírez – Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.

Icono fecha publicación  25 de abril de 2024

Carina Sedevich

Se graduó en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Villa María. Cursó el doctorado en Semiótica en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Su obra poética ha sido publicada en diversos países de Europa, Asia, Norteamérica y Latinoamérica y traducida al inglés, al chino, al portugués, al italiano, al polaco y al catalán. Entre otras distinciones, recibió el Premio de Poesía José Pedroni. Dirige Revista Ardea desde la Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.

 

Universidad Nacional de Villa María

Secretaría de Comunicación Institucional
Bv. España 210 (Planta Alta), Villa María, Córdoba, Argentina

ISSN 2618-5040

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